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domingo, 13 de mayo de 2012

Corazón rebelde


Os dejo mi última creación. Un saludo a tod@s mis lector@s

Stirling, Escocia, 1716

Los goznes de la puerta emitieron un sonido estridente seguido de un golpe seco contra la pared cuando se abrió de golpe. La atención de todos los allí presentes se centró en el umbral de donde emergió la presencia de un joven oficial inglés del ejército del rey Jorge. Con paso lento pero firme y con un aire marcial en cada uno de sus movimientos penetró en la taberna. La luz de las velas sobre rústicos candelabros iluminó su rostro en el que destacaba su mirada penetrante. Detrás de él varios soldados de infantería armados con bayonetas caladas, lo cual no presagiaba nada bueno. Los pocos clientes que en esos momentos se encontraban en el interior se movieron inquietos en el instante en que el oficial se situó en medio de ellos. Mientras, sus soldados abarcaban toda la taberna esgrimiendo sus armas e instando a cualquiera a no moverse de su sitio. El oficial inglés paseaba su mirada de halcón por cada una de las mesas. Pareciera que buscara a alguna persona en concreto y parecía estar centrado en ello cuando fue interrumpido.
-¿Deseáis algo señor?.- La voz del tabernero se dejó escuchar alta y clara en mitad del tenso silencio que reinaba.
-Busco rebeldes. Traidores al rey Jorge y a la corona de Inglaterra –le respondió con toda intención el oficial mientras volvía el rostro hacia su interlocutor. Esperaba la reacción de los presentes. Tal vez que alguno se levantara y se enfrentara a él. Pero lo más que percibió fue como se movían inquietos sobre sus asientos de madera; otros inclinaban sus cabezas hasta casi hundirlas en sus respectivas jarras de cerveza o de ale. Pero todos en silencio. Sin decir nada. Tras la derrota en la batalla de Sheriffmuir, y la consiguiente huida del Viejo Pretendiente, Jacobo Eduardo Estuardo, la causa jacobita se había visto debilitada hasta el punto que sus más firmes defensores se ocultaban ahora por miedo a las represalias del gobierno de Londres. Pocos eran los que aún parecían querer mantener vivo el espíritu jacobita por su cuenta, hostigando a los ejércitos del rey en una “guerra de guerrillas”. Ahora los antes considerados como patriotas no eran más que rebeldes a los que detener para llevar al patíbulo.
-Aquí no hay cobijo para los rebeldes, señor –dijo el tabernero captando la atención del oficial inglés.- Somos leales al rey Jorge.
-¿Estás seguro de lo que dices tabernero? –le preguntó mirándolo fijamente como si él fuera sospechoso, lo cual lo intimidó en cierto modo obligándolo a tragar al sentir la mirada fija del oficial británico, mientras su rostro parecía perder el color.
El oficial inglés se volvió hacia las mesas y comenzó a pasear entre éstas observando detenidamente a todos aquellos que estaban sentados. Su mirada escrutó con detenimiento cada uno de los rostros hasta que finalmente uno de aquellos le llamó la atención más de lo normal. Esbozó una sonrisa cínica cargada de satisfacción.
-Vaya, vaya. ¿A quién tenemos aquí? –exclamó con orgullo mientras se paraba delante de la mesa de un grupo de tres hombres, quienes parecían absortos en sus pensamientos.- Pero si es Robin McIntosh.- El interpelado lo miró fijamente mientras sonreía.- ¿Y decíais que no dabais cobijo a rebeldes? –le preguntó al tabernero sin volverse hacia éste por temor a que Robin tramara algo.
-Desconocía que...-balbuceó éste.
-Calla. Eres tan rebelde como él o más –exclamó con autoridad.- Serás arrestado junto al joven McIntosh y sus amigos. ¡Soldados! Arrestad a estos hombres. Y al tabernero también.
A una orden del oficial inglés los hombres se movieron hacia la mesa donde se encontraban Robin McIntosh y sus amigos, mientras otros dos se acercaban al tabernero.
- ¿Por cierto y vuestra hermana? –le preguntó con sorna.
La respuesta llegó rauda y veloz en forma de un clic y el frío cañón de un arma sobre su cabeza. Ahora fue Robin, quien sonreía mientras los soldados se quedaban paralizados por la escena que se estaba desarrollando.
-¿Me buscabais capitán Stewart?.- La voz dulce y con toques de ironía sonaba al otro extremo del cañón de la pistola.
-Es un placer volver a veros, lady McIntosh –dijo el oficial mientras sonreía e inclinaba la cabeza sabiendo que había vuelto a caer en la trampa.- Lástima que nuestros encuentros sean siempre con un arma de por medio.
- Tenéis toda la razón, pero ¿qué le vamos a hacer? Así de cruel es nuestro destino. Creo que os encontráis en una situación algo comprometida.
-La verdad es que no aprendo  –dijo girándose para contemplar el rostro del rebelde más hermoso de toda Escocia. Los ojos claros de lady McIntosh centelleaban una vez más por su nueva victoria. Su cabellos, del color de las hojas en otoño, aparecían recogidos en esta ocasión con una cinta en la parte posterior de su cabeza dejando libre su rostro de piel blanca, suave con su pequeña nariz y sus mejillas moteadas por una lluvia de pecas. Sus finos labios esbozaban una sonrisa de triunfo. Era hermosa. Una mujer verdaderamente atractiva que irradiaba una fuerza y una valentía jamás encontrada en ninguna otra. ¿Por qué de esa obstinación suya en seguir luchando por una causa ya perdida? Durante el último año la había estado persiguiendo junto a su hermano. En el transcurso del mismo habían tenido sus encuentros. Sus escaramuzas en los que ambos habían salido vencedores o vencidos. Había llegado un momento en que parecían disfrutar de este juego del gato y del ratón. Y en alguna ocasión el oficial Stewart se había parado a pensar si aquello no se estaba convirtiendo en una obsesión. O incluso en algo personal. ¿Por qué seguía tras ella? Algo nuevo. Un motivo inexplicable lo empujaba a seguirla más allá de todo deber como oficial británico. Una sensación que cuanto más lo pensaba, más miedo le daba reconocerlo.
-Creo que esta vez he vuelto a ganaros, capitán. ¿Lleváis la cuenta de las veces que nos hemos visto? ¿De las ocasiones en que os he vencido? –le preguntó sin dejar de reír de manera divertida, lo cual al capitán Stewart le producía una mezcla de rabia por su nuevo error; pero por algún extraño motivo no le desagradaba en el fondo verla dichosa como lo estaba ahora.- Será mejor que ordenéis a vuestros soldados que desistan de sus intenciones, o de lo contrario no recibirán ninguna más de vuestra parte –le advirtió empleando ahora un tono serio.
El capitán Stewart cerró los ojos e inspiró hondo. No dijo nada. Se limitó a asentir mientras miraba a sus soldados. Éstos al momento desistieron de sus intenciones y optaron por una posición de descanso.
-¿Y ahora? ¿Qué pensáis hacer conmigo lady McIntosh? –le preguntó el capitán Stewart volviendo a mirarla.
Lady McIntosh sonrió burlona mientras sentía los ojos grises del capitán Stewart recorriendo su rostro de manera fija. Deteniéndose en cada uno de los poros de su piel. Y cuando lo hizo en sus labios sintió un leve escalofrío recorriendo su espalda y posteriormente su brazo hasta provocar una leve temblor en la mano que sujetaba la pistola. El capitán no fue ajeno a aquel leve movimiento y entonces su mirada se tornó llena de perplejidad. ¿Había dudado lady McIntosh mientras él la miraba de aquella manera? Sólo se había quedado fijo en su rostro intentando averiguar que se proponía y de repente para su sorpresa mando salir de la taberna a todos.
-Robin llévate a los hombres lejos –le ordenó sin apartar la mirada del rostro del capitán observando su reacción.
-¿Estás segura de lo que dices? –le preguntó Robin contrariado mientras seguía sentado en su sitio.
-Sí. Estoy segura de lo que digo. Llévate también a los soldados, pero no les hagas nada. Quiero quedarme a solas con el capitán.
Aquella propuesta alertó al interpelado. Entrecerró sus ojos mientras seguía mirándola sin saber qué era lo que pretendía.
-Haz lo que te digo. ¿A qué esperas? –le urgió lady McIntosh al comprobar que su hermano no se movía.
Finalmente ante la insistencia de ésta se levantó junto a sus hombres esgrimiendo sus pistolas y sus biodaigh, especie de dagas de doble filo y que resultaban fatales en la lucha cuerpo a cuerpo. Los soldados obedecieron cuando el capitán Stewart asintió de nuevo. Los dos grupos abandonaron la taberna.
-Tú también, Andrew –le dijo al tabernero, quien se mostraba igual de perplejo que los demás.- Y cierra la puerta al salir.
El capitán Stewart no comprendía nada de lo que se proponía lady McIntosh, pero estaba seguro que algo tramaba. Intentaría estar alerta en todo momento, y apartar de su cabeza los impulsos de retenerla con su mirada. Cuando por fin ambos estuvieron a solas lady McIntosh apartó el arma de la cabeza del capitán lo cual fue un gesto de agradecer.
-Agradezco vuestro gesto. Empezaba a sentirme incómodo –le expresó con toda naturalidad mientras le sonreía.
-No me queda otra opción si quiero hablar cara a cara con vos –el dijo sintiendo como su mirada parecía descolocarla en algunos momentos.- Sentaos –le indicó señalando el banco de madera con la mano que sostenía el arma.
El capitán desvió su atención hacia ésta esperando a que la apartara de la mesa. Lady McIntosh no era ajena a este parecer y sonriéndole la ocultó bajo los pliegues de su ropa ante la atenta mirada del capitán Stewart. Luego al levantar sus ojos se encontró con los de él una vez más y le parecieron más cálidos que la primera vez que se enfrentó a ellos.  Su lengua se le trabó y sintió que le faltaban las palabras ahora que por fin se había quedado a solas con él.
- ¿Qué queréis? –le preguntó el capitán Stewart rompiendo el silencio que se había formado entre ellos.
Estaban separados por la mesa, pero podía percibir su respiración y su nerviosismo. Lady McIntosh se encontraba allí frente a él después de tantas correrías por Escocia. Podía jugar sucio y retenerla, pero su sentido del honor se lo impedía. Por un instante se olvidó de ella como enemiga, como rebelde, y la consideró como mujer. Una atractiva mujer en medio de una guerra de locos.
-Quiero que os marchéis...
-Siempre y cuando vos y vuestros hombres me acompañéis.
-Sabéis que eso no puede ser –le dijo sonriendo mientras lo miraba con incredulidad por aquella proposición.
-Entonces perdéis el tiempo conmigo.
-Este juego del gato y del ratón debe acabarse –le dijo con un gesto serio tratando de mantener la calma en todo momento a pesar de que la mirada del capitán la hacía sentirse extraña. Era la primera vez que lo miraba tan cerca, y a juzgar por su apariencia era apuesto. Con sus facciones marcadas delimitando perfectamente los ángulos de su rostro. Sus labios era finos y los hoyuelos que se le marcaban a ambos lados de su boca le dan un aspecto interesante. Por un momento se vio considerando al capitán Stewart como a un hombre, y no como a un soldado. Llevaba más de un año escapando de su acoso y por primera vez se fijaba detenidamente en él.
-Si queréis que se acabe ya conocéis mi respuesta. Entregaros –le sugirió con firmeza mientras se acercaba a ella al apoyarse sobre la mesa.
Su aroma a lluvia, hojas y pólvora la envolvieron hasta hacerla sentirse confundida. Perdió la noción del tiempo. No sabía qué decir. La mirada del capitán la atrapó sin que ella pudiera esquivarla. Sin darse cuenta sus dedos se habían rozado cuando apoyó sus manos sobre la mesa. Había sido un gesto involuntario, fruto sin duda de un acto reflejo. Lady McIntosh sacudió la cabeza pero sin saber que estaba rechazando. La idea de entregarse al capitán Stewart; o al hombre que la miraba de aquella manera, como si ella fuera la única.
- No puedo entregarme –le dijo con decisión.
-¿Qué os lo impide? El príncipe Estuardo se ha marchado de regreso a Francia; los jacobitas os habéis dispersado tras lo de Sheriffmuir. No queda nada por lo que seguir peleando. Nada –recalcó mientras entornaba su mirada hacia ella.
-Nací en esta tierra. Me he criado en ella. No puedo permitir que esté al servicio de un rey que no es mi rey.
-Yo tampoco estoy de acuerdo en que un extranjero se siente en el trono de mi país. Pero si ello evita el derramamiento de sangre...
-Vos soy un oficial inglés que le sirve –le espetó con dureza mientras cerraba sus manos como síntoma de crispación.- Es más, lleváis un apellido escocés. No comprendo como podéis hacerlo –le dijo apartando por unos instantes la mirada de él.
- Tal vez tengáis razón lady McIntosh.
-No busquéis halagarme. Sois mi enemigo, no lo olvidéis.
-Un enemigo que busca una solución pacífica a esta situación. No os dais cuenta que yo...
La puerta de la taberna volvió a abrirse dejando paso a un nuevo oficial inglés seguido por un pelotón de hombres armados. Lady Macintosh y el capitán Stewart se quedaron paralizados por aquella repentina aparición.
-General Wade –anunció el capitán Stewart levantándose para ir a saludarlo.
-Capitán Stewart. Me encontraba de paso en Stirling cuando vi a vuestros soldados en compañía de varios jacobitas –comenzó diciendo mientras lanzaba furtivas miradas a lady Macintosh esperando una explicación del capitán Stewart.- De manera que han quedado todos detenidos a la espera de ser conducidos a Londres, pero decidme ¿quién es? –preguntó señalando a lady Macintosh, la cual se había girado sin dejar de mirar al capitán. El anuncio del arresto de sus hombres la había puesto en alerta. Aún llevaba su pistola entre los pliegues de su vestido y un juego de dagas en sus botas.- ¿Es quien yo creo que es? –le preguntó mirando al capitán y después a lady Mcintosh.
-Es lady Macintosh señor. Estábamos...
-Celebro conoceros lady Macintosh –comenzó diciendo el general mientras extendía su brazo hacia ella. Tomó su mano y la besó haciendo exquisita gala de modales.- Y ahora si sois tan amable de explicarme qué hacéis en Stirling...
Tanto ella como el capitán Stewart intercambiaron sus respectivas miradas buscando una solución. Estaba atrapada y lo sabía. Pero ¿cómo lograría escapar? Sus hombres habían sido apresados, de manera que no podría contar con ellos. Estaba sola.
- Si me permitís general...-comenzó diciendo el capitán Stewart. Pero se calló cuando el general alzó la mano en su dirección para que se callara.
- Ha sido una suerte para vos, capitán, que haya decidido venir a Stirling –comenzó diciendo el general esbozando una sonrisa.- Bien hecho aunque debo deciros que yo me haré cargo de la situación. Podéis marcharos si queréis.
El capitán Stewart permaneció en silencio unos segundos durante los cuales fijó su mirada en lady Macintosh. Sus pupilas titilaban en esos momentos y creyó percibir un desanimo en su rostro. ¿Iba a permitir que el general la detuviera para ajusticiarla? Llevaba detrás de ella más de un año durante el cual, sus fugaces pero intensos encuentros lo habían hecho replantarse su vida entera. No había sabido porqué la había seguido día y noche sin descanso por toda Escocia. Y al verla allí ahora después del momento compartido a solas lo supo.
-Bien señor. Si me disculpáis –le dijo inclinando la cabeza para marcharse. Ni siquiera se molestó en mirarla. Salió por la puerta como si su trabajo estuviera hecho. Mientras el general Wade saboreaba la victoria.
-¿Estáis dispuesta a entregaros pacíficamente, o tendré que emplear la fuerza? –le preguntó con deje burlón e irónico mientras se desprendía con parsimonia de sus guantes.
Lady Macintosh se irguió poderosa y desafiante mientras entrecerraba sus ojos mirando al general  y a sus hombres. En su mano se aferraba a la culata de su pistola.
-Tal vez debierais reconsiderarlo general Wade –le dijo esgrimiendo el arma delante de él para su sorpresa.
El general sonrió burlón por aquel atrevimiento y ordenó a sus soldados que no dispararan.
-Sólo disponéis de una bala lady Macintosh.
-Suficiente para acabar con vos –le dijo presa de la furia mientras su mirada se había vuelto fría y dura como el hielo.
-Eso siempre y cuando acertéis y mis soldados no os disparen antes.
-Es verdad, ¿queréis que probemos a ver qué sucede? –le preguntó retándolo con sus palabras mientras amartillaba el arma para disparar.
En ese instante el capitán Stewart penetró en la taberna con los jacobitas esgrimiendo sus armas. Lady Macintosh no podía creer lo que estaba viendo. Y mucho menos el general Wade quien palideció al ver como el capitán Stewart lo apuntaba con su arma, y sus soldados eran reducidos.
-¿Qué clase de locura es esta capitán? ¡Explicaos!
El capitán Stewart sonrió burlón mientras continuaba apuntando al general. Luego desvió su mirada hacia lady McIntosh y vio sorpresa pero también la dicha en sus ojos. Antes se lo había dicho: era portador de un apellido honorable en Escocia y provenía de una familia con largos años de tradición. Tal vez el sentido que había estado buscando a su vida lo hubiera encontrado en aquellas palabras, en aquel rostro y en aquellos ojos.
-Significa que lady Macintosh va a irse libremente de esta taberna y abandonara Stirling sin ningún sobresalto.
-¡Se os formará un consejo de guerra por esto capitán Stewart!
-Que me importa si ella está libre –le dijo mirando a lady Macintosh de nuevo.
Se había quedado paralizada por aquellas palabras. Pero, ¿por qué estaba dispuesto a sacrificarlo todo por ella? ¿Había sido esa su primera intención o había sucedido algo entre ellos para que ahora se comportara de aquella manera? En cualquier caso ella estaba libre y debería marcharse cuando antes. Se detuvo junto al capitán Stewart, y posando su mano sobre el brazo de él lo miró sin comprender nada de lo que estaba sucediendo. Pero la forma de mirarla por parte de él le dio la respuesta. Su rostro mudó el color, abrió la boca para decir algo, pero la emoción del momento y ese descubrimiento en su mirada la habían paralizado.
-Volveremos a vernos –le dijo el capitán Stewart deteniendo el avance hacia la puerta de lady Macintosh.
Cuando la puerta se cerró a sus espaldas el general Wade sonrió de manera irónica.
-Habéis cavado vuestra propia tumba por esa rebelde.
Sin mediar palabra el capitán Stewart levantó su brazo y golpeó con la culata de la pistola al general Wade dejándolo inconsciente.
-Es mejor que os marchéis –dijo a sus hombres.- De hoy en adelante seréis traidores a la corona.
Sin saber que hacer o qué decir los soldados vieron desaparece al capitán por la puerta.

Varias semanas después un hombre se adentraba en territorio desconocido, y peligroso. Pese a que Inglaterra y Escocia habían firmado la paz, y el príncipe Estuardo había regresado a Francia, aún había algunos resentidos con el gobierno de Londres. Adentrarse en el interior de Escocia era peligroso tanto si era favorable o contrario a la causa de los Estuardo.
-Alto, ¿dónde camináis? –le preguntó el hombre saliendo de la espesura del bosque esgrimiendo un  mosquete.
-Busco a lady Macintosh.
-¿Qué tratos tenéis vos con ella? –le preguntó el hombre empleando cierta desconfianza en el tono de su voz.
El hombre sonrió mientras recordaba la última vez que se habían visto.
-Tiene una deuda conmigo.
-Será mejor que os expliquéis –comentó una voz de mujer perfectamente reconocible saliendo de detrás de los arbustos.
El capitán Stewart se quedó clavado contemplándola avanzar hacia él. Con una sonrisa cínica en su rostro y el brillo de sus ojos delatándola. Habían pasado días, semanas, sin saber de él. Momentos en lo que había comprendido que también ella lo echaba de menos; que le había gustado sentir que él la seguía; pero nunca pudo imaginar hasta que punto le faltaba.
Se quedaron en silencio observándose mientras el hombre que acompañaba a lady Macintosh se marchó. No hubo nada que no se hubieran dicho ya antes con sus miradas. Lady Macintosh se acercó hasta él arrojándose entre sus brazos para sentir su calor. La miró a los ojos y se vio reflejado en ellos. Sintió la urgente necesidad de besarla, y cuando ella le correspondió entonces por fin entendió que aquella larga búsqueda había merecido la pena.
-He viajado día y noche buscándote por cada ciudad, cada valle, cada...
Lady Macintosh silenció sus palabras con sus labios una vez más.
- No hace falta que me lo digas. Lo entendí aquel día en Stirling. Supe que había algo más que te empujaba a buscarme. No quise creerlo pero cuando me vi sin ti... me di cuenta de lo mucho que te necesitaba. Te sacrificaste por mi, ¿por qué?
-Qué podía hacer si te perdía. Durante un año te seguí para llevarte a la justicia pero siempre había algo que me lo impedía. Y por mucho que intentaba no admitirlo era cierto. Tu imagen llenaba mi mente día y noche sin explicación alguna. Y cuando por fin te encontraba siempre hallabas la manera de escaparte. Eras como la bruma de esta tierra. Imposible de retener.
-Ahora ya me tienes.
-Cierto. Y créeme que no pienso dejarte escapar. Esta vez no lady Macintosh.
-Ni yo pienso escaparme –le susurró mientras volvía a besarlo sintiendo el calor de su cuerpo, y cálido abrigo de sus labios al poseer los suyos.- Y creo que esto salda la deuda que tengo contigo –le aclaró sonriendo de dicha.