Venecia 1815, durante el Carnaval
Una explosión de júbilo inundaba las
calles de Venecia con motivo del comienzo del Carnaval. La ciudad se había
engalanado para la ocasión, y para la llegada de aristócratas y personalidades
de otras partes de Europa ávidos de diversión y placer. El carnaval
representaba una vía de escape al control del gobierno veneciano, pero en
aquellos días también lo era de la guerra que había asolado a Europa. Napoleón
descansaba en Elba lo que significaba que las gentes podrían disfrutar de su
más preciada fiesta: el carnaval. Durante la ocupación de la ciudad por parte
de las tropas francesas, el carnaval había sido prohibido debido a las
conspiraciones e intentos por derrocar al emperador. Ahora las autoridades
venecianas habían consentido en rebajar el clima de peligro pese a que se temía
una nueva intervención de Napoleón. No todos parecían estar dispuestos a
olvidar las atrocidades cometidas por el “pequeño corso”
La música inundaba las calles
aledañas a la Plaza San Marcos, donde en esos momento se había reunido una
multitud envuelta en sus capas negras y con sus tocados y máscaras ocultando su
verdadera identidad. Eso era el carnaval. Ocultarse bajo un disfraz para poder
comportarse como alguien que no eres.
Un hombre vestido de color negro de
los pies a la cabeza, salvo por su máscara de color blanco inmaculado, avanzaba
con paso enérgico por el suelo empedrado mientras se confundía con las personas
que danzaban a su alrededor. Tenía prisa por llegar al Palacio Ducal, donde había
sido invitado por las autoridades venecianas. Le habían hecho llegar una
tarjeta para que asistiera aquella misma noche al lugar indicado. Desconocía el
motivo de su invitación, puesto que él no se consideraba como una autoridad, y
muchos menos un aristócrata. Pero a fe que tenía intenciones de pasar una
velada más que agradable en compañía de hermosas mujeres. Llegó al acceso
principal la Porta della Carta donde
la guardia le flanqueó el paso hacia el interior. Presentó la tarjeta de
invitación recibida y todo fueron atenciones hacia él. El lujo lo rodeó al
momento pero él sólo tenía su atención fija en el hombre que en esos momentos
lo conducía hacia una especie de cámara privada. Al abrir la puerta se encontró
con varios invitados charlando amistosamente en compañía de una copa de vino.
Todos se habían desprendido de sus máscaras y mostraban sus rostros sin ningún
tipo de reparo. El invitado hizo lo mismo toda vez que la puerta se cerró a sus
espaldas. Avanzó despacio mientras sus zapatos sonaban sobre el suelo de mármol
y sostenía su máscara en su mano derecha. Un hombre le pidió su bastón de paseo
y su capa, que entregó de inmediato, aunque controlando en todo momento los
movimientos de aquel .
-Signore
Royston –dijo el gobernador acercándose a él con la mano tendida para
estrecharla.
-Señor de Treveris –correspondió con
gesto amable.- Caballeros –dijo después saludando al resto de personalidades
allí reunidas.
Luigi Treveris era el representante
del gobierno veneciano en aquella misteriosa reunión. Un hombre alto con un
traje claro que ahora caminaba junto Royston hacia la mesa donde
aguardaban el resto de invitados.
-Caballeros, les presentó al señor
Royston Elgin de quien lord Crawford ha tenido la amabilidad de hablarnos.
Royston lo miraba desconcertado en
esos momentos. ¿A qué se estaba refiriendo? ¿Por qué lo habían mandado ir a
Venecia y en mitad del carnaval? ¿Qué les había contado lord Crawford de él?
Paseó su mirada por los rostros de los cuatro hombres allí congregados. Sólo
uno de ellos le resultaba familiar, ya que pertenecía al gobierno británico,
del cual él también formaba parte. Lord Crawford, un hombre de gran importancia
en aquellos días. Muy allegado a Wellington y un gran conocedor de la política
europea. No había tenido oportunidad de tratar con él de manera directa aunque
si había oído hablar de él. El resto de personas le resultaron unas completas
desconocidas.
-Le presento a Igor Zaporevich,
representante del zar en esta reunión –le dijo introduciendo en la conversación
a un hombre de cabellos y bigotes blancos con una mirada fiera. Éste estrechó
la mano de Royston sintiendo su firmeza.- Este otro es el enviado de Prusia.-
Un hombre de aspecto recio se cuadró delante de Royston haciendo sonar con
determinación sus tacones mientras saludaba de forma marcial.- Y este último es
nuestro agente infiltrado entre los seguidores de Napoleón.- Laurent Dufois.-
Éste se limitó a asentir ligeramente con la cabeza a modo de saludo.- A lord
Crawford supongo que ya lo conoce, o al menos ha oído hablar de sus hazañas
políticas –concluyó señalando a éste.
-No soy ajeno a su destreza
política. Pero díganme, ahora que ya nos conocemos todos ¿por qué me han
hecho venir hasta Venecia? Y en carnaval –exclamó sorprendido por ambos hechos.
-La explicación se la facilitará
nuestro hombre, Dufois.
El tal Dufois se convirtió en el
centro de atención de los allí presentes. Se aclaró la garganta en un par de
ocasiones antes de hablar, y coger una carta que había desplegada sobre la
mesa. Lanzó una mirada a ésta y después la fijo en Royston.
-Hemos interceptado a un espía
francés que llevaba esta carta encima –comenzó diciendo tratando de captar la
atención de todos, aunque en especial de Royston. Al comprobar que éste no
decía nada siguió.- Resumiendo el contenido de la misiva baste decir que
planean liberar a Napoleón de la isla de Elba.
Royston arqueó sus cejas al tiempo
que una sonrisa burlona se dibujaba en su rostro en clara señal de sorpresa por
aquella noticia.
-¿Estáis seguro? –preguntó con sumo
cuidado, como si no pareciera creerlo.
-La carta así lo dice –le explicó
agitándola en alto para dejar constancia de ello- y además menciona que el
espía francés se encontrará con un misterioso agente francés aquí en Venecia
durante el carnaval.
-¡Qué coincidencia! ¿No creen?
–exclamó Royston.- ¿Y menciona con quien ha de encontrarse? –preguntó con un
toque de curiosidad.
-La Belle Rebelle.
Hubo un momento de calma y silencio
durante el cual ninguno se atrevió a decir nada.
-Mmm. La Belle Rebelle. Ese famoso agente francés a quien nadie jamás ha
visto. Lo saben ¿verdad? Nadie jamás ha conseguido averiguar quién
se esconde detrás de ese nombre –apuntó Royston mirando fijamente ahora a lord
Crawford.
-Exacto. Nunca antes hemos
conseguido atraparla.
Royston sonrió divertido.
-¿Por qué habla de ella en femenino?
Nadie la ha visto jamás. No se sabe quién es, o si es un grupo de agentes de
Napoleón. Yo no le otorgaría ningún género.
- Es una manera de referirnos, ya
que la Belle Rebelle, o la Bella
Rebelde si prefiere hace referencia a alguien del sexo femenino –se explicó
lord Crawford.
Royston se quedó pensativo.
-¿Y cómo pretenden atraparla?
Haciendo que el señor Dufois se haga pasar por el espía francés que entrará en
contacto con la Belle Rebelle?
–preguntó con gesto divertido.
Todos se miraron entre sí mientras
esbozaban una sonrisa de complicidad. Fue Lord Crawford quien se dirigió a
Royston.
-Lo que queremos de vos os hagáis
pasar por el espía francés que nosotros hemos interceptado.
Royston lo miró por el rabillo de su
ojo derecho mientras sopesaba esta opción. Luego esbozó una sonrisa irónica
mientras caminaba con paso lento hacia el grupo de hombres.
-¿Es ese el motivo por el que estoy
aquí y ahora? –preguntó con un tono burlón mientras hacía aspavientos con sus
brazos señalando la sala.
-Así es –asintió Lord Crawford
sereno.- Sois el mejor agente del gobierno británico. Sin duda vos sois quien
mejor puede descubrir y detener a la Belle
Rebelle.
Una nueva sonrisa se dibujó en su
rostro mientras en su cabeza bullían mil y una respuestas que darles a aquellos
hombres.
-Estáis muy seguro de que pueda
lograrlo. Agradezco vuestra confianza. ¿Ha dicho algo interesante el espía?
–inquirió con curiosidad aunque sabía de sobra que no habría abierto la boca.
Lord Crawford negó con la cabeza.
-No ha abierto la boca.
Royston comenzó a pasear por la
habitación una vez más mientras sus manos se situaban detrás de él.
- Lo imaginaba –murmuró mientras
permanecía con gesto dubitativo hasta que sorprendió a todos los presentes volviéndose
hacia ellos de manera enérgica.- Está bien si no entiendo mal pretenden que me
haga pasar por el contacto francés de la Belle
Rebelle. Pero si ni siquiera sabemos quién es…
-Exacto. Usted es único en atrapar
espías franceses –señaló el enviado del zar.
-Sí, pero sabiendo en todo momento
la identidad de mi objetivo. Aquí andamos a ciegas. Y en Venecia y durante el
carnaval. ¿Se hace una idea de la cantidad de gente que habrá en la ciudad
durante esta semana? –le preguntó mirándolo como si no supiera qué estaba
diciendo. – Por no mencionar que la Belle
Rebelle aparecerá bajo algún disfraz. ¡Es una completa locura!
-Sabemos las dificultades que todo
ello entraña, pero debemos saber cuándo y cómo piensan liberar a Napoleón
–insistió lord Crawford.
-Cierto, pero para ello primero hay
que descubrir a la Belle Rebelle
–dijo dando la espalda a los allí reunidos en clara actitud de abandonar la
reunión.
-¿Dónde vais ahora? –preguntó el
señor de Treveris.
Royston se volvió con gesto
divertido en su rostro, pero cínico al mismo tiempo.
-¡Caballeros, estamos en Venecia!
¡Es carnaval! Creo que iré a divertirme un poco –les respondió abriendo los
brazos como si quisiera abarcar todo el salón en el que se encontraban.- Me han
invitado a una de tantas fiestas que se celebran en Venecia.
-Pero… ¿y la Belle Rebelle? –preguntó lord Crawford confundido por su actitud.
-A estas horas estará seguramente
divirtiéndose –les dijo sonriendo mientras se colocaba el sombrero. A
continuación recogió la capa de manos de uno sirviente y se la echó sobre sus
hombros para salir a la calle. Pero antes de marcharse se volvió hacia el
grupo.- Por cierto, entregadme la carta, por favor –pidió a Dufois señalándolo
con su bastón de paseo.- Tal vez haya algún tipo de mensaje oculto.
Los cuatro invitados lo miraron
desaparecer, y luego tres pares de ojos inquisidores se posaron en lord
Crawford.
-No se preocupen caballeros.
Royston nos entregará a la Belle Rebelle –les informó muy seguro de sus
palabras mientras fijaba su mirada en la puerta por donde había salido su
agente.
Royston caminó meditabundo durante
un buen rato cavilando en todo lo sucedido y pensando cómo diablos iba a lograr
hallar a la Belle Rebelle. ¿Cómo se
conseguía atrapar a alguien a quien nunca has visto? ¿Por dónde empezaría? La
fiesta en casa de Máximo prometía ser un buen comienzo a juzgar por la compañía
que solía frecuentar su amigo. Tal vez él supiera algo. Con este pensamiento
encaminó sus pasos de vuelta hacia la Plaza de San Marcos para dejarse
arrastrar por el jolgorio del carnaval.
-¿Conocéis la identidad del agente
francés? –preguntó el estirado hombre con fino bigote mientras entornaba la
mirada hacia la dama, que permanecía sentada frente a él en el asiento del
interior del carruaje. Éste se abría paso con gran lentitud hacia la casa a la
que habían sido invitados con motivo del Carnaval.
-No. No tengo la más remota idea de
quién puede ser –le respondió sin modificar el gesto de su rostro ni un ápice.
-Pero… en ese caso. ¿Cómo lo
encontraréis? –le preguntó contrariado por este hecho mientras se inclinaba
hacia adelante para poder observar con detenimiento el bello rostro de su
compañera.
- En la carta que le envié está la
clave. Me aseguraron que él conoce Venecia así como este palacio, y que no le
sería difícil descifrarla –le dijo muy segura de sus palabras.
El coche se detuvo de repente en
medio del gentío, al tiempo que la música y la algarabía, lo envolvían en una
atmósfera de diversión. El hombre asomó su cabeza por la ventana para comprobar
que efectivamente habían llegado al lugar indicado: el palacio de los Clemenza.
-Aquí es –le informó volviendo la
mirada hacia la mujer mientras observaba como ésta se cubría su hermoso rostro
con una máscara de fantasía en tonos dorados. Luego cubría sus cobrizos
cabellos con la capucha de su capa y procedía a salir del carruaje. El cochero
abrió la puerta y deslizó los dos peldaños para que ella pudiera apearse con
comodidad del carruaje. La elegancia de sus ropajes junto con sus delicados
modales, daban la impresión de que se tratara de una mujer perteneciente a la
aristocracia veneciana. Aguardó a que su acompañante ocultara su rostro bajo la
máscara y se pusiera su sombrero. Después caminaron juntos hacia la puerta del
palacio de los Clemenza.
-Confío en que todo este asunto se
resuelva lo antes posible –susurró el hombre mientras caminaba junto a la
mujer, quien por su parte no respondió, pero si no hubiera llevado la máscara
podría haberla visto sonreír.
Royston penetró en la casa de su
amigo guiado por uno de sus sirvientes. Había decenas de personas, charlando,
bebiendo y bailando por la casa. De inmediato fue conducido hasta el salón
privado donde encontró a su amigo Máximo en agradable compañía. Dos hermosas
mujeres se sentaban en esos momentos sobre sus rodillas mientras ofrecían sus
galanteos. Al verlo, Royson sonrió de manera socarrona. Máximo por su parte a
penas si le prestó atención y sólo cuando éste estuvo delante de él fueron las
dos mujeres las que fijaron sus miradas en él.
-¡Roy! –exclamó sonriendo mientras
trataba de incorporarse. Palmeó a las dos muchachas en el trasero de manera
divertida al tiempo que éstas sonreían de manera pícara. –Podéis retiraros.
Pero una de ellas parecía sentir un
especial interés por Roy. Se acercó hasta él con paso lento mientras sus ojos
chispeaban y se llevaba su dedo a los labios de manera insinuante. Sonreía
divertida mientras dejaba que su cuerpo se rozara con el de Royston. Éste la
contempló en silencio mientras en su rostro se trazaba una sonrisa burlona.
-¿Quieres que me quede? –le preguntó
la hermosa muchacha de cabellos negros.
Royston cogió su mano y llevándola
hasta sus labios depositó un cálido beso mientras su mirada se clavaba
fijamente en la de la bella mujer.
-En otro momento.
La mujer hizo un mohín con sus
labios en claro gesto de fastidio y abandonó la sala junto con su compañero.
- ¿Cuándo has llegado? –le preguntó
Máximo cuando estuvieron a solas.
-Ahora mismo. ¿No me ves? –le
respondió abriendo sus brazos para recibir a su amigo.
Máximo era un joven acaudalado de
Venecia. Libertino, pendenciero y mujeriego.
-Pero ven –le dijo acercándose hasta
una mesa donde aguardaban varias botellas de vino abiertas. Cogió una de ellas
y vertió una cantidad exorbitada de buen vino en una copa de cristal que tendió
a su amigo.
-Por los viejos tiempos –dijo Roy
alzando la copa para brindar y luego sorber un buen trago. – Las cosas marchan
bien ¿eh? ¿Quiénes eran? –le preguntó haciendo un gesto con la cabeza en
dirección a la puerta, por la que acababan de salir las dos muchachas.
Máximo sonrió cínicamente mientras
bebía de su copa.
-Viejas amistades –le respondió sin
darle la menor importancia a este hecho.- Si tienes interés en Lucinda puedo
pedirle que te acompañe después –le dijo con toda intención. Al ver el poco
interés de su amigo lo dejó pasar- Tu repentina carta me sorprendió así que
dime, ¿qué haces en Venecia? –le dijo sentándose mientras lo señalaba con él
índice.
- Estoy de servicio. Me han mandado
llamar para localizar y apresar a un espía francés –le dijo sin más preámbulo.
Podía confiar en Máximo y por ello no tenía reparos en contarle abiertamente lo
que sucedía.
-¿Espía francés? –repitió Máximo sin
salir de su asombro.- ¿Qué quieres decir exactamente con apresar?
Roy miró a su amigo y esbozó una sonrisa
mientras alzaba la copa en alto para dejar que la luz de las velas la
iluminara y permitiera ver su contenido.
-Corre el rumor de que intentarán
libertar a Napoleón de la isla de Elba.
Máximo escuchaba en silencio
mientras miraba a su amigo de reojo.
-¿Lo dices en serio?
-Tan en serio como que he venido a
Venecia para evitarlo.
-Pero es imposible escapar de Elba
–le hizo ver Máximo a su amigo. Pero al ver el gesto de seriedad en su rostro
comprendió que no era una broma- ¿Hay entonces un complot para liberar al
emperador? –le preguntó con preocupación en su voz.
- Napoleón cuenta con infinidad de
seguidores. No es una locura del todo intentarlo.
-Si eso sucediera, me refiero a que
si Napoleón volviera a Francia…
-Por eso debo impedir que ese hecho
se produzca.
- Pero ¿cómo? ¿Acaso sabes cómo se
va a producir?
-Lo único que tengo es esta nota –le
dijo extrayéndola del bolsillo de su chaqueta.- El hombre al que se la
encontraron no ha dicho nada.
Máximo tomó la nota en su mano y la
leyó.
-Mmm las instrucciones no parecen
muy claras aunque… -se mantuvo pensativo durante unos segundos en los que
parecía estar dándole vueltas al contenido.
-¿Consigues descifrar el mensaje?
–le preguntó Roy intrigado.
- Parece ser que el prisionero va a
encontrarse con un agente francés aquí en Venecia y durante el Carnaval, eso es
obvio.
-Ya lo sé. Pero ¿hay algo más?
–preguntó impaciente Roy.- He venido a ti porque aparte de ser mi amigo,
siempre se te han dado bien descifrar mensajes.
-El lugar no está muy claro y luego
está la palabra “clemencia” que no sé muy bien que tiene que ver aquí. Déjame
pensar un momento…-le pidió mientras fruncía el ceño e intentaba asociar
aquella palabra que no casaba con el resto de la carta.- ¡El palacio Clemenza!
-¿Existe un palacio con ese nombre?
-Sin duda. Es el lugar donde se
celebra el más fastuoso carnaval de la ciudad.
-Eso significa que nuestro agente
acudirá a esa fiesta. Pero aún así no sabemos de quién se trata. ¿Un hombre o
una mujer? Una vez en el palacio Clemenza, ¿a quién buscaremos?
-“Cuando el día exhale su último
suspiro junto al espejo enmarcado en piedra buscad el favor del águila” –recitó
Máximo.
-¿Te dice algo ese enigma?
Máximo sacudió la cabeza. No era
capaz de descifrar aquel mensaje.
-Desconozco en estos momentos su significado.
Cuando el día exhale su último suspiro, puede ser la medianoche.
- ¿Y el espejo?
-Tal vez alguna sala del palacio
contenga uno.
-Entonces habría que ir y
averiguarlo. Buscar un espejo con un marco de piedra.
-¿Y el favor del águila? –preguntó Máximo
sin encontrar sentido a aquellas palabras.
-¿Un adorno con esa forma? Pudiera
ser que el espejo se encuentre dentro de un marco con forma de águila. En
cualquier caso deberíamos apresurarnos e ir al palacio Clemenza para iniciar
nuestra investigación.
Máximo resopló mientras se preparaba
para arreglarse y acompañar a su amigo.
-¿Y qué pasa si me he equivocado al
descifrar el mensaje? –le preguntó deteniéndose delante de Roy.
-Tú no tienes por costumbre
equivocarte –le dijo palmeándole en la espalda.- Apresúrate.
La fiesta en el palacio de los
Clemenza estaba en todo su apogeo y esplendor mientras la hermosa mujer se
deslizaba con elegancia por las diversas habitaciones y cámaras. Seguida de
cerca por el hombre de fino bigote.
-Se os nota inquieta.
-Tan solo quiero que pase el tiempo
para poder encontrar a mi confidente.
El hombre no dijo nada si no que se
limitó a seguirla como si fuera su propia sombra.
En ese mismo instante, Royston y
Máximo hacían su entrada en la casa. Saludaron a los lacayos que había en la
puerta y se colaron en el interior.
-¿Por dónde empezamos? –preguntó
Máximo caminando sin dirección.
-De momento echaremos un vistazo a
toda la casa. Esto me estorba –dijo quitándose la máscara para poder ver mejor.
La guardó en un bolsillo interior de su capa y procedió a inspeccionar el
palacio de los Clemenza.
La gente bailaba ataviada con sus
fastuosos trajes y joyas. Algunos estaban más centrados en beber o simplemente
en charlar. Royston deambuló por toda la casa en busca de un espejo que se
ajustara a la descripción de la nota.
-¿Buscáis algo? –le preguntó una voz
de mujer amortiguada por la máscara que cubría su rostro.
Royston se volvió para enfrentarse a
ella. La miró contrariado por aquella pregunta y después su mirada la recorrió
de los pies a la cabeza. Lucía un tocado de pedrería que parecía más
brillante cuando la luz le caía de plano. Su mirada fue descendiendo por la
máscara que cubría su rostro. Era blanca con los ojos y los labios perfilados
en dorado mostrando una sonrisa enigmática. Siguió bajando hasta que sus ojos
fueron prisioneros de aquel voluptuoso escote de piel suave y blanca sobre el
que reposaba una figurita con forma de pájaro. Entrecerró sus ojos para verlo
mejor pero la mujer se lo impidió ocultándolo con su máscara una de la que
llevaban un soporte para sujetarla con la mano.
-Sois algo atrevido al mirar de esa
manera tan descarada a una dama –le espetó furiosa mientras sus ojos verdes
brillaban con una mezcla de rabia pero de agrado a la vez.
Royston se fijó ahora en aquel
rostro de trazos finos que mostraba su enojo por la situación. Su ojos lo
atrajeron en demasía, pero fueron su labios color del coral quienes captaron
por completo su atención. Sonrió como un cínico pensando que si se había
enojado porque su mirada se hubiera detenido más de la cuenta en su pronunciado
escote, ¿qué haría si la besara allí mismo delante de todos?
-Me ha llamado la atención vuestro
adorno. Aunque claro imagino que no me vais a creer.
-Sois algo descarado –le interrumpió
encarándose con él mientras un tirabuzón rebelde escapaba del cautiverio de las
horquillas y ahora flotaba libre junto a su mejilla encarnada.
Roy se extendió su mano hacia éste y
tras capturarlo con dos dedos lo devolvió a su lugar con exquisita delicadeza.
La mujer sintió un estremecimiento leve en su cuerpo cuando sintió los dedos de
Roy acariciando levemente su mejilla. Ahora sus bocas estaban separadas por
escasos centímetros y el aroma de su perfume lo envolvía peligrosamente. Roy
sonrió burlón mientras se apartaba ligeramente. Por un instante su mirada se
fijó en un hombre alto y delgado de fino bigote que se situaba en todo momento
junto a la mujer.
-En ese caso os pido disculpas,
siempre que me digáis vuestro nombre –le dijo con un tono de voz bajo.
La mujer entrecerró sus ojos como si
fuera a fulminarlo allí mismo, pero el atractivo de éste se lo impedía.
-¿Por qué deberías decíroslo? –le
preguntó apartándose de él para contemplarlo de cuerpo entero.
-Porque así podré pediros disculpas
de manera apropiada.
La mujer sonrió divertida.
-No sois más que un bufón. Dejadme
pasar –le dijo con autoridad mientras Roy la interceptaba.
-Volveremos a vernos –le susurró
mientras clavaba su mirada en la de ella con intensidad y sentía que la sangre
le hervía.
La vio alejarse mientras miraba por
encima de su hombro y sonreía con picardía. La mujer se alejó con la máscara en
la mano, sin preocuparse por ocultar su identidad. Máximo se apoyó en la pared
mientras cruzaba los brazos sobre su pecho y emitía una tonadilla.
-A decir verdad es una belleza de
mujer, aunque algo arisca, ¿no crees? –le preguntó a Royston mientras éste no
dejaba de verla alejarse.- Veo que te muestras interesado en ella.
-Mmmh Estaba pensando en la figurita
que llevaba en la cadena y que descansaba en su escote.
-¿Seguro? –le preguntó sin creerlo
del todo.- Yo creo más bien que te has fijado en sus prominentes atributos más
que en la cadenita que pendía de su cuello.
-Era un águila –dijo mirando a
Máximo con detenimiento.
- Estás insinuando que…
-“Buscad el favor del águila”,
¿recuerdas? –le comentó a Máximo citando la frase clave de la carta.
Máximo sonrió divertido mientras se
acercaba a su amigo.
-Sí, sí. Ya sé qué favor buscas en
esa mujer –le dijo con toda intención.- Anda vamos a por una copa de vino.
Roy arqueó sus cejas en clara señal
de sorpresa pero accedió a la invitación de Máximo mientras en su cabeza seguía
dándole vueltas a la efigie del águila en el escote de aquella hermosa mujer.
-Será mejor que os calméis –le dijo
el hombre del fino bigote a la mujer mientras se alejaban de Roy.- Ahora
debéis centraros en vuestra misión.
La mujer ni siquiera dijo una
palabra, o hizo un gesto. Caminó entre los invitados hasta un rincón apartado
donde poder calmarse. Su respiración se había agitado debido a la presencia de
aquel hombre, y su manera de mirarla. Tan directa. Tan explícita. En un gesto
involuntario dejó que su mano se posara sobre el escote de su vestido donde
descansaba el diminuto colgante en forma de águila de oro. ¿Era verdad lo que
le había dicho acerca de que se había fijado en éste? No lo creía. Sabía
perfectamente lo que aquel hombre estaba mirando. Se mordió el labio inferior
en clara señal de preocupación y cierta desconfianza. ¿Había dicho aquello por
algún motivo en especial?
-¿Puedo ofreceros una copa de vino?
–le preguntó el hombre preocupado en todo momento por el bienestar de la mujer.
Ella sacudió la cabeza en sentido
negativo. No tenía ganas de beber nada, tan solo seguía obcecada en rememorar
lo ocurrido. ¿Habría sido fruto del azar haberse tropezado con aquel hombre, o
estaba todo preparado? ¿Y si él fuese el agente de Napoleón y por ello hubiera
preguntado por el águila? Pero no estaban en el lugar indicado en la
carta. Ni eran más de las doce. Así que definitivamente él no tenía nada que
ver con su presencia allí en aquella fiesta.
Royston y Máximo continuaron recorriendo la casa en
busca de un espejo con marco de piedra. Cada habitación que visitaban y cada
salón en el que entraban les parecían idénticos. Pero el afán de Royston por
encontrar el mencionado espejo no decrecía pese a todo. O tal vez fueran sus
ganas de volver a encontrarse con la mujer. Debía admitir que el hecho de que
llevara un águila pendiendo de una fina cadenita no se le había ido de su mente.
Es más aún pensaba que ella tenía algo que ver en todo aquel asunto.
-Dime una cosa Royston –le dijo
Máximo captando la atención de su amigo, quien desvió su mirada de las personas
a las que fijamente parecía estar escrutando para fijarla en la de su amigo.-
¿No la estarás buscando a ella?.
-No –respondió de manera tajante y
rotunda mientras su mirada se volvía fría.
-Por tu manera de moverte por el palacio debería decir
que pareciera que la buscaras a ella más que dedicarte a resolver el misterio
–le comentó con toda intención buscando la reacción de su amigo.
-Lo único que ahora me interesa es
dar con el agente de Napoleón. Entregarlo a Lord Crawford y después divertirme
durante toda la semana. Eso es lo único que me preocupa.
- Se te ha pasado por la cabeza que
ella pudiera ser...
- Sí, claro que se me ha pasado –le
dijo con un tono que dejaba entrever cierta preocupación.- Ya te he comentado
lo del águila...
-¿Y qué harías en ese caso? –le
preguntó mientras el gesto de su rostro se tornaba pensativo.
Royston miró fijamente a su amigo.
Aquella pregunta no había querido hacérsela él mismo porque sabía el dilema en
el que se vería. Echó un vistazo al reloj y comprobó lo rápido que estaba
pasando el tiempo.
-Ya casi es media noche –comentó
algo alarmado por este hecho.
-Y no hemos encontrado la solución
al “espejo enmarcado en piedra” –apuntó Máximo.- Pero ¿dónde está?
Royston sacudió su cabeza confundido
por todo esto.
-No debí aceptar el encargo.
-Oh, vamos. Nunca ha desistido en
estos asuntos por muy complicados que hayan sido. ¿Recuerdas a aquella trama
que desentrañaste para acabar con el duque de Suffolk? Oh, venga amigo. Eres el
mejor agente del gobierno británico.
-Necesito aire. Voy a dar un paseo
por el jardín. Si te enteras de algo házmelo saber.
-Descuida.
Royston salió al jardín que
circundaba el Palacio Clemenza en busca de aire pero también buscaba aclarar
sus pensamientos algo enmarañados desde que ella había aparecido. Se dio cuenta
que al final ella se había marchado sin decirle su nombre. Sonrió burlón y
divertido por este hecho mientras avanzaba por el camino de losetas claras. La
noche estaba en calma, la luna aparecía ahora en lo más alto de un cielo
despejado. El aroma de los jazmines impregnaba todo el paseo al final del cual
se vislumbraba una pequeña fuente de la que manaba un chorro de agua. La música
de la orquesta contratada para la ocasión flotaba en el ambiente
entremezclándose con las risas de los invitados. ¡El carnaval en su máximo
apogeo!
Siguió caminando absorto en sus pensamientos
y por ello no la vio hasta que casi estuvo delante de ella. Permanecía de
espaldas a él con sus cabellos recogidos a excepción de varios mechones que
flotaban libres mecidos por el ligero viento nocturno. Era ella. ¡Sí!
Pero, ¿qué hacía allí? Rápidamente buscó con su mirada a su acompañante, pero
no lo vio por ningún lugar. Se detuvo de inmediato para contemplarla en
silencio justo en el momento en el que ella se volvió al escuchar sus pasos
acercarse. Se sobresaltó al reconocerlo, y Royston fingió que no la había
reconocido y por eso se quedó petrificado ante aquella imagen. No sabía qué
decir o que hacer. Sólo deseaba que ella no se desvaneciera en la noche como si
fuera una imagen proyectada por su imaginación. Percibió que sus ojos refulgían
con una intensidad jamás antes vista en una mujer. Su mejillas se tiñeron
al momento mostrando su estado de agitación y nerviosismo. ¿Tal vez por
volverlo a ver? ¿Tal vez porqué había interrumpido algo? ¿Una cita clandestina?
¿Una... reunión de estado? se preguntó midiendo el sentido y significado de sus
palabras. La mujer lo contemplaba ahora con curiosidad mientras lo veía avanzar
despacio en su dirección. ¿Sería aquel engreído su contacto para salvar al
emperador? No, aquel descarado hombre no podía ser alguien que confabulaba para
liberar a Napoleón de su cautiverio de la isla de Elba. Aquel no era más que un
libertino en busca de una presa que llevara a sus habitaciones para pasar la
noche. Lo observaba con calma estudiando cada uno de sus gestos, de sus
movimientos tratando de vislumbrar algún detalle que le indicara quien era y
qué hacía allí a esas horas. Sintió como su respiración se agitaba ante su
cercanía.
-Sois toda una aparición –le dijo
cuando estuvo junto a ella.
-¿Qué hacéis aquí? –le preguntó con
cierto tono de reproche mientras entrecerraba sus ojos escrutando su rostro.
Debía liberarse de él a toda costa no fuera a aparecer su contacto y se
marchara al verla en su compañía.
Royston la contemplaba mientras ella
se apoyaba levemente sobre el borde de piedra de la fuente. Por un instante su
mirada se quedó fija en la de ella sin saber qué decirle. Tal vez la intensidad
con la que ella lo contemplaba lo estaba intimidando. O tal vez fuera que por
primera vez una mujer lo dejaba sin palabras.
-Salí a dar un paseo. ¿Y vos?
-Sentía necesidad de respirar aire
–mintió pues ese no era su verdadero motivo. Evitó en todo momento su mirada
buscando tras él la aparición de su cita. Royston se percató de este hecho.
-¿Esperáis a alguien? –le preguntó
captando de nuevo la atención de aquella mirada tan enigmática.
-¿Qué os hace pensar en ello? –le
preguntó picada por la curiosidad de aquella pregunta. Ahora entornaba su
mirada mientras pensaba una vez más si él sería su contacto.
-A juzgar por la inquietud que
mostráis, yo diría que en verdad esperáis a alguien –le aclaró sonriendo de
manera cínica.- ¿Una cita tal vez? –le preguntó mientras el rostro de ella
parecía más risueño. Como si aquella pregunta le provocara diversión y le
causara risa.- ¿Vuestro esposo? –insistió observando como ella sonreía burlona
por aquella pregunta.- Ah entonces un amante –apuntó Royston señalándola con su
dedo mientras ella sonreía abiertamente por aquellos comentarios tan
fantásticos.
-A quien yo espere no es de vuestra
incumbencia. Y ahora os pediría que me dejaseis sola –le dijo con cierto desdén
en el tono de su voz mientras volvía el rostro hacia los parterres.
- Cierto. Luego es verdad que
esperáis a alguien –le dijo mientras se apoyaba sobre el borde de la fuente de
piedra y la observaba caminar sin alejarse del lugar.
Ella se sentía confundida por todo
los acontecimientos que se estaban desarrollando esa noche. La presencia de
aquel hombre, atractivo por otra parte, la ponía nerviosa y la enfurecía porque
pensaba que lo único que buscaba era seducirla. Y mientras él estuviera allí su
misión estaría destinada al fracaso. De manera que se volvió decidida hacia él
en un intento por ahuyentarlo.
-Es verdad –comenzó diciendo
mientras inspiraba y lo miraba fijamente.- He quedado con alguien en este lugar
y si no os marcháis...
-Lo sabía –asintió Royston agitando
su dedo en dirección a ella.
-Bien entonces espero que seáis un
caballero y que me dejéis sola –le pidió mientras caminaba hacia el otro
extremo de la fuente.
Royston de quedó pensativo. Era
cierto que tenía una cita en aquel lugar. Era media noche, estaban solos y una
locura se cruzó por su mente. Sólo había una manera de saber si era ella la
persona que estaba buscando. Una corazonada le dijo que lo intentara. Se incorporó
del borde la fuente apoyando sus manos sobre éste y entonces se detuvo. Su
mirada cayó de plano sobre ésta y después sobre las cristalinas aguas. Vio el
reflejo de ella nítido como si de un espejo se tratara. Luego fue consciente de
la rugosidad de la piedra bajo las palmas de su manos. La miró con decisión
mientras comenzaba
- Cuando el día exhale su último
suspiro junto al espejo enmarcado en piedra buscad el favor del águila –recitó
lentamente dejando que las palabras flotaran en el aire para que se deslizaran
hacia los oídos de ella.
Aguardó pacientemente su reacción.
La mujer se quedó paralizada. No era capaz de mover ni un solo músculo.
Aquellas palabras. Aquellas palabras eran la clave para reunirse con el hombre
que...Lentamente movió la cabeza en dirección a Royston siendo consciente de lo
que acababa de escuchar de sus labios. Entornó sus ojos verdes para clavarlos
en los de él y comprobar si aquello era una nueva treta suya para halagarla.
Pero no podía serlo puesto que sólo ella y su contacto conocían el significado
de aquellas palabras. Sintió que su corazón se aceleraba por momentos en lo
cuales no sabía como reaccionar. Su sangre fría demostrada en otras situaciones
como aquella no parecía estar dando resultado. Y todo porque...
-¿Qué habéis dicho? –le preguntó con
cautela, midiendo sus palabras en todo momento mientras entrecerraba sus ojos
escrutando su rostro.
- Cuando el día exhale su último
suspiro junto al espejo enmarcado en piedra buscad el favor del águila –repitió
con toda intención puesto que acababa de darse cuenta que todo parecía indicar
que ella era la persona que andaba buscando. Y de pronto un sudor frío recorrió
su espalda.
Se acercó a él lentamente midiendo
cada uno de sus pasos. No podía fiarse del todo. Podría tratarse de una trampa.
Ahora estaba a escasos dos pasos de él sintiendo su intensa mirada sobre ella.
Intimidándola en ciertos momentos. Provocándole mil y un sentimientos
encontrados.
-¡Venid por aquí! ¡Por aquí deben de
estar! –dijeron varias voces.
-¿Dices que el prisionero por fin
habló?-preguntó otra voz.
-Sí, sí. Finalmente nos rebeló el
lugar donde se encontraría con el espía francés.
Royston la miró fijamente un solo
instante. Luego la atrajo hacia él con una mezcla de fuerza y determinación que
la sorprendieron por completo. La arrastró hacia un rincón cubierto de setos
altos para que no pudieran verlos. Sentía su cuerpo delicado sobre el de él.
Pareciera que la fuerza de su cuerpo fuera a cortarle la respiración de un
momento a otro. Un rayo de luz se abrió paso entre las ramas de los árboles
mostrando el rostro de ella con una claridad jamás antes vista. Royston se
inclinó sobre sus labios y la besó con urgencia, con deseo mientras la
estrechaba con fuerza contra su cuerpo. El beso fue correspondido de manera inusitada
y pronto Royston sitió la suavidad de los labios de la espía sobre los suyos.
Sus manos aferrándose a sus brazos para sujetarse mientras una ola devastadora
de pasión inundaba todo.
-Vaya, mirad una pareja de
tortolitos –dijo alguien en claro sentido de chanza mientras pasaban de largo.
-Sigamos buscando –dijo otra voz
Siguieron entrelazados besándose aún
después de que el grupo se hubiera marchado. Como si ambos desearan que aquel
beso no terminara nunca. Que se prolongara hasta el amanecer y más allá aún.
Cuando por fin se separaron Royston enmarcó el rostro de ella entre sus manos.
-¿Me diréis vuestro nombre ahora?
–le preguntó en un susurro mientras contemplaba su rostro y sus labios
sonrosados. Sus pupilas parecían dilatadas y más luminosas que antes.
- Claire –respondió en un susurro.
-Claire –repitió él susurrando su
nombre con ternura.- Es mejor abandonar el palacio cuanto antes.
-¿Sois entonces un agente francés?
–le preguntó recelando aún de lo sucedido, y de la identidad de él.
Royston no dijo nada. Simplemente se
limitó a asentir levemente mientras cerraba sus ojos como si no quisiera ser
testigo de la mentira.
-Necesitamos abandonar la casa. ¿Y
vuestro hombre?
-No os preocupéis por Laurent. Sabe
cuidarse. ¿Y el vuestro?
-Él también sabe cuidarse.
-En ese caso sería conveniente
abandonar el palacio cuanto antes. Iremos a mi casa en Venecia.
-No –dijo Royston muy seguro
mientras ella lo miraba sin comprender su negativa.- Es mejor que vayamos a un
lugar más seguro.
-¿Vuestra casa? –le preguntó
arqueando con malicia su ceja derecha dejando claro que no jugaría a su juego.
-Tampoco. Alguien podría sospechar
de mi y acudir a registrarla –mintió mientras pensaba en llevarla a sus
alojamientos cerca de la Plaza de San Marcos.
Claire se quedó pensativa durante
unos instantes mientras observaba el rostro de Royston con detenimiento. Era
atractivo, sus cabellos negros caían revueltos sobre su frente mientras sus
ojos grises parecían mostrarle confianza. Recordó por un momento su manera de
abrazarla, de estrecharla contra su cuerpo y su beso apasionado al que ella no
había sido ajena.
-En ese caso será mejor que nos
marchemos. Tenemos asuntos que tratar cuanto antes –sugirió Claire mientras
recomponía sus cabellos hasta que sintió las manos de Royston sobre las suyas.
-Dejaros el cabello suelto. Os
favorece –le dijo mientras esgrimía una sonrisa seductora que sorprendió a
Claire. Agradecida por el cumplido sonrió.
-Desconocía esta faceta en los
espías –le dijo sonriendo burlona mientras pasaba a su lado. Se volvió sin
embargo mirándolo por encima del hombro para comprobar que la seguía.- Aún no
sé vuestro nombre.
-Sebastien –respondió con el primer
nombre que vino a su mente.
-Bien Sebastien. Es hora de partir
–le dijo cubriendo su rostro con su máscara.-Sería conveniente cubriros con la
máscara.
Royston sonrió y siguió su consejo.
Abandonaron el jardín en dirección
al palacio. Se mezclaron con todos los invitados sin intercambiar ni una sola
palabra. Pero Royston logró pasar cerca de Máximo. Éste no dio muestras de
haberlo visto aunque en el fondo sabía que se acercaría hasta él. Una leve
inclinación de cabeza por parte de Royston bastó para que Máximo comprendiera
cual era la situación. Aún así deslizó su anillo en su mano al pasar. Sabia lo
que aquello significaba.
Claire abandonó el palacio en
compañía de Royston. Su hombre sabía perfectamente lo que tenía que hacer una
vez que ella hubiera contactado con el agente francés. Desaparecería del
palacio y de Venecia al día siguiente sin dejar rastro.
Caminaron por las calles hasta
llegar al embarcadero. Royston susurró algo al gondolero. Se acomodaron en los
asientos aterciopelados sintiendo cada uno el roce del cuerpo de su
acompañante. Royston volvió el rostro para contemplarla una vez más mientras ella
seguía mirando al frente, a la oscuridad de la noche iluminada por una especie
de luciérnagas en forma de faroles encendidos.
Royston la
condujo hasta una casa apartada del centro de Venecia. No le dijo que era
en realidad la de su amigo Máximo. Penetraron en un patio amplio que conducía a
la puerta principal de la casa. Royston la abrió extrayendo una llave del
interior de su capa y después dejó pasar a Claire a su interior. Máximo había
dado orden a los criados de marcharse al carnaval de modo que la casa se
encontraba vacía. Claire se quedó quieta mientras aguardaba que él
entrara y encendiera alguna vela. Royston cogió un candelabro con cinco brazos
y tras proceder a encenderlo condujo a Claire hacia una habitación con sillones
forrados en terciopelo rojo y una chimenea hecha toda en mármol, donde ahora
Royston encendía un fuego para calentar la estancia. Claire lo miraba hacer con
gran destreza mientras una sensación extraña la invadía por dentro. ¿Qué clase
de hombre era?
Royston se incorporó cuando comprobó
que el fuego crepitaba y las llamas comenzaban a crecer devorando la madera. Se
volvió hacia Claire, cuyo rostro y cabellos ahora parecían relumbrar más debido
a la luz que arrojaban las llamas.
- ¿Vino? –le preguntó cogiendo dos
copas y una botella de un mueble que había junto a la chimenea.
-Si. No vendrá mal para entrar en
calor.
-No te preocupes. La habitación
pronto será más acogedora.
Claire se sentó en uno de los
sillones sin apartar la mirada de Royston mientras aguardaba a que él comenzara
a hablar. Éste se apoyó sobre la repisa de la chimenea sintiendo el calor del
fuego mientras sorbía un trago de vino y su mirada quedaba fija en la mujer
encargada de libertar a Napoleón de Elba.
-Así que tú eres la famosa Belle
Rebelle –comenzó diciéndole mientras la miraba con curiosidad.- El escurridizo
espía francés que trae en jaque a todas las naciones de Europa.
Claire sonrió complacida por el
cumplido.
-Aunque no sabía que dicha espía
fuera tan hermosa. Haces honor a tu sobrenombre la “Bella Rebelde” –le dijo
alzando la copa en su honor antes de beber de ésta.
-¿Vas a mostrarte igual de engreído
que en nuestro primer encuentro? –le preguntó con un toque de sarcasmo en su
voz.
-No. No hace falta. Es más, de haber
sabido que eras tú no lo habría hecho. Imagino que tendrás una imagen de mi...
-No eres más que un libertino
seductor. Da igual que yo sea quien soy, ¿has olvidado la escena del jardín?
–le recordó mientras lo miraba por el borde de su copa y Royston sonreía.- Fue
una casualidad que dijeras las palabras adecuadas en el momento oportuno.
-Cierto. Estaba algo confundido con
aquel misterioso acertijo –le dijo restando importancia.
Claire se quedó mirándolo en
silencio y asombrada por su confesión. Juraría que él conocía perfectamente el lugar
donde deberían encontrarse puesto que conocía el palacio de Clemenza. ¿Por qué
había dicho ahora esto?
Royston se acercó a ella avanzando
lentamente sobre la mullida alfombra de tonos ocre y verde hasta situarse a
escasos pasos de ella. Podía aspirar su aroma, podía sentir su respiración y
como el pulso le latía en el cuello. Deseó posar sus labios allí mismo y
dejarlos resbalar lentamente por la curva hasta su hombro trazando su contorno.
Claire lo contemplaba de manera enigmática observando cada movimiento mientras
en su interior el deseo de tenerlo a su lado era cada vez mayor.
- Dime, ¿qué beneficio sacas tú de
liberar al emperador?
La pregunta la cogió desprevenida.
No lo esperaba ya que el beneficio sería el mismo para ambos. Sonrió confundida
pero respondió.
-Si el emperador regresa a Francia
pronto volverá a restaurar su poder y su hegemonía sobre Europa.
-Cierto en lo primero –puntualizó
Royston volviendo hacia la chimenea para dejar la copa sobre la repisa. Se
volvió con sus brazos cruzados sobre su pecho sin apartar la mirada de ella.
Claire lo observó confundida por aquella afirmación.- Y en desacuerdo en lo
segundo.
-No te comprendo –puntualizo
tuteándolo por primera vez.
-No creo que el emperador pueda
recuperar la hegemonía en Europa con las alianzas que se están formando.
-¿Crees que el emperador es ajeno a
ello? -le preguntó Claire con un tono de molestia en su voz como si mostrara su
desacuerdo con Royston.
-Desconozco la información que el
emperador posee. Pero si te digo que libertarlo podría ser su derrota
definitiva.
Claire lo miró confundida por
aquellas palabras. Pareciera que él no estuviera a favor de liberar a Napoleón
sino de todo lo contrario. Por un momento se sintió traicionada por haber
permitido que la besara momentos antes. Y sintió rabia por haberse permitido la
licencia de pensar en él como mujer y no como espía. Royston comprendió que la
situación podría escapar a su control si no la reconducía. Tal vez el hecho de
haberse mostrado tan radical en sus palabras pudiera hacer que ella
desconfiara.
-Dime, ¿has venido solo a Venecia?
–le preguntó cambiando el tema mientras se veía como se acercaba hasta ella y
se sentaba a su lado. -Ya escuchaste a los hombres. El prisionero había
confesado –le recordó Claire apoyando su brazo en el sillón y quedando de lado
a Royston.-¿Venía contigo?
-Sí –le respondió volviéndose
para quedarse mirándola de manera fija e intensa mientras en su mente sabía a
quien se estaban refiriendo. ¿Tal vez el verdadero agente francés había
confesado finalmente? Pero, ¿por qué habían acudido a detenerlos? Podrían haber
buscado la manera de informarle. No le quedaba nada claro lo que estaba
sucediendo. Ahora debería improvisar sobre la marcha y parecer convincente a
ojos de Claire o todo se vendría abajo.- Vinimos juntos desde Bélgica.
-¿Y cuando lo apresaron? –le
preguntó alarmada por aquel contratiempo.- ¿Por qué no me lo dijiste?
-No lo sé. Nos separamos al llegar a
Venecia. Yo fui en busca de mi amigo y no he vuelto a saber de él.
-¿Y el hombre que te acompañaba esta
noche pudo haberlo delatado? –inquirió Claire temiendo que algo raro sucedía ya
que la misteriosa aparición de Royston en la fiesta y su historia tan
atropellada no parecía tenerse en pie.
-Mi contacto en Venecia. Un viejo
amigo.
-¿Confías en él?
Royston se incorporó hasta quedar
sentado de frente a ella mientras se empapaba en su belleza. Su pecho subía y
bajaba de manera agitada tal vez por la situación vivida aquella noche, pensó
Royston mientras sentía la necesidad de volverla a besar.
-Claro que confío en él.
“Es en mi en quien no confío porque
estoy a punto de cometer una auténtica locura”, se dijo.
-Pero dime, ¿cómo planeáis liberar
al emperador? Elba es prácticamente inexpugnable.
-Hemos sobornado a varios hombres
para que lo hagan.
-¿Son de confianza?
-Son leales al emperador. Con eso
nos basta –respondió Claire quien por primera vez comenzaba a confiar en
Royston ante su interés por la misión.
-¿Cuándo se producirá dicha fuga?
-En cuanto todo esté más calmado.
Hay rumores acerca de que queremos libertarlo. Es por ello que sería
conveniente dejar pasar unas semanas antes de poner todo en marcha. Me dijeron
que me entregarías el plano de la isla y los accesos –le recordó Claire
confiada en que Royston se los daría.
Éste la miró confundido por este
hecho. ¡No le habían dicho nada a este respecto! Debería idear algo rápidamente
o ella sospecharía.
-¡Maldita sea! Los tenía el hombre
que apresaron –dijo apretando los dientes como si en verdad estuviera
enfurecido por este hecho.
Claire se quedó muda una vez más
ante las explicaciones de Royston. Cada vez estaba más segura que había algo
extraño en todo aquello. Se revolvió en su asiento algo incómoda pero no perdió
la compostura en ningún momento. Quería saber que ocultaba Sebastien, si ese era
su verdadero nombre.
-Si lo han cogido los ingleses
estamos perdidos. Ahora sabrán qué pretendemos –le dijo algo alterada aunque en
el fondo estuviera tranquila, ya que se estaba limitando a ponerlo a prueba.
-No lo sabemos a ciencia cierta –le
dijo tratando de calmarla.- He sido un estúpido al confiar en él.
Claire permanecía en silencio
dándole vueltas a todo lo que estaba sucediendo así como a la información que
él le estaba proporcionando. ¿Era un farsante? ¿Un traidor? ¿Qué sabía él de
Elba?
-Todo queda en suspenso por ahora
–comenzó diciendo- sin esos planos y los accesos a Elba....
-¿Pero y los hombres que habéis
sobornado? –preguntó confundido Roy mientras la contemplaba
-Necesitan esos planos para acceder
a la isla. Por eso era importante que yo los tuviera hoy mismo. Para
entregárselos y que estudiaran el litoral. Pero ahora ya da igual –dijo dejando
la copa de vino sobre la mesa baja del salón.- Todo da igual. Perderemos un
tiempo maravilloso para liberar al emperador.
Royston se debatía entre el deber de
abortar aquella misión en calidad de espía británico, pero al mismo tiempo la
atracción que sentía por Claire le hacia más complicado cumplirla. Se había
metido en un callejón del que parecía no haber salida. Si ayudaba a Claire a
liberar a Napoleón estaría traicionando a su país; pero si impedía que Claire
llevara a acabo su misión estaría traicionándose así mismo.
-Tal vez sería mejor que abandonara
Venecia –sugirió Claire mirando de reojo el comportamiento de Royston.
-¿Crees que corres peligro?
-Tal vez. Dímelo tú –le espetó
retándolo con la mirada firme mientras recordaba la manera en la que la había
besado y su cuerpo se estremecía y ansiaba que lo repitiera.
-¿Yo? Sólo conozco un peligro que
puedes correr –le dijo acercándose a ella con intención de volverla a besar.
Claire sonrió y permitió que Rosyton
se acercara hasta sentir que sus manos la rodeaba por la cintura. Luego sus
miradas se confundieron en una sola hasta que sus bocas se unieron y todo fue
deseo. Claire sintió los labios de Royston atrapar los suyos por segunda vez
aquella noche. Sintió sus caricias bajo el corpiño del vestido y como su pecho
se agitaba de manera violenta bajo éste. Royston se dejó llevar por la
situación y profundizó aún más el beso sintiendo la respiración agitada de
ella.
Pero de repente algo no marchaba.
Royston sintió algo que presionaba sus costillas de manera incesante
produciéndole dolor. Se separó lentamente de Claire sin apartar su mirada del
rostro de ella. Dibujada en éste había una expresión que nada gustó a Royston.
Pero si cabe, la cosa se puso peor al comprobar que lo que le producía el dolor
era el cañón de una pistola que Claire esgrimía.
-Ahora vas a decirme quien eres. Por
que si de algo estoy convencida es de que no eres un partidario de Napoleón –le
dijo levantando el arma para apuntarlo directamente ante el gesto de
perplejidad de Royston.
Su mente se vio forzada a trabajar
deprisa si no quería que Claire dispara contra él. Aunque ¿la creía capaz de
hacer una cosa así? Por si acaso no tentaría a la suerte no fuera a ser que
perdiera su vida. La miró perplejo mientras levantaba las manos en alto dando
muestras de que se rendía y de que no disparara. En ese momento las cosas
cambiaban totalmente y lo primero que se le vino a la cabeza era ganar tiempo.
Intentar por todos los medios arrebatarle el arma y decididamente abortar su
estúpida pretensión de libertar a Napoleón.
La mirada de rabia en los ojos de
Claire se intensificó a medida que el tiempo pasaba y él no le daba una
respuesta.
-Estoy esperando –le dijo mientras
tiraba hacia atrás del percutor y parecía más decidida que nunca a disparar
sobre él.
Royston sabía que no podía mentirle
puesto que conocía perfectamente sus planes. Decirle que le había seguido el
juego para únicamente seducirla no le bastaría puesto que ¿cómo explicaría el
hecho de conocer la contraseña?
-¿Tal vez eres un espía inglés que
intenta capturarme? –le preguntó con un toque irónico en su voz mientras se
incorporaba lentamente del sillón.- Ten presente que si haces el menor
movimiento para atraparme te prometo que dispararé –le dijo empleando un tono
serio en sus palabras.
-Quédate tranquila. Aprecio bastante
mi vida. Sabed que no lograreis escapar
-Eso está por ver
Claire se había incorporado del todo
del sillón y ahora estaba de pie frente a Royston apuntándolo con el arma de
manera firme y segura. Aunque en su interior sentía una desilusión por haber
descubierto que aquel atractivo hombre era en realidad un farsante, y lo que
era peor alguien contrario a sus intereses.
Sin dejar de apuntarlo recogió su
capa para marcharse.
-No podrás escapar.
-No estás en posición de decidir
nada. Ahora si eres tan amable me vas a dejar marchar a riesgo de saber que
estoy dispuesta a matarte.
-Aún estás a tiempo de enmendarlo
todo. No cometas una estupidez. Napoleón debe seguir en Elba por el bien de
todos –le dijo incorporándose del sillón mientras ella negaba con la cabeza.
-Un paso más y disparo –le advirtió
moviendo su cabeza.
-Pero... déjame que te explique.
-Oh sí. Podrías empezar por decirme
donde está el hombre con quien supuestamente debería haberme encontrado, y que
me iba a entregar los planos de la isla de Elba –le recordó furiosa sintiendo
como la sangre le hervía en su interior producto de la rabia y la desilusión de
haber descubierto el engaño.- Aunque imagino que es el prisionero del que
hablaban en los jardines del palacio de Clemenza. Y que tú te haces pasar por
él.
Viendo que Roy no contestaba Claire
dio por supuesto que así era. Él se había hecho pasar por su contacto, y a fe
que lo había hecho bien hasta que sus respuestas comenzaron a desvariar.
-Date la vuelta Sebastien, o como
quiera que te llames. Y si te vuelves antes de que yo me haya marchado
dispararé. No tengo nada que perder.
-Aún estás a tiempo.
-Si, aún estoy a tiempo de salvar al
emperador. No importa que me hayas retrasado ya que encontraré la manera de
recuperar los planos y seguir con el plan trazado. Y ahora vuélvete –le ordenó
con genio presa de una rabia que parecía no poder contener.
Royston hizo caso a sus palabras por
temor a que en un arrebato de locura le disparara. En cuanto saliera por la
puerta la perseguiría y la encontraría. Ella no conocía Venecia como él. Claire
se acercó lentamente a Royston y levantando la pistola el alta lo golpeó dejándolo
inconsciente en el suelo. Luego se quedó allí de pie durante unos instantes
contemplándolo. Se inclinó sobre él para comprobar que respiraba y tras
localizarle el pulso se sintió reconfortada. No había querido matarlo. Se
incorporó de inmediato y tras echar un último vistazo al salón se marchó
dejándolo solo. Desde el umbral de la puerta lanzó una última mirada a Royston
mientras sentía que su interior se encogía. Cerró la puerta detrás suyo y
emprendió el camino por las calles de Venecía mientras sus ojos se empañaban.
-Roy. Roy. Venga muchacho. Despierta
de una maldita vez.
La voz de su amigo Máximo le parecía
lejana pero a medida que la escuchaba se volvía más y más nítida. Lentamente
abrió los ojos y comenzó a desperezarse. Vio el rostro de su amigo sonriendo
abiertamente.
-Veo que has pasado una buena juerga
eh –le dijo señalando las copas y la botella de vino.- Pero dime, ¿y ella?
¿Dónde está? ¿Y cómo demonios has acabado en el suelo?
Royston frunció el ceño. Estaba
confundido. La cabeza le daba vueltas y sentía un fuerte dolor en la parte de
atrás. Se llevó la mano hasta allí y sintió la leve hinchazón producida por el
golpe de una culata. Se quedó absorto en sus pensamientos y de repente al
recordar lo sucedido se echó a reír.
-Dime, ¿qué es tan gracioso? –le
preguntó Máximo sin comprender que era lo que le sucedía.
-Es una mujer fantástica –fue lo
primero que dijo.
Máximo sonrió en complicidad.
-No me cabe la menor duda, pero
¿dónde está? ¿Tal vez en mi alcoba? –le preguntó sonriendo divertido.
-Se ha escapado –le dijo mientras se
incorporaba del suelo.
-¿Hablas en serio? Pero, ¿por qué?
¿Qué ha pasado?
- Descubrió el engaño.
Máximo se quedó en silencio al
escuchar a su amigo decir aquellas palabras.
-¿Y dónde está? ¿No has logrado
retenerla?
Royston se llevó la mano a la parte
trasera de su cabeza y negó.
-Me engañó haciéndome creer que se
marcharía y que no me girara mientras lo hacía. Pero antes me dejó un bonito
recuerdo aquí detrás.
Máximo comenzó a sonreír hasta que
su sonrisa desembocó en una serie de carcajadas.
-¿Se puede saber de qué te ríes? A
estas horas seguramente se encuentre camino de Francia dispuesta a preparar la
huida de Napoleón. Ella es la famosa Belle Rebelle –le explicó de mal humor.
-No me río de eso –le dijo Máximo
observando el rostro de perplejidad de su amigo.- Si no de que una mujer te
haya vencido. ¿No eras de su agrado? –le preguntó burlándose de él.- Estas
acostumbrado a que las mujeres caigan rendidas a tus pies. Pero a juzgar por la
forma en la que yo te he encontrado.... Diría que esta vez has sido tú quien ha
caído.
Royston esbozó una sonrisa y comenzó
a reír con su amigo.
-Deberías haber visto su gesto de
rabia en su rostro cuando se enteró de todo. ¡Estaba preciosa!
Máximo se quedó callado y perplejo
ante aquella confesión de Royston. Lo miró fijamente sin comprender muy bien si
hablaba en serio o era una de sus burlas.
-¿Me estás diciendo que te gusta?
Que... –se quedó callado esperando que él continuara.
-Claire. Se llama Claire.
-Royston ella es una espía francesa.
Una agente de Napoleón –le dijo intentando hacerle entrar en razón.
-Sé quien es, pero no por ello voy a
rendirme.
-Pero, ¿de qué diablos me estás
hablando? –le preguntó Máximo encogiéndose de hombros sin comprender nada.
-De qué aunque ahora me haya
vencido, pienso encontrarla y cobrarme esta derrota.
Máximo seguía sin poder creer lo que
estaba escuchando. Miró a su amigo de reojo y sacudió la cabeza.
-Tú estás mal. Muy mal amigo.
-Vamos. Será mejor que empecemos –le
urgió mientras lo palmeaba en el rostro.
Claire había conseguido embarcarse
para Francia en el primer barco que zarpó de Venecia. En su interior dos
sensaciones diferentes se agolpaban. Una la de haber fracasado en su misión; y
la otra la de haberse dejado embaucar por un libertino, que no resultó ser la
persona que esperaba. Había confiado en él hasta el punto de seducirlo aunque
creía ser él quien la seducía a ella. Sonrió por primera vez después de horas
de rabia. Recordó su mirada, sus caricias, sus besos... ¿Por qué la había
salvado de los hombres en el jardín? Hubiera sido más fácil delatarla una vez
que supo quien era ella... O ¿por qué no la había retenido e incluso haberla...
matado? Con este pensamiento arribó a las costas francesas horas después de
haberse despedido de él. Ahora tocaba planear la manera de liberar al emperador
y olvidarse de aquel mal nacido, aunque algo le decía que le sería difícil.
La noticia
de la liberación de Napoleón cayó como un jarro de agua fría. Royston se
encontraba en su residencia de Glasgow cuando supo por un comunicado del
gobierno británico dicha noticia. Lo que en un principio pareció una alarma y
un temor pronto se tornó en admiración por una mujer. Sí. Lo había conseguido y
no sabía porqué no le extrañaba. Ella era una mujer decidida, valiente, que
creía en su causa.
Meses
después otra noticia sacudía a toda Europa. Napoleón había sido vencido en
Waterloo y ahora se enfrentaba al destierro forzoso en Santa Elena. Desde allí
sería prácticamente imposible regresar a Europa. Pero lo que más inquietaba a
Royston era la fortuna que habría corrido Claire. Durante los últimos meses no
había logrado sacársela de la cabeza. La había buscado por media Europa dadas
sus misiones pero nunca volvió a verla. Desapareció de la misma manera en que
apareció.
Una mañana
de principios de Octubre Royston salió a caballo por los alrededores de su
casa. El cielo plomizo amenazaba con descargar lluvia y el viento soplaba entre
los árboles despojando las ramas de las hojas que lo cubrían. A lo lejos se podían
vislumbrar una paleta de colores otoñales. Royston sonrió cuando un pensamiento
estúpido cruzó su mente. Pensó si Claire habría tenido alguna vez tiempo para
contemplar un paisaje como aquel. Su imaginación fue más allá y se vio junto a
ella en ese mismo lugar. Al momento sacudió su cabeza para alejar aquellos
pensamientos sin validez. Tras una hora larga de paseo decidió volver a
casa para encontrarse con la visita de Lord Crawford.
- Es extraño
veros por aquí. ¿A qué debo vuestra presencia? –le preguntó Royston
ofreciéndole un asiento.
-No estaría
aquí si la situación no fuera delicada –comenzó diciendo con preocupación Lord
Crawford.
-Bueno, no
irá a decirme que Napoleón ha conseguido escapar de Santa Elena, porque
entonces yo mismo iría a felicitarlo.
-No, no.
Napoleón está muy seguro en su nueva residencia.
-Entonces,
¿cuál es vuestra preocupación?
-El espía
francés conocido como la Belle Rebelle ha logrado huir.
El hecho de
escuchar aquel nombre sobresaltó a Royston.
-¿Habéis
dicho que la Belle Rebelle ha escapado? Desconocía que hubiera sido apresada.
-Así es. La
atrapamos hace algo más de un mes. Pero ha conseguido escapar. ¿Puedo pediros
vuestra colaboración para atraparla? Vos coincidisteis con ella, y podríais
reconocerla.
-Sin duda.
Aunque no sabría por donde empezar.
-Bueno según
parece ha cruzado la frontera a Escocia. Vos conocéis bien este país y a las
gentes. Tal vez...
-Entiendo.
En ese caso haré todo lo que pueda.
- El
gobierno británico quedaría en deuda con vos si la atrapáis.
Rosyton se
quedó pensativo sin escuchar las últimas palabras de lord Crawford. Lo despidió
momentos después para regresar a su despacho y encerrarse en éste. Paseó por el
reducido espacio dando vueltas en su cabeza a aquella información. ¡Claire se
había escapado y estaba en Escocia! Debía encontrarla antes de que lo hicieran
los ingleses. Tenía una deuda pendiente con ella, y no estaba dispuesto a
quedarse sin cobrarla.
Claire
avanzaba con mucho cuidado por las tierras cercanas a la casa. Había logrado
burlar a los ingleses al cruzar la frontera y ahora se sabía a salvo en suelo
escocés. No en vano Francia los había ayudado en sus contiendas contra los
ingleses. De manera que seguramente encontraría gente dispuesta a ayudarla. La
casa parecía en calma lo cual la hizo desconfiar, pero tenía que intentarlo.
Cuando aquella locura se le cruzó por primera vez en su cabeza la desechó de
inmediato. Pero siendo conscientes del peligro que corría no tenía otra opción.
Avanzaba observando cada paso que daba, mirando a su alrededor cualquier
movimiento extraño. Había aguardado pacientemente a que el hombre abandonara la
casa por temor a ser reconocida.
De repente
sintió que su avance se detenía por una voz.
-¿Puedo
saber qué hacéis en mis tierras? –preguntó una voz que dejó paso a un sonido
sordo como el del percutor de una pistola.
Claire se
quedó quieta sin atreverse a mover un solo músculo. Levantó las manos en alto
dando a entender que se rendía. Al momento escuchó una risita ahogada a su
espalda que la enfureció.
-No os
volváis o dispararé –dijo la voz acercándose más y más hasta casi rozar su
capa.- Déjame que te diga que fue de mal gusto despedirte así en Venecia.
Claire cerró
los ojos aliviada porque por fin había dado con él. Pero a diferencia de lo que
esperaba él había dado con ella.
-Date la
vuelta.
Claire
siguió sus indicaciones y lentamente se volvió hacia aquel rostro socarrón que
conocía perfectamente, y que no había conseguido olvidar. Royston sonrió
complacido por volverla a ver. El cautiverio no había logrado restar ni un
ápice de su hermosura y de su porte elegante. Sintió deseos de abrazarla y
besarla allí mismo. Castigarla por aquellos meses de ausencia, de pensar en
ella y de no poder encontrarla. Y ella, ¿qué pensaba de Royston? Durante el
tiempo que no lo había visto lo había añorado a pesar de ser el enemigo. No
había olvidado su manera de mirarla, de besarla y de acariciarla.
- ¿Cómo
sabías que era yo? –le preguntó mirándolo a los ojos buscando algo de
comprensión en ellos.
-Lord
Crawford me dijo que te habías escapado. Y deduje que vendrías en mi busca.
-Un poco
pretencioso por tu parte –le rebatió haciendo un gesto irónico.
-Nada más
lejos de la realidad. Lo supuse porque a estas horas te quedarán pocas personas
en las que puedes confiar. Lo que me sorprende es que haya pensado en mi
después de la manera que te despediste en Venecia –le dijo provocando en ella
una sonrisa cargada de melancolía.
-No tengo
donde ir. Aunque si te digo que puedes entregarme a los ingleses y cobrarte tu
venganza por lo que te hice –le dijo abriendo las palmas de sus manos
mostrándose a su completa merced.
Royston negó
con su cabeza lo cual no dejó de sorprenderla.
-No
–respondió rotundamente bajando el arma.
- Pero, soy
tu enemiga. Pude matarte en Venecia...
-Sí, pero no
lo hiciste. Por eso mismo yo no voy a entregarte a los ingleses. Estamos en paz.
-¿Y qué
piensas hacer conmigo? –le preguntó confundida.
- Te
quedarás aquí.
- ¿Aquí?
¿Contigo? –preguntó con un toque de incredulidad en su voz mientras su pecho se agitaba por el sobresalto que le había provocado aquella noticia.
-Eso he
dicho. Quiero que te quedes. Si me has encontrado es por algún motivo ¿no?
¿Cómo supiste donde vivo? Oh déjalo. Olvidaba que eres el mejor agente del
gobierno francés.
-Me informé sobre ti, Royston –le dijo pronunciando su nombre son un tono de voz alta y clara y provocando una sonrisa en él.
-Está bien.
Sería bueno que te quedaras. Insisto.
-¿Pero qué
les dirá a tus superiores?
- Que no he
encontrado a la Belle Rebelle.
Claire lo
miraba sin dar crédito a sus palabras. ¿Cómo y por qué iba a hacer eso por
ella?
- Pero...
Royston
comenzaba a cansarse de sus preguntas y de ver siempre complicaciones de manera que avanzó hasta quedar separado de ella por escasos centímetros. Sus
miradas se encontraron una vez más, y cuando Royston apartó varios mechones de
su rostro ella sintió que algo que había permanecido dormido estos últimos
meses volvía a la vida. Sólo él parecía saber como despertarla desde aquella
idílica noche en Venecia. Royston enmarcó el rostro de Claire entre sus manos mirándola
de manera arrebatadora.
-Dime que no
has pensado en mi estos meses. Dime que no has sentido que te faltaba el aire
porque no estaba contigo. Dime que no has rememorado una y otra vez aquella
noche en Venecia. Dime que quieres irte, que no has venido a quedarte conmigo
–le susurró mientras sentía deseos de besarla y perderse en sus ojos como en
Venecia.
Claire
mantuvo su mirada fija en él mientras en su interior mil sensaciones
explotaban.
-He pensado
en ti desde la noche que me marché de Venecia, y el dolor por hacerlo me ha
acompañado cada día rasgándome el alma. He llorado por no tenerte cerca de mi,
y he escapado de prisión y recorrido dos países para encontrarte, y decirte que
nunca he podio olvidarte Royston.
Se inclinó
sobre ella para devorar sus labios y saciar la sed que había sentido desde que
ella se alejó de su lado. Ahora su dolor comenzaba a mitigarse. Ahora que la
tenía allí. No tendría que buscarla más pues ella había acudido hasta él.