- ¿Por qué no has concluido el
trabajo? –le preguntó mientras se sentaba al otro extremo de la mesa de madera
color miel. Sus dos ojillos lo escrutaban desde el fondo de sus cuencas. A
penas parpadeaba. El rictus de su boca mostraba el descontento que sentía
porque las cosas no se hubieran hecho ya, como se había acordado en un
principio. Encendió un cigarrillo y el otro hombre vio una luz naranja y las
volutas de humo ascender hasta el techo. Aspiró con gran pasión y después dejó
que el humo saliera por sus fosas nasales. Aguardó pacientemente su respuesta.
Sentado en el otro extremo de la mesa y franqueado por dos de los sicarios de
Vince Carelli.- Estoy esperando –le apremió con un tono que discurría entre la
impaciencia y el desdén.
- No he tenido una buena opción.
Eso es todo –respondió.
Vince Carelli lo miró a través
de la cortina de humo sin poder dar crédito a aquella respuesta. E incluso
esbozó una leve sonrisa socarrona.
- ¿Me tomas por estúpido? –le
preguntó arqueando sus cejas en clara señal de sorpresa o de disconformidad con
la respuesta obtenida, mientras el otro hombre desviaba la mirada.- Nos dijeron
que eras el mejor –le recordó señalándolo con los dos dedos que sujetaban el
cigarrillo.- ¿Es mentira?
El hombre inspiró hondo antes de
responder.
- No lo es.
- ¿Entonces? –le preguntó Vince
Carelli con las palmas de sus manos hacia arriba exigiendo una explicación.
- Ya te lo he dicho. No he
encontrado el momento.
Vince sonrió divertido mientras
hacia una señal a uno de los sicarios. Éste agarró las manos del hombre y las
sujetó con firmeza sobre la mesa pese a los esfuerzos que éste hizo por
soltarse. Cuando vio que no tenía opción se relajó pero lanzó una mirada fría a
Vince mientras éste avanzaba hacia él con parsimonia y con el cigarrillo
humeante en su mano.
- Stephan.- Era la primera vez
que se dirigía a él por su nombre.- Aceptaste las condiciones. Te pagamos lo
convenido. Y nos prometiste que el trabajo estaría hecho en una semana. Pero
han pasado casi tres y seguimos en el mismo sitio. No hemos avanzado nada.
Stephan intuía lo que Vince iba
a hacerle, pero no conseguiría soltarse de las manos de aquellos dos tipos.
Eran como grilletes alrededor de sus muñecas. Apretó los dientes con rabia
mientras sus cabellos se arremolinaban sobre su frente. Vince fue acercando
lentamente el cigarrillo hacia su mano derecha. Primero dejó caer un poco de
ceniza caliente sobre ésta, para comprobar la reacción de Stephan; pero éste no
pareció inmutarse por este gesto.
- Te hemos pagado seis mil euros
como anticipo. Y no hemos recibido nada a cambio. Así no se hacen los
negocios, Stephan –le recordó palmeándolo en la mejilla con cariño.
- Ya te he dicho...
- Sí, si –repitió Vince con
gesto aburrido.- No me lo creo. Y como no me lo creo, es hora de que te
refresquemos la memoria –le dijo acercando el cigarrillo a su mano.
Stephan sentía el calor sobre su
piel, y como éste se hacía más intenso con el paso de los segundos. Su vista
estaba concentrada en el cigarrillo que lentamente descendía sobre su mano, sin
que él pudiera hacer nada por evitarlo.
- ¿Recuerdas nuestro pacto? –le
preguntó mientras apagaba el cigarrillo sobre la mano de Stephan, y éste
apretaba los dientes con el firme propósito de ahogar su grito, y su llanto. El
sudor perlaba su frente y recorría su cuerpo debido al nerviosismo que estaba
experimentando. Vince parecía disfrutar con aquella tortura. Al cabo de breves
segundos apartó el cigarrillo de la piel. Ahora quedaba el rastro de color rojo
y negro de la ceniza. Vince lo encendió una segunda vez mientras Stephan
tragaba.- Te daré una sola oportunidad. O acabas el trabajo esta semana; o
nosotros los haremos. ¿Queda claro? –le preguntó esbozando una sonrisa cínica
que encendió la sangre de Stephan. Éste asintió mientras cerraba los ojos y
evocaba el rostro de Katrine. Abrió la boca para tomar aire, justo en el
preciso instante en el que Vince volvía a apagar el cigarrillo sobre la otra
mano de Stephan.
Terminada la pequeña tortura.
Dos hombres de Vince lo levantaron de la silla. Uno de ellos lanzó una mirada
hacia su jefe buscando su aprobación. Al momento el puño del individuo se
hundía en el estómago de Stephan. Se dobló debido al fuerte impacto, mientras
el otro esbirro lo pateaba en la espalda.
- Basta. No podemos estropear
nuestra herramienta de trabajo. Dejadlo ya.
Vince se inclinó sobre Stephane,
quien tenía dificultades para respirar. Tenía el rostro rojo, y los ojos
parecían salírsele de las cuencas.
- Y recuerda. A finales de la
semana quiero el trabajo hecho. O si no te mandaré un recadito –le dijo
volviendo a palmearlo en la mejilla.- Sacadlo de aquí.
Los dos hombres lo levantaron
del suelo y cargaron con él hasta la puerta tras la cual desaparecieron.
Stephan se levantó con cierta
dificultad de entre los cubos de basura y cajas de cartón amontonadas sobre la
pared. Los esbirros de Vince lo habían sacado a rastras por la puerta de
servicio del restaurante que regentaba en Regent Street. Estaba en mitad del
aturdimiento que le había provocado los golpes recibidos cuando sintió la
vibración de su teléfono en el interior de su chaqueta de piel negra. Segundos
después comenzó a sonar la melodía. Se apoyó contra la pared y flexionó las
piernas para apoyar un brazo sobre sus rodillas. Los hombres de Vince Carelli
lo señalaban con la mano desde el umbral de la puerta recordándole el trabajo
que debía llevar a cado.
Stephan hurgó en el interior del
bolsillo hasta dar con su teléfono. Levantó la tapa y exhaló un suspiro y una
maldición al comprobar el nombre del comunicante.
- ¡Joder!
Durante unos segundos contempló
el nombre que parpadeaba en la pantalla. Se aclaró la voz para que no notara
que le dolían las costillas y el estómago debido a los golpes.
- ¿Sí?
- ¡Hola! Soy yo –le dijo una
dulce voz de mujer que en aquel momento le acarició el oído como música
celestial.
- ¿Qué tal? –preguntó Stephan
tratando de parecer normal.
- Bien... bueno verás... me
estaba preguntando si podríamos quedar para comer algo –le comentó mientras la
voz de la mujer sonaba algo confusa.
Stephan meditó la respuesta
durante unos segundos antes de decidirse. Al comprobar que tardaba, la muchacha
le rogó con voz melosa.
- Oh... venga vamos. Lo
prometiste.- Su tono se había vuelto más dulce y sugerente, y eso que ella no
era de las que rogaban a nadie; y menos a un hombre. Pero Stephan...
- ¿Lo prometí? –le preguntó con
gesto de incredulidad mientras se incorporaba y se ponía de pie.
- Sí. Prometiste que me
llevarías a comer a un restaurante nuevo al final de Oxford Street.
- Eh, sí... sí es verdad. Tienes
toda la razón del mundo. Oye sabes... Déjame algo de tiempo para cambiarme y
arreglarme. ¿Quieres? –le comentó mientras se llevaba la mano al costado para
repeler el dolor. “Seguro que tengo alguna costilla fracturada”, pensó.
- ¿Vas a arreglarte para mi? –le
preguntó con una voz mezcla sensual y broma que hizo que Stephan cerrara lo
ojos por unos instantes para no pensar en ella.- De acuerdo. ¿A qué hora
quieres...?
- No, déjalo. Yo pasaré a
recogerte –le interrumpió Stephan mientras tomaba aire y caminaba fuera del
callejón.
- Estaré impaciente –le dijo en
un susurro que a Stephan se le clavó en el interior de su pecho produciéndole
una extraña sensación
- De acuerdo. Entonces a eso de
la una... –le sugirió mientras echaba una mirada al reloj.
- Será perfecto. Nos vemos
entonces. Cuídate.
- Sí...- dijo Stephane mientras
pulsaba el botón de colgar y cerraba la tapa de su teléfono para volverlo a
guardar.
Disponía de un par de horas para
cambiar su aspecto para que ella no sospechara nada.
Cuando Stephan entró en su
apartamento en Baker Street la cabeza le daba vueltas. Arrojó las llaves sobre
el mueble de la entrada mientras respiraba hondo. Se despojó de su
chaqueta y acto seguido comenzó a desabotonarse la camisa mientras se dirigía a
la habitación. El espejo, que contenía el armario, le ofreció un reflejo nada
reconfortante. Tenía un moratón en el costado izquierdo y cuando se pasaba la
mano le dolía. Se palpó con cuidado intentando averiguar si tenía alguna
costilla fracturada. Tras una larga y minuciosa exploración se quedó más
tranquilo. No obstante llamaría a Richard para que lo viera en un momento. Se
cambió de ropa pensando sin dejar de pensar en lo sucedido. Pero en vez de
calmarse, sus pensamientos lo enfurecieron aún más. ¿Cómo había permitido que
pasara? Siempre había sido frío como un témpano de hielo. Calculador como
ningún otro. ¿Qué había salido mal esta vez? ¿Por qué no había podido cumplir
su trabajo? Eliminar a su objetivo y desaparecer sin dejar rastro. Como en
Praga, Viena, Berlín, París... ¿Qué diferenciaba esta vez de las anteriores?
Caminó hacia el cuarto de baño. Necesitaba asearse y ofrecer una imagen
distinta antes de pasar a buscarla. Ella. Sí. Ella era la causa. Ella era el
motivo por el que no podía concluir su trabajo sin más.
Le había mentido. Se había
inventado un pasado y un presente para acercarse a ella. Para conocerla un poco
más; pero nunca quiso que aquello fuese a más. Aquel día. En la firma de libros
en Watersmith. Nunca pudo imaginar que fuera tan atractiva. Ni que ella se
fijara en él. Que congeniaran de repente de aquella manera. Como si se
conocieran desde hacía mucho tiempo, o toda la vida. Dos mitades que habían
permanecido separadas hasta que encontraron la parte que les faltaba para ser
una. Nunca se le pasó por la cabeza... pero el destino es demasiado burlón y
nos reserva infinidad de sorpresas en el camino. Y ella era la suya. Se metió
en la ducha y dejó que el chorro de agua caliente cayera de plano sobre su
costado remitiendo en parte el dolor. Apretó los dientes con furia mientras
sentía la quemazón de la temperatura del agua. Se había pasado la mitad de su
vida huyendo de una ciudad a otra. Llegaba, cumplía el encargo y desaparecía.
Era un fantasma. Un espíritu errante. Hasta que llegó a Londres para su nuevo
trabajo. Era uno más. Se había dicho así mismo que sería el último. Después lo
dejaría. No quería seguir en el juego. Uno solo. Pero este último se había
convertido en el más difícil de ejecutar. Y si tenía una cosa en claro era que no
iba a hacerlo.
Stephane abandonó el apartamento a toda
prisa. Quería visitar a su amigo y doctor Richard Jeffries antes de recogerla a
ella. Llamó con insistencia al timbre de su consulta. Sabía que aquella mañana
no estaría en el hospital de manera que todo sería más fácil. El propio
Jeffreis abrió la puerta ante la insistencia de las llamadas. No le sorprendió
ni lo más mínimo contemplar el rostro de Stephan allí en el descansillo. Ambos
intercambiaron respectivas miradas de complicidad, pero también de
preocupación. Stephan no esperó a que Jeffreis le concediera permiso para
entrar, sino que se adentró en la casa sin decir nada, y sólo cuando escuchó el
sonido sordo de la puerta al cerrarse y el comentario irónico de su amigo, se volvió.
- Buenos días Stephan. Adelante. Puedes pasar
–le dijo mientras extendía sus manos a modo de invitación.
Stephan lo contempló unos segundos mientras
asimilaba las palabras y la situación de su amigo. Resopló mientras se pasaba
su mano por los cabellos que ahora le caían, aún mojados, sobre su rostro.
- Perdona. Siento presentarme así pero...
- Tienes mala cara. ¿Sucede algo? –le
preguntó mirando con el ceño fruncido a su amigo al tiempo que se dirigía hacia
él.
- He tenido un encuentro con Carelli –le
respondió irónico mientras miraba de soslayo a Jeffreis.
- ¿El tipo de encuentro que yo creo? –le
preguntó enarcando sus cejas en señal de deducción.
Stephan se limitó a asentir mientras sentía
las punzadas de dolor en su costado.
- ¿Puedes echarme un vistazo?
Jeffreis asintió mientras en su rostro se
reflejaba la preocupación por el estado de su amigo. Le indicó que pasara a la
consulta. No había nadie de manera que no habría testigos de esa visita.
Stephan lo siguió sintiendo una quemazón interna que parecía perforarle el
pulmón.
- Dime donde te has tropezado –le dijo
mientras no ponía buena cara al ver el golpe en las costillas.- ¡Joder,
Stephan! – exclamó al ver como éste estaba completamente de color carmesí.
Palpó aquella zona intentando averiguar si tenía alguna costilla rota. Stephan
apretó los dientes para no dejar que el dolor saliera por su boca mientras
intentaba pensar en Katrine.- Has tenido suerte amigo.
- ¿No hay fractura? –le preguntó sorprendido
por este hecho.
- No. Parece ser que sabían como golpearte,
ya que no tienes más que una contusión. ¿Vas a contarme ahora porqué ha sido?
–le preguntó mientras se sentaba detrás de la mesa sobre la que había un montón
de papeles esparcidos, una taza de café, y algunas fotografías de su familia.
- Carelli quiere que concluya el trabajo
cuanto antes –le dijo después de unos momentos de silencio.
- ¿Y qué vas a hacer? –le inquirió Jeffreis
mientras se reclinaba sobre el respaldo de la silla y entrelazaba sus manos
para situarlas al momento sobre su mentón.
- No esperarás que lo cumpla –le dijo Stephan
contrariado.
- No, claro que no. Por supuesto, pero
entonces dime que vas a hacer. ¿Contarle la verdad? ¿Decirle quien eres en
realidad?
- No lo sé. ¿De acuerdo? –protestó
Stephan mientras golpeaba los brazos de la silla en la que estaba sentado. Su
mirada se volvió hielo mientras la clavaba en su colega. Pero éste no se
arredró ni lo más mínimo ya que conocía muy bien los arranques de furia de
Stephan.- Lo único que debo hacer es ponerla a salvo.
- Para ello deberías contarle la verdad.
- ¿Tú lo harías?
Jeffreis sonrió maliciosamente.
- Sabes que no. Además yo me retiré a tiempo.
- Sí, lo recuerdo. Acabaste con el afamado
Scorpio, y te convertiste en el doctor Jeffreis. Te casaste y formaste una
familia –resumió con ironía Stephan.
- Tú podrías haberlo hecho también; pero
siempre te ha cegado tu ambición y tu ego –le dijo inclinándose hacia delante
mientras fijaba su mirada en su amigo, quien le devolvió la suya llena de ira.-
Sí, no me mires de ese modo porque sabes que no miento. Te invité a retirarte
conmigo, pero preferiste seguir y ahora te encuentras en una encrucijada de la
que no sabes como salir, amigo.
- No puedo cumplir el trabajo. No puedo –se
decía sacudiendo su cabeza.- No estaba en mis planes esto –le explicó señalando
al vacío.
- Enamorarte de tu objetivo –susurró
Jeffreis.
Al escuchar aquellas palabras Stephan levantó
la mirada hacia éste buscando una solución.
- Si no acabas tú el trabajo, Carelli mandará
a otro que lo haga. Sabes como se las gasta. Y si no vas a hacerlo tú, sácala a
ella de todo esto.
- Si le cuento la verdad la pierdo.
- Y si no se lo dices también. Carelli no
hace rehenes.
- Pero, ¿cómo puedo...? –se preguntó mientras
se mesaba los cabellos y pareciera que fuera a arrancárselos.
- El destino puede ser muy cruel en
ocasiones.
El tráfico se encontraba en su momento álgido
cuando Katrine abandonaba su despacho en la comisaría del centro. Vestía un
traje de chaqueta y pantalón en gris perla sobre el fondo blanco de su camisa.
Sus cabellos castaños ondeaban libres, al viento del mediodía, cayéndole sobre
sus hombros. Charlaba de manera informal con un agente cuando Stephan divisó su
silueta entre la multitud. Elegante. Distinguida como ninguna. Sensual.
Atractiva. Recordó el poder de sus ojos de hechicera la primera que la conoció
en la firma de libros en Watersmith. Desde ese momento supo que el trabajo iba
a ser muy difícil de llevar a acabo. Y más cuando comenzaron a coincidir en
acontecimientos sociales. Siempre la buscaba y estaba donde ella iba. Era como
si el destino le hubiera estado esperando para unirlos. Pero, ¿por qué tenía
que ser ella? ¿Por qué aquella hermosa mujer que le sonreía en aquellos
momentos al verlo aproximarse? Stephan no podía quitársela de la cabeza pese a
que lo había intentado en numerosas ocasiones. Y cuando ella lo invitó a su
apartamento aquella noche supo que desde ese momento algo iba a cambiar.
- ¿Cómo se encuentra mi escritor favorito?
–le preguntó con una sonrisa en sus labios tan seductora y tan cautivadora que
Stephan tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para contenerse.
- Bien... ¿llevas mucho tiempo esperando? –le
preguntó éste de manera trivial mientras la miraba fijamente a los ojos y se
sumergía en la profundidad de éstos.
- Lo cierto es que he estado algo atareada
hasta el último momento –le respondió mientras juntos caminaban hacia Regent
Street. A ella no le gustaba mostrarse cariñosa con él en público. Debía
guardar las apariencias. Sin embargo sabía muy bien como hacerle ver que la
tenía en una nube. Sus ojos titilaban de emoción cada vez que lo miraba, y
aprovechaba cualquier momento y disculpa para que sus manos se encontraran de
manera furtiva. Que sus cuerpos se rozaran.
- ¿Sigues con el caso Carelli? –le preguntó
de manera casual.
- ¿Acaso estás pensando en escribir una
novela sobre el crimen organizado? –le preguntó mirándolo con sorpresa pero con
gran complicidad mientras cruzaba los brazos sobre su pecho.
- ¿Quién sabe? ¿O una novela trágica?
- ¿Trágica? ¿A qué te refieres? –le preguntó
Katrine sorprendida sin comprender aquella definición. Él había triunfado con
una novela histórica repleta de aventuras y sentimientos. Por ese motivo había
querido conocerlo. Le había encandilado con su forma de escribir, y de expresar
emociones.
- He estado dando vueltas en la cabeza a la
trama de mi siguiente novela.
- Vaya, eso si que es interesante. ¿Me
concederás la exclusiva? –le preguntó guiñándole un ojo al mismo tiempo que se
detenía delante de la entrada del restaurante, y Stephan le abría la puerta
para que entrara.
Un hombre de uniforme se les acercó para
guiarlos hasta una mesa algo apartada e íntima. Stephan trataba por todos los
medios que ella no se percatara de su dolor físico. Se acomodó en la silla
mientras no dejaba de mirarla fijamente. ¡Dios aquella mujer que ahora se
sentaba delante suyo era tan exquisita, tan femenina pese a la Glock de nueve
milímetros que llevaba consigo. Pero él mejor que nadie sabía como era Katrine
en la intimidad. Tan dulce. Tan provocativa. Tan sensual...
- Ibas a contarme lo de tu nueva novela –le
señaló mientras lo miraba por encima de la carta del menú.
- Oh, sí claro –murmuró Stephan.- Bueno, se
me ha ocurrido que mi personaje principal sea un asesino a sueldo contratado
por la mafia.
- Uuuuuuh –murmuró Katrine abriendo sus ojos
al máximo para que Stephan percibiera el brillo que éstos irradiaban en su
compañía.- ¿Y a quién ha de eliminar? –le preguntó intrigada pero con algo de
ironía en su tono que a Stephan le revolvió las entrañas.
- A la agente de policía encargada del caso
-se limitó a decir de pasada escrutando en cada momento como el rostro de ella
pasaba del asombro inicial a la preocupación.
- Vaya...
- Pero al final no puede hacerlo –se apresuró
a decir Stephan al tiempo que el camarero vertía vino en su copa para que lo
degustara. No apartó su mirada de Katrine ni un solo instante mientras
saboreaba el vino.- Pruébalo.
Katrine sonrió agradecida por el detalle,
aunque en su mente la idea de la trama de Stephan había calado más hondo de lo
que éste se podía imaginar. A penas se percató del sabor del vino y se
limitó a asentir como un autómata.
- ¿Y qué sucede al final? –le preguntó con
voz distraída.
- Le estoy dando vueltas. Él no puede acabar
con ella porque se ha dado cuenta de que se ha convertido en una parte
importante de su vida, sin saber como –le susurró mientras la miraba fijamente
y sentía que el pulso se le aceleraba.
- ¡Qué irónico! ¿Y ella? –le preguntó en un
susurro mientras un escalofrío le recorría la espalda.
Stephan sabía que aquella pregunta era
inevitable. Respiró hondo e intentó que el nudo que atenazaba su garganta se
deslizara hacia su estómago, mientras su mano buscaba la de ella para rozar sus
dedos. Katrine los sintió y como una especie de calambre ascendía por su brazo
poniéndola más nerviosa.
- También se ha enamorado perdidamente de él.
- Claro, que tonta he sido al hacerte esa
pregunta. ¿Sin saber quien es en realidad? –le preguntó acto seguido frunciendo
el ceño e inclinándose sobre la mesa para que Stephan se dejara envolver por el
aroma de su perfume.
- Exacto –asintió Stephan antes de que
pidieran sus respectivas comidas al camarero.
- ¿Por qué no se lo ha dicho en un principio?
Ella podría ayudarlo a salir de esa situación –le dijo algo furiosa Katrine ya
que por un momento se vio en el papel de ella.
- Porque si se lo confiesa la pierde.
- ¿Tu crees eso? –le preguntó intrigada por
su reacción.
- ¿Qué otra salida tiene? La ha utilizado. Se
ha acercado hasta ella para conocerla, estudiarla, saber como actúa, como
piensa...
- Y cómo ama –apuntó Katrine tomando la copa
de vino en sus manos para saborear el contenido de ésta.
- Sí, también –asintió Stephan algo incómodo
por la conversación.
- ¿Y sino lo hace? –le preguntó con asombro.-
Me refiero a no contarle la verdad.
- Seguramente también lo abandone. ¿De verdad
piensas que si tú supieras que eres el objetivo de un asesino a sueldo, que
además es tu... amante –dijo finalmente después de unos instantes en lo que
buscó la palabra adecuada para definirse así mismo- te quedarías con él aún
sabiéndolo?
Durante unos segundos ninguno de los dos dijo
una palabra. Se limitaron a contemplarse mientras el camarero les servía.
Katrine se sentía extrañamente agitada ante esa historia. Tras esos momentos en
los que una fina cortina de tensión se había desplegado ante ellos, Stephane
continuó:
- Es sólo ficción...
Katrine le lanzó una mirada extraña a
Stephan. Por primera vez desde que se habían conocido un sentimiento de duda la
asaltó. ¿Quién era él? Un escritor que había saltado a la fama con su primera
novela. Pero, ¿por qué se había acercado tanto a ella? ¿Por qué la había
perseguido por todos los acontecimientos sociales? “No, no. Alto. Estoy
paranoica. Es el hombre de moda en Londres. Es lógico que lo inviten a todas
partes”, se dijo en un intento por convencerse así misma. Sin embargo, lo
investigaría en cuanto regresara a la oficina.
- ¿Es por eso por lo que quieres que te
cuente como va el caso Carelli? –le preguntó antes de llevarse a la boca una
porción de lasaña.
- Digamos que necesito documentarme. Eso es
todo. Saber como funciona una familia; que pasos seguís... –le respondió
sonando como algo casual e informal.
- Un momento, un momento –le interrumpió algo
irritada Katrine mientras su mirada reflejaba cierta frialdad.- Yo no puedo
pasarte información –se disculpó algo molesta por la historia de su novela.
- No te estoy pidiendo que lo hagas sólo
que...
- Acabas de pedirme que te cuente como
funciona una de las familias más relevantes del crimen organizado en Londres, y
los progresos que hacemos para detenerlos, eso, o yo he entendido mal –le
espetó algo furiosa mientras lo fulminaba con su mirada entrecerrando sus ojos.
Cogió la servilleta y se limpió los labios mientras seguía mirándolo fijamente
sin comprender porqué demonios se había comportado con él de esa manera.
- Está bien, está bien. No he dicho nada –se
disculpó Stephan levantando las manos en señal de rendición mientras trataba de
suavizar la conversación. Pero Katrine no estaba dispuesta a seguir. Algo en su
manera de conversar o en la forma de dirigirse a ella había hecho que saltaran
todas sus alarmas.
- Tengo que regresar a la oficina –le dijo de
repente mientras se levantaba de su silla y Stephan la contemplaba con la boca
abierta y su rostro reflejaba la incredulidad del momento.
Katrine dejó un par de billetes sobre la mesa
antes de lanzarle una última mirada.
- Yo invito.
- Pero... Katrine –la llamó mientras se
levantaba de la mesa en su busca. Cuando salió a la calle ella había parado un
taxi y se subía en éste ante la atónita mirada de Stephan.- ¡Maldita sea!
–masculló mientras veía al taxi perderse en el flujo de la circulación.
Cuando Katrine regresó a la comisaría
lo primero que hizo fue llamar al agente Dalton Estaba furiosa con Stephan y
eso quedaba claro a juzgar por la forma de recorrer su despacho, y el gesto de
su rostro.
- No te lo vas a creer –exclamó el agente
entrando como un huracán.
Katrine seguía cabizbaja sin hacer caso a su
colega ni siquiera cuando éste siguió hablando. Estaba absorta en sus propios
pensamientos. Y éstos tenían como centro Stephan.
- Adivina a quien hemos pillado –le dijo
mientras se sentaba y agitaba un sobre de color claro.- Katrine, ¿me estás
escuchando?
- Sí, sí claro –se disculpó ésta mientras se
mesaba los cabellos y trataba de centrarse en la información que Dalton poseía.
- ¿Te encuentras bien? –le preguntó éste
entrecerrando sus ojos mientras escrutaba el rostro de la inspectora jefe del
departamento de lucha contra el crimen organizado.
- Sí, claro. Sólo algo cansada –se disculpó
ésta tratando de centrar su atención en Dalton.- Dime, ¿qué has averiguado?
- Bien, como acordamos hemos estado siguiendo
a diversos miembros de la familia Carelli, y a sus colaboradores más
directos. Pues adivina a quien hemos pillado –le explicó con una sonrisa de
triunfo en su rostro mientras le tendía el sobre.
Katrine lo miró escéptica mientras tomaba
éste en sus manos y procedía a ver su contenido. Se trataba de varias
fotografías tomadas en plena calle y en las cuales aparecía Vito Santangelo en
compañía de diversos hombres. Katrine pasó las fotografías una por una hasta
que el corazón le dio un vuelco al detenerse en una en cuestión. Intentó por
todos los medios que Dalton no percibiera sus nervios, y la impresión que le
había causado ver a Stephan charlando amistosamente con Santangelo.
“Dios mío”, pensó mientras sentía un
escalofrío recorriendo su espina dorsal, y como el estómago se le encogía por
momentos.
- Veo que te has quedado de piedra –le dijo
Dalton señalando la fotografía en cuestión.- Yo también me estoy haciendo la
misma pregunta. ¿Qué relación hay entre el famoso escritor Stephan Deveraux y
Santangelo?
Katrine intentó respirar hondo pero sintió
que le faltaba el aire. Arrojó la fotografía sobre la mesa donde reposaban las
demás y miró a Dalton de pasada mientras se levantaba de su sillón.
- ¿Has logrado averiguarlo? –le preguntó
mientras cruzaba los brazos sobre su pecho de manera nerviosa.
- He hecho algo mejor –le respondió Dalton
sonriendo de felicidad ante su superior. Katrine lo miró en silencio esperando
que continuara.- Tenemos a Santangelo aquí al lado para interrogarlo.
Katrine abrió los ojos al máximo permitiendo
a Dalton contemplar su luminosidad ante aquella confesión. Apretó las
mandíbulas y sintió una espiral de emociones encontradas en su interior. Reunió
el aplomo suficiente para enfrentarse a la situación que se le venía encima.
- Quiero interrogarlo –le informó a Dalton
con voz fría y cortante.
Dalton sonrió mientras abría la puerta del
despacho para que ella pasara. Luego recogió las fotografías.
- Después de ti.
El cuarto destinado a los interrogatorios era
oscuro. Una simple bombilla pendía del techo arrojando su haz de luz sobre el
hombre que fumaba de manera ávida. Una espesa cortina de humo flotaba alrededor
de su rostro impidiendo ver sus rasgos. Katrine abrió la puerta con
determinación. Estaba crispada por todo lo que sucedía a su alrededor, y más lo
que concernía a Stephan. No podía creer, o mejor dicho, no quería creer que
tuviera alguna conexión con el crimen organizado. No, se dijo en el interior de
su cabeza, él no. Se acercó con paso firme hasta Santangelo, quien la miró
durante unos segundos sin decir nada. Se limitó a seguir fumando.
- Apaga el cigarro –le ordenó Katrine con voz
fría.
Santangelo se rió de esta orden, lo cual
exasperó a Katrine, quien no estaba de humor en aquellos momentos.
- Si no lo apagas lo haré yo. Y no quieras
saber lo que emplearé como cenicero –le dijo inclinándose sobre él con una
mirada de advertencia que pareció dar resultado.
Santangelo arrojó el cigarrillo al suelo y lo
pisó mientras miraba a Katrine con desprecio.
- Eso está mejor. Y ahora vamos al tema –le
dijo mientras le mostraba las fotografías, que Santangelo ignoró en un
principio.- Tenemos estos recuerdos tuyos. Vamos a ver si nos dices lo que
queremos saber y no nos haces perder el tiempo –le comentó con ironía.- ¿Quién
es éste? ¿Y qué relación tienes con él?
Santangelo lanzó una mirada de ignorancia a
Katrine, pero ésta no esperó más y agarrándolo por los cabellos lo obligó a
contemplar la fotografía. Dalton quiso intervenir pero la mirada de furia de su
superiora lo detuvo.
- No diré nada si no está mi abogado.
- No tenemos tiempo de manera que empieza
–insistió Katrine.
- Entonces no diré nada.
- Tú dinos que hay entre tú y este tío y
luego llamaremos a tu abogado.
Santangelo miró a ambos agentes sin saber si
debería creerlos. Cuando vio que el gesto del rostro de Katrine se suavizaba
volvió la mirada a la fotografía.
- Este tío es Sebastien.
- ¿Es su verdadero nombre? Porque yo lo
conozco como Stephan Deveraux, el escritor.
- Es uno de sus varios alias.
- ¿Alias? ¿Acaso tiene más? –le preguntó cada
vez más sorprendida mientras sentía que el estómago se le revolvía.
- En cada trabajo emplea uno distinto.
- ¿Cuál es su trabajo?- La pregunta salió de
los labios de Katrine por sí sola aunque intuía a qué se dedicaba.
- Es un profesional.
- ¿Puedes especificar algo más? –preguntó
Dalton mientras Katrine cerraba los ojos y sentía que su interior se
derrumbaba.
- Cobra por eliminar a quien estorba a la
familia –le respondió con toda calma.
Katrine sintió náuseas al escuchar aquellas
palabras, pero se mantuvo firme en su puesto. No podía permitirse ni un solo
gesto de debilidad en estos momentos.
- ¿Te estás refiriendo a que es un asesino a
sueldo? –le preguntó Dalton aclarando un poco más la profesión de éste.
- Sí, eso es –le respondió sin ganas
Santangelo entre risas.
- ¿Qué hace aquí? –volvió a intervenir
Katrine tratando de serenarse.
- Tiene un objetivo.
Katrine tenía la garganta seca y la lengua se
le trabó en la siguiente pregunta.
- ¿Quién?
- No puedo decirlo –le respondió escogiéndose
de hombros.
- Escúchame, sí no colaboras no hay trato –le
recordó Katrine mientras sentía la sangre hervir en sus venas.
- No lo sé, coño –protestó Santangelo mirando
a ambos agentes.- No tengo ni idea.
Katrine se apartó del detenido con la cabeza
gacha y las manos en los bolsillos de sus pantalones grises. Le daba vueltas a
las respuestas de Santangelo, pero de inmediato recordó lo que había hablado
durante la comida con Stephan, si podía llamarlo así. La trama de su nueva
novela. Sintió un sudor frío impregnar las palmas de sus manos, así como
recorrer su espalda. Hacía calor en la sala de interrogatorios, pero ella sabía
perfectamente que no era precisamente el calor lo que la hacía sentir de
aquella manera. Miró a Dalton por unos instantes mientras su
corazón latía desbocado y la sangre corría por sus venas como lava candente.
- Sigue tú –le dijo mientras se dirigía a la
puerta de la sala de interrogatorios. La abrió y desapareció detrás de ésta.
Dalton la
contempló mientras se marchaba algo aturdido por lo sucedido. Luego se volvió a
Santangelo y prosiguió el interrogatorio.
Katrine abandonó el departamento sin decir nada
a nadie. No tenía porqué hacerlo. Además, por otra parte, no tenía estómago
para hablar con nadie después de lo visto y oído en la sala de interrogatorios.
Stephan. Su Stephan era un profesional del hampa. El hombre que la había
encandilado con sus palabras; con sus miradas; con sus besos; con sus caricias.
El hombre a quien había abierto por fin la puerta de una relación tras los
estrepitosos fracasos vividos, era un asesino a sueldo. Le había mentido. La
había utilizado. Y ella como una estúpida había caído en las redes que éste le
había tendido. ¡Joder!, pensaba mientras caminaba furiosa por Regent Street sin
dirección fija. Se detuvo de repente. Respiró hondo mientras sus manos
descansaban sobre sus caderas. Cerró los ojos en intentó imaginar algo que no
tuviera que ver con él. Pero por desgracia estaba demasiado enganchada a
Stephan. La piel se le erizó por un momento al recordar como sus labios la
habían recorrido despertando sentimientos ya olvidados por ella; como sus manos
habían trazado a la perfección el contorno de su silueta haciéndola vibrar como
las cuerdas de una guitarra española. Como había conseguido arrancar profundos
gemidos de placer la noche que ambos saciaron sus instintos más carnales.
Sentía que él la mantenía suspendida en una nube de la que no quería bajarse. Y
repente no sólo no se había bajado, sino que se había dado de bruces contra el
suelo. Tras meditarlo unos segundos decidió ir en su busca y aclararlo todo.
Pero, ¿qué haría? ¿Iba a detenerlo? ¡Por todos los demonios! Era él. El hombre
que... cerró lo ojos pues sintió que éstos se tornaban vidriosos por un
momento. Se mordió el labio inferior con tanta rabia que pronto notó el sabor
de su sangre. El hombre que amaba, se dijo finalmente. Salió a la carretera y
levantando el brazo consiguió parar un taxi. Iría a verlo si lo encontraba en
su apartamento de Baker Street. Y luego el destino decidiría si debía detenerlo
o dejarlo marchar. Aunque su obligación como agente de la Ley no le dejaba
mucho margen para decidir.
Stephan estaba sentado sobre a la mesa de
trabajo. Su portátil estaba encendido y él tecleaba mientras intentaba apartar
de su mente a Katrine. Pero le era imposible concentrarse en algo diferente a
ella. Con un gesto de rabia bajó la tapa de su ordenador con furia, mientras
apretaba los dientes y cerraba los puños hasta que los nudillos palidecieron.
Sabía que ella no tardaría en averiguarlo, y porqué no... vendría a detenerlo o
incluso meterle un tiro y acabar con todo. Lo cierto es que en parte lo deseaba
por haberla traicionado; pero por otra parte sabía que debía seguir vivo para
protegerla. Carelli no se andaba por las ramas. La perseguiría hasta que su
cuerpo apareciera flotando en el Támesis o en algún callejón oscuro en mitad de
los contenedores de basura. ¿Por qué todo debía ser tan difícil? Por un
instante se quedó absorto en sus pensamientos. Hasta que el timbre de la puerta
lo devolvió a la realidad. Reaccionó de manera ágil. Se levantó de la silla y
se revolvió como una fiera en busca de su arma. No se fiaba de los esbirros de
Carelli. Con ella en la mano se encaminó hacia la puerta: por fortuna la
moqueta amortiguaba sus pasos y la persona al otro lado de la puerta no podría
saber si se encontraba en casa o no. Se acercó sigilosamente hasta ésta y tras
echar un vistazo por la mirilla el pulso se le aceleró hasta límites
insospechados. Él, que siempre había sido frío y calculador como ningún otro,
de repente sentía que su cuerpo se convulsionaba preso de una agitación
extrema. Se apoyó de espaldas contra la puerta y cerró los ojos crispado por la
situación. Mientras el timbre seguía sonando. Debía actuar de manera rápida e
inteligente. Se guardó el arma en la parte posterior de sus pantalones y abrió
la puerta.
Al momento sintió toda la rabia y la ira de
aquella persona arrojarse contra él. Una par de manos se posaron en su pecho
empujándolo hacia atrás mientras él trataba de no perder el equilibrio.
- ¡Hijo de puta! –chilló Katrine cerrando la
puerta de una patada y sin pensarlo dos veces esgrimió su arma ante él.
Stephan lo entendió todo al momento. Ella lo
había descubierto. Ya no tendría que explicárselo. Tal vez la había subestimado
al no querer confesarle toda la verdad. Pero había olvidado quien era y lo
medios que tendría a su disposición para averiguarlo. El aturdimiento en el que
había estado inmerso las últimas semanas por culpa de ella lo había hecho
descuidar su trabajo. Stephan levantó las manos hacia arriba dándole a entender
que no iba a presentar batalla. No podía. No quería. ¡Joder, delante de él se
encontraba la mujer más maravillosa que había conocido en su vida! Pero lo
estaba apuntando con una Glock. Sus ojos relampagueaban de furia. Sus cabellos
revueltos sobre su rostro le otorgaban un aspecto fiero, pero provocador y
sensual a la vez. Mantenía los labios abiertos mientras inspiraba
profundamente.
- Lo sabes –murmuró Stephan con gesto
abatido.
En ese momento Katrine luchaba contra sus
sentimientos de mujer y su deber como agente de la ley. Sentía que las piernas
le flaqueaban y que su pulso no era el adecuado para sostener un arma. La veía
danzar en sus manos. Sus ojos se tornaron vidriosos mientras trataba por todos
los medios de contener el llanto.
- ¿Cuándo se suponía que ibas a contármelo?
–le preguntó mientras se plantaba delante de él dispuesta a golpearlo una
segunda vez.- Me he enterado por casualidad. Cuando uno de mis hombres me ha
enseñado unas fotografías de ti junto a Santangelo.- Stephan la miró con dolor.
Sintiendo que el alma se le desgarraba por momentos. La había perdido. No había
duda de ello. Vio como las lágrimas afloraban a sus ojos y ahora caían libres y
raudas por sus mejillas.
Stephan hizo ademán de acercarse a ella pero
Katrine lo detuvo.
- No te acerques o juro por Dios que te meto
un balazo –le espetó mientras tiraba hacia atrás del percutor.
- Tal vez sea lo mejor. Adelante hazlo y me
evitarás el dolor de verte sufrir. ¿A qué esperas Katrine? –le preguntó con la
voz serena.- Apunta directa aquí –le indicó llevando su mano hacia el lado
izquierdo de su pecho.- Al menos la última imagen que tendré de esta vida serás
tú.
Katrine lo miraba entre el velo de lágrimas
que ahora eran sus ojos. Los cerró por un momento deseando que aquello fuera
solo un sueño. Una pesadilla. Y que al volverlos a abrir Stephan no estuviera
allí de pie frente a ella. Pero nada más lejos de la realidad.
- ¿Por qué? –susurró mientras sentía que el
arma le pesaba en sus manos.- ¿Por qué yo?
- Porque te has adentrado demasiado en la
familia Carelli. Pero yo nunca...
- ¿Nunca qué? ¿Vas a decirme que no pensabas
matarme? –le preguntó agarrándolo de la camisa mientras sus cuerpos se quedaban
apretados, y Katrine sentía que seguía ejerciendo ese mágico poder de atracción
sobre ella.
- Sí. No puedo...
- No vengas con argumentos de novelas. Esto
no es ficción. ¡Joder! ¡Es la puta realidad! Eres un criminal. Un profesional.
Un mercenario dispuesto a matarme por... ¿cuánto te han pagado? ¿Cuánto vale mi
vida? –le preguntó soltándolo al tiempo que alzaba la voz en un intento de
intimidarlo, o de arrojar contra él toda su furia e impotencia.
- Tu vida es demasiado valiosa para mi
Katrine.
- No me vengas con palabras dulces Stephan.
¿O debería llamarte Sebastien? ¿O qué alias prefieres? Ya que no sé ni como te
llamas. Santangelo ha confesado. Nos ha hablado de ti. Imagina como me he
sentido cuando... ¡Dios! –Katrine apartó el arma pues el dolor que le oprimía
el pecho era exagerado en esos momentos. Estaba destrozada. Devolvió el
percutor a su sitio y la bajó al mismo tiempo que se derrumbaba en su interior.
Había confiado en un hombre después de sus malas experiencias, y ahora volvía a
repetirse la misma historia. Otra vez volvía a darse de bruces con la realidad.
Otra vez la tiraban después de haberla utilizado.
Stephan consiguió acercarse hasta ella y
rodearla con sus brazos. Pero Katrine se apartó revolviéndose como una pantera.
- ¡No me toques! –le chilló mientras sus ojos
centelleaban de furia.
- Déjame explicarte.
- ¿Explicarme qué? ¿Qué eres mi verdugo?
¿Cuándo tenías pensado hacerlo? Dime, cabrón –le espetó en su rostro mientras
se encaraba con él sintiendo que su interior estallaba en mil pedazos. Le
propinó una bofetaba que Stephan encajó con normal naturalidad. Todo lo que le
dijera y le hiciera se lo tenía merecido. Incluso si le pegaba un tiro.
- Nunca pensé en acabar contigo.
- ¿Eso era antes o después de que me
follaras? –le preguntó agitada
Stephan cerró los ojos mientras tomaba aire
antes de responderle.
- Confundes las cosas Katrine.
- ¿No me digas? –le preguntó con ironía. Poco
a poco comenzaba recuperarse y se sentía con suficientes fuerzas como para
volver a atacar.- No me creo tus palabras de cariño, ni tus caricias, ni tus
besos. Todo era una farsa para acercarte a mi –le dijo sintiendo nauseas y su
mirada se tornaba fría con el cañón de la pistola que aún tenía en su mano.
- No es cierto y lo sabes –le espetó mientras
sujetaba por los brazos. Clavó su mirada en la de ella.- Si no he podido
hacerlo es porque de alguna manera te has convertido en alguien importante en
mi vida.
- No te creo –le espetó soltándose de él.- Es
más, ¿no irás a decirme que no me has matado porque te has “enamorado” de mi?
¿Y si no lo hubieras hecho? –le preguntó abriendo sus ojos al máximo.
- Tampoco –susurró él sin perderle la cara a
Katrine, quien seguía desafiándolo con su mirada.
Durante unos segundos ninguno dijo nada.
Ambos intentaban tranquilizarse. Recoger sus pedazos e intentar unirlos para
seguir adelante. Pero sería difícil.
- Puedo entregarte a la familia Carelli.
- Apuesto a que sí –le dijo en un tono lleno
de sorna- Dime, por eso me comentaste lo de tu novela esta mediodía. Porque era
como la vida misma. Estabas contándome lo que pasaba entre nosotros dos...
Stephan asintió.
- No sabía como hacerlo de manera que...
- Que te inventaste una pantomima para ver
como reaccionaba –le dijo encarándose con él.
- ¿Qué querías que hiciera?
- ¡Decirme la verdad, coño! –exclamó mientras
agitaba los brazos en alto.
- ¿Habría servido de algo?
Katrine lo miró en silencio. Su corazón latía
desbocado en el interior de su pecho. Le producía un dolor intenso en las
costillas oprimiéndola. Sentía que le faltaba la respiración. Se pasó la mano
por su rostro para borrar el trazo de las lágrimas.
- Confiaba en ti Stephan –le dijo llamándolo
por su nombre sin saber si éste era el verdadero.
- Puedes seguir haciéndolo.
- Creo que no –le dijo volviéndose hasta
quedar de espaldas a él. Durante unos segundos permaneció en silencio.
Respirando hondo hasta que pronunció las fatídicas palabras- Quiero que salgas
de mi vida. No quiero volver a verte. No voy a detenerte a condición de que
nunca más vuelva a verte –le dijo reuniendo todo el valor que en esos momentos
le faltaba. No quiso girarse para mirarlo pues si lo hacía sabía que no podría
cumplir lo que en esos momentos se estaba prometiendo así misma. Olvidarlo.
Stephan inspiró mientras contemplaba a
Katrine mirando en esos momentos por la ventana de su apartamento.
- En mi ordenador tienes toda la información
sobre Carelli y sus negocios –le dijo mientras recogía lo necesario.- En cuanto
sepa que no he acabado el trabajo mandará a otro detrás de ti. Pero si usas esa
información conseguirás encerrar a toda la familia. Ahí tienes nombres, fechas,
lugares, socios. Todo lo que necesitas. Por favor, úsalo.
Katrine lo escuchó ir de un lado para otro
mientras le hablaba, pero en ningún momento se volvió para mirarlo.
Cuando Stephan recogió sus pertenencias, que
no eran muchas, se acercó hasta ella. Katrine lo sintió a su espalda. Sintió su
aliento en su nuca. Quiso tocarla. Estrecharla en sus brazos. Besarla y
acariciarla como había hecho con ella. Hacerle ver que sentía por ella lo que
le había transmitido en la intimidad.
- Perdóname –le susurró provocando que la
piel de ella se le erizara de manera rebelde. Maldijo a su cuerpo por
reaccionar de aquella manera. Por no saber controlar sus sentimientos. Por
dejarse arrastrar por ellos. Quería volverse hacia él y abrazarlo y besarlo.
Dejar que la desnudara y recorriera con sus manos y sus labios cada centímetro
de su piel. Cada recoveco de su cuerpo. Que le susurrara palabras tiernas y la
arrullara contra su pecho una vez más. Pero se mantuvo firme y distante hasta
que escuchó que la puerta se cerraba.
Durante varios minutos Katrine no se apartó
de la ventana. Con los brazos entrelazados alrededor de su estómago y las
lágrimas deslizándose suavemente por sus encendidas y acaloradas mejillas, vio
a Stephan cruzar la calle. Su pulso se aceleró hasta cotas insospechadas. Quiso
abrir la ventana para llamarlo, pero el nudo que se había formado en su
garganta la oprimía demasiado como para poder articular una sola palabra. Una
mano había recorrido la distancia entre ella y el manillar de la ventana, pero
al final se quedó pegada al cristal mientras, el llanto se hacía más acusado.
Cerró los ojos mientras su mano parecía querer tocarlo, retenerlo allí en mitad
de la calle. Katrine apoyó la frente sintiendo el frío del cristal mientras sollozaba
justo en el momento en el que Stephan volvía el rostro hacia la ventana. Quería
saber si ella estaría allí. Algo en su interior le decía que sí. Que se
volviera para contemplarla. Y allí estaba. Con la cabeza gacha presa de una
tristeza imborrable. Stephan apretó las mandíbulas en un gesto que denotaba su
rabia. Inclinó la cabeza y la sacudió intentando hacerse ver que era lo mejor.
Después volvió a la levantar la mirada en dirección a la ventana, pero Katrine
no estaba. Había corrido la cortina. Stephan se giró y emprendió su
camino ajeno a todo aquello que no fuera ella.
En el interior del apartamento Katrine se
disponía a cotejar la información que Stephan le había dejado. En un principio
su orgullo de mujer dolida y herida prevaleció sobre el sentido común, o del
deber como agente de la ley; pero finalmente se impuso la lógica y se sentó en
la misma silla que él había ocupado momentos antes. Recorrió con sus manos la
mesa, el ordenador, los objetos que aún permanecían allí y que le recordaban a
Stephan. Finalmente levantó la tapa de su ordenador portátil y se dispuso a
leer todo el material que él tenía grabado. El icono de una carpeta con el
nombre de Carelli era el único que prevalecía sobre el escritorio del
ordenador. Hizo clic con el ratón y al momento se desplegó una cantidad de
documentos inimaginables por ella. Comenzó a entrar en varios de ellos al azar.
Aquello era un pozo sin fondo: había fechas de operaciones llevadas a cabo por
la familia; nombres, direcciones, teléfonos de contactos, peces gordos de otras
familias, gente importante de la sociedad y de las finanzas. Con cada documento
que abría su sorpresa era mayor. Pero, ¿cómo había recabado toda aquella
información? ¿Se necesitarían años para ello? No podía haberlo hecho en un solo
año... ¿Qué escondía Stephan? Con el ceño fruncido se inclinó sobre la pantalla
para seguir leyendo. Si presentaba todo este material sin duda la redada sería
de magnitudes inimaginables, y un buen puñado de personalidades iban a tener
mucho que decir.
Katrine se despojó de la chaqueta y se puso
cómoda mientras leía y leía documentos interminables. En un momento dado se
preparó una taza de café para soportar horas y horas, pegada al ordenador.
Después de varias decidió darse un descanso. Se dio una ducha para desentumecer
sus agarrotados músculos. La tensión iba desapareciendo lentamente. Sin
embargo, el dolor en el lado izquierdo era constante. Paseó su mirada por el
apartamento de Stephan. Se dio cuenta que lo había echado literalmente de su
propia casa, y él no había protestado. Recorrió éste fijándose en cada detalle.
No hacía mucho tiempo que lo conocía pero había dejado su toque personal en
algunos aspectos. Su mirada recorrió las estanterías repletas de libros.
Pareció interesada en saber cuales eran sus lecturas, cuando el ejemplar de su
novela Dangerous Love cayó al suelo al mismo tiempo que ella extraía el
que estaba a su lado. Se agachó para recogerlo y al momento sintió una fuerte
sacudida en todo su cuerpo. Lo volvió para contemplar su rostro sonriente, y
Katrine tuvo que desviar la mirada de éste.
- ¿Qué haces aquí? –le preguntó Jeffreis al
encontrarse con Stephan nada más abrir la puerta.
- Lo sabe –le respondió resoplando mientras
contemplaba como Jeffreis ponía cara de asombro y le abría del todo la puerta
para dejarlo pasar.
- No temas. He terminado la consulta por hoy.
Mi enfermera acaba de irse –le informó mientras lo conducía una vez más a su
despacho.
- Cogieron a Santangelo, y éste confesó todo
cuando le enseñaron una fotografía mía con él.
Jeffreis emitió un silbido de sorpresa antes
de sentarse.
- Lo sabía. Sabía que te acabarían pillando.
¿Cómo te has descuidado hasta el punto de dejarte fotografiar? –le preguntó sin
salir de su asombro.
- No lo sé.
- Te has centrado en Katrine, pero no como un
objetivo, sino como mujer –sentenció.
- Tienes razón. No voy a negarlo –comentó un
abatido Stephan sin poder encontrar las palabras adecuadas.
Jeffreis sacudió la cabeza sin poder dar
crédito a lo que estaba pasando.
- ¿Y ella? ¿No te ha arrestado? –le preguntó
perplejo por verlo ahora allí sentado.
Stephan negó con la cabeza mientras cerraba
los ojos y apoyaba su mano sobre su frente.
- ¿Qué piensas hacer?
- Acabar el trabajo –le respondió muy serio.
- ¿Cómo que...?.
- No te alteres doctor –le respondió entre
risas Stephan.
- ¡¿Qué no me altere?! Pero, coño, si acabas
de afirmar que piensas acabar el trabajo –le recordó señalándolo con la mano.
- Voy a terminar el trabajo. Pero el objetivo
ha cambiado –le dijo con una mirada fría y cortante.
- No sé que se te ha ocurrido Stephan, pero
ándate con cuidado –le advirtió mirándolo seriamente.
- No te preocupes. Pero necesito tu ayuda en
un par de cosas.
- Cuenta con ella –le dijo Jeffreis con
semblante serio mientras su rostro se tensaba.
Dos días después de haber echado de su vida a
Stephan, Katrine tenía toda su información acerca de la familia Carelli
dispuesta para emplearla. Cuando le presentó ante el fiscal, éste no pudo dar
crédito a los que leía y veía. Katrine no rebeló el nombre de su fuente. Al fin
y al cabo se lo debía a Stephan por ponerle en bandeja el final de una de las
familias más relevantes del crimen organizado.
En los días siguientes comenzaron las
detenciones de algunos implicados. Aquellas acciones impactaron de golpe en el
propio Carelli, quien de inmediato quiso hablar con Stephan. Éste se mostró
frío.
- Tengo pensado acabar con esa maldita
mujercita hoy mismo –le informó por teléfono.
- Me complace escucharte decir eso –le
respondió Carelli.- ¿Cuándo?
- Hoy mismo, al salir del Tribunal; pero...
- ¿Pero? –preguntó Carelli algo confuso.
- Necesito a tus dos hombres de confianza. He
de preparar mi fuga. ¿Lo entiendes no? –le dijo con voz convincente Stephan.
- Claro. Lo que tú digas. ¿Dónde quieres
encontrarte con ellos?
- En un viejo almacén abandonado que hay en
Chelsea. Dentro de media hora.
- Como tú quieras. Pero no me falles esta
vez. La cosa se está poniendo jodidamente peligrosa.
- Tranquilo. No fallaré –le dijo con un tono
que convenció al capo.
Media hora más tarde los dos hombres de
Carelli aparecieron en el viejo almacén. Un lugar apartado y sucio. Un lugar
perfecto para una cita. Se adentraron en éste siempre expectantes ante
cualquier contratiempo. Stephan se encontraba oculto entre varias cajas de
cartón. Observando cada movimiento de ambos a través del visor de su fúsil. Su
dedo acariciaba el gatillo con suavidad. Se había puesto un guante de piel en
color negro para evitar el sudor en la palma de su mano. Cuando ambos objetivos
estuvieron a la distancia oportuna Stephan sonrió y apretó el gatillo en dos
ocasiones. Dos ruidos apenas perceptibles para el oído humano, gracias al
silenciador, y dos cuerpos que caían pesadamente sobre el suelo. Stephan se
incorporó. Se giró hacia un segundo hombre al que le arrojó el fusil para que
lo desmontara mientras él iba a comprobar, pistola en mano, si ambos hombres de
Carelli estaban muertos. Se acercó a ellos con paso firme mientras esgrimía su
arma. Al meno síntoma de movimiento...
Cuando comprobó que ambos no respiraban se
volvió hacia Jeffreis. Éste había desmontado el fúsil con una celeridad y una
precisión increíble. Lo había guardado en una maleta y ahora caminaba con paso
rápido hacia el coche aparcado justo en la puerta trasera del almacén. Cuando
Stephan subió su amigo lo contempló durante unos segundos.
- ¿Cómo te sientes?
- Normal. Vamos a por el siguiente.
Carelli esperaba con impaciencia la noticia
de la muerte de la inspectora Katrine. Miraba atentamente las noticias, pero
ningún boletín informativo la anunció. Pensó que tal vez no quisieran dar
publicidad a este hecho por lo que ello podría suponer. Horas más tarde,
comenzó a preocuparse porque sus dos hombres no hubieran regresado.
Stephan se citó en un restaurante con Enrico
Marino para charlar amistosamente. Cuando éste se retiró al baño, Stephan lo
siguió. Enrico no regresó a la mesa a terminar su comida.
Cuando al día siguiente el agente Dalton
arrojó el ejemplar de The Times sobre la mesa del despacho de Katrine,
ésta no se inmutó en un primer momento; hasta que Dalton le informó.
- Al parecer alguien está limpiado la ciudad.
- ¿A qué te refieres? –le preguntó Katrine
sorprendida por ese comentario.
- Hace tres días encontraron los cuerpos de
dos hombres de la familia Carelli en un almacén abandonado del barrio de
Chelsea, ¿recuerdas? - Katrine asintió perpleja.- Y ayer mismo al parecer, han
quitado de en medio a Enrico Marino. Los diarios se hacen eco de la noticia –le
dijo señalando al Times
Al escuchar el informe, Katrine cogió el
periódico y pasó la vista por el titular de la noticia. De repente un sudor
frío y un temblor se apoderaron de su mano. Otro crimen, pensó. Tendrá algo ver
con... Desechó esta idea al comprobar que era absurda. Él se había marchado de
Londres para no regresar jamás. En más de una semana no había tenido noticias
suyas, ni pensaba que las fuera a tener.
- ¿Por qué no se me ha informado? –le
preguntó con voz fría Katrine.
- Lo llevan en homicidios. Me ha pasado el
soplo esta mañana. Por ello he acudido a comprar The Times.- Hoy es la
vista contra Carelli, pero al parecer alguien está muy centrado en ir
eliminando a los hombres de dicha familia. Tú no sabrás nada, ¿verdad? –le
preguntó con el ceño fruncido.
Katrine negó rotundamente mientras se
reclinaba sobre el respaldo de su asiento con el periódico en las manos.
- Está bien. Te veré más tarde.
Dalton abandonó el despacho de su superiora,
mientras ésta seguía sin poder creer que fuera obra de Stephan. Esa absurda
idea se había filtrado repentinamente en su cabeza, y aunque en un principio le
parecía algo disparatada... Decidió coger el teléfono y llamarlo. Quería
asegurarse de que no tenía nada que ver. ¿O más bien deseaba volver a escuchar
su voz en su oído? Con la mano temblorosa cogió su teléfono móvil y pulsó el
botón de su agenda. Una vez que tuvo su número en la pantalla se quedó
pensativa sobre si era una buena opción llamarlo. Estuvo en una especie de
trance algunos segundos hasta que por fin el pulgar de su mano presionó la
tecla de llamada. Lentamente se aproximó el teléfono a su oído, mientras el
pulso se le aceleraba y sentía la sangre fluir rauda por sus venas. Para su
desgracia, Stephan tenía desconectado el móvil. Sintió rabia e impotencia a
partes iguales. Le hubiera gustado escuchar su voz, pese a lo que había
sucedido entre ellos. Debía admitir que desde que Stephan había salido de su
vida, ésta se había vuelto más aburrida e insulsa. Tenía un gran vacío que no
era capaz de llenar con ninguna distracción, y mucho menos con el caso Carelli.
Se pasaba horas en vela recopilando y archivando la documentación que entregaba
al día siguiente al fiscal. Pero... al llegar la noche sentía la necesidad de
verse arropada por los brazos de Stephan. Echaba de menos recostar su cabeza
sobre el torso de él mientras éste acariciaba sus cabellos y los besaba con
exquisita ternura. Contemplarlo dormido al amanecer mientras ella se vestía
para regresar a la comisaría. Despertarlo con una voz suave y dulce a la vez.
Sentirse la mujer más deseaba y querida por él. Saber que él no tenía ojos para
otra mujer... Pero ahora eso ya no era posible. Había arrojado a Stephan fuera
de su vida para siempre; luego, ¿por qué había querido llamarlo? Después
de esto se prometió intentar olvidarlo para siempre.
El verano transcurrió sin ninguna novedad
acerca de Stephan, dando paso a un otoño desapacible y lluvioso. Hacía más de
cinco meses que Katrine estaba algo más tranquila. El caso Carelli había
concluido con la condena de los miembros de la familia. Se encontraba en su
despacho echando un vistazo al periódico mientras en su mano sujetaba una taza
humeante de té. Y entonces fue cuando el destino le jugó una mala pasada. El
destino caprichoso que gusta de jugar con los sentimientos de los mortales.
Allí. Ocupando toda una plana estaba él. Dios. Él. ¡El escritor de moda!
Stephan. Sin poderlo evitar los ojos de Katrine devoraron el comentario que se hacía
a pie de página.
“El escritor Rod Seyton, quien con tan sólo
dos novelas ha sido encumbrado a lo más alto de las listas de ventas,
presentará Unforgetable está tarde a las 17 h. en el salón
de reuniones del Hotel Convention. Tras lo cual el autor firmara ejemplares de
su novela a todos aquellos que lo soliciten, y podrán departir con él”
Katrine se vio invadida por una extraña
sensación de mareo que a punto estuvo de costarle su nuevo traje. La taza de té
osciló de tal forma que algunas gotas se vertieron sobre la moqueta. Luego la
dejó sobre la mesa mientras intentaba recuperarse del shock. ¡Stephan! ¡Por
todos los diablos! ¡Era él! Había cambiado el nombre y su aspecto. Sus cabellos
eran más largos y su rostro parecía haber ganado en atractivo. La miraba desde
la profundidad de sus ojos y con una sonrisa cínica que él solía regalarle
cuando quería “jugar” con ella. Katrine hizo ademán de pasar la página pero
eran tales los nervios que no fue capaz de hacerlo. Presa de esta agitación
inusitada y espontánea se recostó sobre el respaldo de su silla mientras no
podía despegar la mirada del papel.
- Maldito seas. ¿Por qué demonios apareces después de tanto tiempo? –le
preguntó a la fotografía antes de cerrar el periódico y arrojarlo a la
papelera.
El salón de recepciones del Hotel Convention
era un hervidero de periodistas ávidos por lograr la mejor instantánea de Rod
Seyton. Él sonreía agradecido a todos aquellos que se acercaban mientras
contestaba a las preguntas en relación a su novela. Por fin había conseguido
desprenderse de su antigua vida y centrarse en lo que siempre había querido:
ser escritor. Había borrado todo su pasado sin dejar rastro alguno, y se había
creado un nuevo mundo en torno a su verdadera identidad: Rod Seyton. Stephan
había muerto al desprenderse por un barranco en los Alpes suizos. No había
ningún rastro de él. Ya no tenía que huir. Ni esconderse de nadie. No había
ningún resquicio por el que la prensa pudiera relacionarlo con un profesional.
Ahora era Rod Seyton, el escritor.
Había decidido dejarlo cuando la conoció y
respiró aliviado cuando el caso Carelli acabó. Siguió todo el proceso a través
de los periódicos y sólo cuando se cercioró al ciento por ciento de que Katrine
estaba a salvo decidió regresar a Londres. Su editora le había pedido consejo
acerca de la ciudad que quería que fuera la anfitriona para su nueva novela; y
él no se lo pensó dos veces.
En un momento en el que por fin lo dejaron a
solas se centró en la presencia de su viejo amigo Jeffreis. Éste caminaba hacia
él con una sonrisa de satisfacción en su rostro. Tendió la mano hacia Rod,
quien la estrechó con fuerza.
- Sabía que vendrías –le dijo guiñándole un
ojo.
- No me lo perdería por nada del mundo. Me he
enterado por la prensa.
- Ya...
- ¿Y Stephan? –le preguntó frunciendo el
ceño.
- Se arrojó por las cataratas de Reichfall.
- Muy novelesco. Las mismas por las que
Conan-Doyle arrojó a Sherlock Holmes –apuntó Jeffreis entre risas.- No pensarás
rescatarlo como hizo el escritor ¿verdad? –le preguntó con ironía.
- No –respondió muy seguro de lo que decía.
- ¿Estarás mucho tiempo en Londres?
- Sólo hasta que promocionemos el libro.
Luego debo marchar a París.
- ¿No sabes nada de ella? –le preguntó como
si fuera un tiro a bocajarro.
- Lo que sé es a través de la prensa. Seguí
el caso Carelli hasta el final.
- ¿Piensas llamarla?
Esa pregunta le llevaba rondando en la cabeza
desde él día en el que todo terminó. Y cuando decidió ir a Londres fue con
intención de llamarla, buscarla, verla y aclararlo; pero una vez allí, el
nerviosismo se había apoderado de él y se sentía como un chiquillo.
- No creo que...
- Vamos Rod, ha pasado casi medio año.
- ¿Perdonarías a alguien que te ha mentido?
–le preguntó mientras su mirada reflejaba el dolor que aún atenazaba a su alma.
- Deberías...
- Rod es la hora –le informó su editora
interrumpiendo la conversación.
- Voy. Te veré luego –dijo mirando a su
amigo.
Katrine apareció en el salón del hotel
deslizándose entre las sombras con el fin de pasar desapercibida en todo
momento. No quería que él supiera que estaba allí. No había decidido acudir
hasta que cinco minutos antes de que comenzara el acto de presentación ella
entraba por la puerta del hotel Convention. Estaba nerviosa por volver a verlo
cara a cara, pero desde la distancia. Confiaba en que ningún medio de
comunicación se percatara de su presencia allí.
Entró en el salón y ocupó un asiento en las
últimas filas. Tenía un imagen clara del rostro de él. Sintió un escalofrío
recorriendo su espalda cuando se fijo en él detenidamente y recordó momentos
imborrables en su vida. Pese a que la había engañado también la había
compensando con toda la información sobre la familia Carelli. Tal vez se había
mostrado demasiado dura con él en aquel momento, pero la situación le obligó a
actuar como lo hizo. Quería demostrarle que no iba a permitirle que se burlara
de ella. “Tal vez lo había hecho para protegerte”, le dijo una vocecita en el
interior de su mente.
“¿Protegerme?”
“Vamos mujer, ¿no estarás buscando una excusa
para no pensar en él? ¿No será que en verdad le tienes miedo porque te atrae
demasiado? Porque no has podido olvidar sus caricias ni sus besos. Desde que lo
arrojaste de tu vida hace ya medio año no has vuelto a tener una relación”
Katrine se removió en su asiento presa de un
estado de nervios e intentó centrarse en la rueda de prensa en la que un
periodista se dirigía a él.
- ¿Podría decirnos si para el
personaje de Catherine se ha basado en alguna mujer de carne y hueso?
Katrine se inclinó hacia delante. No sabía por
qué pero aquella pregunta había despertado su curiosidad. No se había leído el
libro, ni si quiera el resumen que aparecía en la parte posterior.
- Bueno, a decir verdad es cierto que me he
basado en alguien real –respondió Rod con una sonrisa amarga.
- ¿Alguien de su entorno?
- Pudiera ser.
- Señor Seyton, ¿se identifica usted con el
personaje masculino? –le preguntó una joven de pelo claro.
- Pudiera ser. Sí –afirmó con rotundidad.- La
verdad es que el personaje tiene parte de mi, y parte de ficción.
- Entonces, ¿podríamos afirmar que al igual
que Stephan, el personaje masculino, que se enamora perdidamente de su
objetivo, usted lo está de la persona que inspiró el personaje de Catherine?
Un leve murmullo se levantó en la sala.
Katrine abrió los ojos como platos al escuchar aquella pregunta y al momento
sintió una ola de calor ascendiendo por todo su cuerpo hasta que su rostro se
encendió. Entrecerró los ojos mirando fijamente a Rod, o Stephan, nombre con el
que ella lo había conocido, mientras el corazón le latía desbocado.
- Sí –afirmó rotundamente Rod con el
semblante serio.
- ¿Podría decirnos quien es? –insistió otro
periodista deseando publicar aquella información.
- Lamento decirle que no puedo rebelar el
nombre de mi musa particular –le respondió con una sonrisa al tiempo que su
editora le susurraba algo en el oído.
Katrine vio cierta complicidad entre ambos
cuando él la miró y sonrió. Ella parecía deshacerse como un bloque de hielo al
sol. Pero, ¿a qué venía aquella punzada de celos? ¿Acaso seguía sintiendo algo
por él?
La entrevista avanzó hasta que no hubo más
preguntas. Katrine no había prestado la misma atención a estas últimas. Le daba
vueltas en la cabeza a las respuestas anteriores de él acerca de la mujer que
amaba y que le servía de inspiración. Terminado el acto algunos pasaron a que
les firmara la novela. Katrine permaneció perdida entre la multitud hasta que
decidió marcharse.
- Ya te marchas –le dijo una voz a sus
espaldas que la paralizó.
Katrine cerró los ojos por unos instantes
mientras sentía que sus pies se habían quedado clavados al suelo impidiéndole
dar un solo paso. Sintió que las palmas de sus manos se le humedecían, y que un
acaloramiento insospechado se adueñaba de todo su cuerpo. Lentamente se giró
para mirar cara a cara al dueño de aquella voz, y que ella tan bien conocía.
Él estaba allí. Delante suyo. Mirándola con
aquellos ojos. Mirándola del mismo modo que como eran una pareja. Katrine
sintió acelerársele el corazón hasta el punto de que creyó que le iba a dar un
infarto allí mismo. Él le tendió un ejemplar de su novela.
- Ya que no has pasado a que te lo firme. He
decidido venir yo a entregártelo.
Katrine no pudo decir nada. Se había quedado
muda en ese mismo instante. Su mano, firme en otras ocasiones, ahora temblaba
mientras sus dedos rozaban el libro. Juraba que él no la había reconocido. Pero
siendo él quien había sido...
- Tiene una dedicatoria.
Katrine lo abrió para leerla y entonces el
corazón le dio un vuelco al leer aquellas palabras. La vista se le nubló
haciendo más borrosa la lectura, pero ya sabía lo que ponía. Lo cerró al
mismo tiempo que intentaba hacer pasar el nudo de su garganta y que la atrapaba
sin poder decir nada.
- Pasado mañana me marcho de Londres, y me
preguntaba si querrías...
Katrine entornó su mirada mientras su mano
rozaba los labios de él impidiendo decir más. Luego salió de allí de manera
precipitada sintiendo que si seguía con él acabaría por derrumbarse del todo.
Rod la vio marchar sin poder hacer nada para retenerla. Estaba en su completo
derecho. Él la había engañado con su identidad. Lo comprendía. “Bueno, ya
está”, se dijo. “Quería verla y lo he hecho. Al menos sé que está bien”, pensó
mientras regresaba para atender, de manera más tranquila a la prensa.
Cuando la noche caía sobre los tejados de
Londres, Rod Seyton, se encontraba apoyado en la balaustrada de la terraza del
Hotel Convention. Un ligero viento mecía sus cabellos alborotándolos para
concederle un aspecto desaliñado. Sobre la repisa una copa de champán a medio
llenar y una botella en la cubitera. Restos del fin de fiesta. A penas si
lo había tocado. Después de verla a ella no le habían quedado ganas para nada
más; pero siguió ejerciendo sus dotes de anfitrión. Cuando todo hubo terminado
se retiró a la terraza para despejarse y respirar el aire nocturno londinense.
El cielo estaba despejado y uno podía fijarse en la cantidad de puntos
luminosos que adornaba esa especie de manto azulado. Una noche perfecta para
estar en compañía, pensó evocando una vez más el rostro de Katrine. Cerró los
ojos y sacudió la cabeza desechando ideas absurdas. Por un momento imaginó que
ella regresaba sólo para hablar con él. Para aclarar lo sucedido. Nada más.
Creyó escuchar el sonido de pasos dirigiéndose a la entrada de la
terraza. E incluso se giró para comprobar si era cierto. Su mirada se quedó
clavada en la silueta de mujer recortada por la luz de las lámparas. Por un momento
pensó que se trataba de Samantha, su editora, quien venía a recordarle que al
día siguiente tendrían que preparar algunas entrevistas con distintos medios
escritos. Se volvió hacia las vistas de Londres. El Big- Ben y las Casas del
Parlamento aparecían iluminadas sobre el Támesis. Ni siquiera giró el rostro
cuando la mujer se situó a su lado.
- ¿Vienes a recordarme que mañana tengo
entrevistas y que debo acostarme temprano? –le preguntó en un tono jocoso.
- Creo que eres ya lo suficientemente
mayorcito para acostarte a la hora que desees –le respondió una voz femenina y
enérgica.
Rod se sobresaltó cuando escuchó esa voz.
Volvió el rostro para que su mirada se posara en aquel rostro perfectamente
delineado. En aquellos ojos tan luminosos que podrían competir en brillo con
las estrellas que iluminaban el cielo de Londres. Con aquellos labios tan
seductores que ahora se entreabrían. Los cabellos de la mujer flotaban mecidos
por el mismo viento que arremolinaba las hojas caídas en Hyde Park.
- Ka-Katrine.- Pronunció su nombre entre
susurros mientras movía la cabeza intentando convencerse de que era ella en
realidad.- ¿Qué haces aquí? –le preguntó sin dejar de salir de su asombro.
- Dímelo tú –le respondió con un tono dulce
que erizó la piel de él.
- ¿Yo? Yo... bueno... Joder –se dijo mientras
se mesaba los cabellos fruto del nerviosismo que lo atenazaba en esos momentos.
- Soy tu musa ¿no? Tu inspiración. O eso he
escuchado horas antes en la rueda de prensa. Además de la dedicatoria del
libro: “Para mi musa particular”. Las musas no abandonan a los escritores –le
dijo acercándose más a él hasta sentir su aroma varonil. Una mezcla de champán
y un perfume intenso.
- Debo pedirte perdón por todo lo que he
causado.
- ¿Por qué te empeñas en hablar del pasado?
–le preguntó frunciendo el ceño.
- Yo... bueno creo que tenías y tienes toda
la razón en no querer verme, y...
- Tu información nos ayudó mucho. De no haber
sido por ella –Katrine abrió los ojos al máximo y se encogió de hombros.-
Carelli podría haberse esfumado. Gracias.
- Era lo menos que podía hacer por ti después
de...
Katrine volvió a llevar su mano hacia sus
labios para silenciarlo. En ese momento él depositó un beso tierno, suave, y
cargado de sentimiento sobre su palma, que provocó en Katrine una especie de
descarga que convulsionó todo su cuerpo.
- Nunca quise herirte –le dijo mirándola a
los ojos en un intento de transmitirle lo que sentía por ella en esos momentos.
Lo que no había dejado de sentir desde que se separaron.- Nunca...
- Lo sé. Pero comprende que...
- Lo comprendo. Aun así nunca te mentí al
respecto de mis sentimientos hacia ti –le confesó mientras su mano ascendía
hacia la mejilla de ella y lentamente la acariciaba.
- ¿Por qué no me contaste la verdad? Podría
haberte ayudado.
- Quería protegerte a toda costa. Nunca pensé
en hacer mi trabajo. Estaba harto de él, pero era la única salida que había
tenido hasta entonces –le dijo mientras se apartaba de ella y se apoyaba en la
balaustrada de la terraza. Su mirada recorrió el Londres nocturno mientras ella
lo contemplaba a él.- Por ese motivo me marché.
- ¿Seguro que lo hiciste? –le preguntó
entrecerrando los ojos mientras sus pupilas se volvían dos puntos luminosos.
Cruzó los brazos sobre su pecho esperando su confesión.
Él la miró unos segundos y se dio cuenta que
ella lo sabía, o al menos lo intuía. Por ello asintió sin decir palabra.
- Sabía que habías sido tú.
-Quería protegerte. Carelli iba a enviar a
sus perros de presa detrás de ti. Pudieron acabar con tu vida en el Palacio de
Justicia.
-¿Cuándo? –le preguntó alarmada Katrine.
-A la salida de éste. El día que el propio
Carelli iba a testificar. Tenía a dos pistoleros apostados en sendos edificios.
Tú estabas en el centro de mira de ambos.
-¡Y tú...!
Rod inspiró antes de asentir. Katrine dejó
caer en un principio sus brazos sobre su costado y pocos segundos después su
mano se apoyaba en la espalda de él. Se acercaron el uno al otro conscientes de
que lo que habían sentido tiempo atrás seguía latiendo en el interior de ambos.
Rod se incorporó de la balaustrada para acariciar la mejilla de Katrine una vez
más. Ésta cerró los ojos y dejó que la mano de él permaneciera allí quieta.
Había echado de menos tanto su tacto; su calor; sus caricias como la que en
esos momentos le brindaba. Él se acercó lentamente hacia el rostro de ella
dispuesto a todo. Era su última baza. Si lo rechazaba se iría y no volvería a
entrar en su vida. Pero no quería retirarse del todo sin saber que al menos
durante aquella noche tuvo una pequeña oportunidad de recomponer lo que él
mismo había roto. Sus dedos juguetearon con los cabellos de ella mientras
clavaba su mirada en la suya
-Katrine –susurró dejando que su aliento
golpeara sobre sus labios.
Lentamente se inclinó sobre éstos y comenzó a
tantearlos temiendo que ella pudiera apartarse. Pero no lo hizo. Dejó que
tomara su rostro entre sus manos y que profundizara el beso. Luego ella misma
lo rodeó atrayéndolo. Sintiendo la fuerza de su abrazo y el calor y la suavidad
de sus labios. Su cuerpo se estremeció ante aquel contacto. Lo había anhelado
tanto.
Momentos más tarde, ya en la habitación del
hotel Rod la desvistió con delicadeza mientras sus labios recorrían cada
porción de piel que iba despojando de ropa. Sentía como ésta respondía al fuego
al que la marcaban sus besos. Recorrió su cuello en dirección a su generoso
busto cuyas partes más vulnerables se habían rebelado clamando cierta atención.
Trazó la curva de sus caderas y sus muslos mientras no dejada de agasajarla con
sus besos, y sentía como aquel cuerpo tan sensual se estremecía bajo sus
caricias. Volvió a besarla en los labios devorándolos con pasión. Saciándose
del néctar que éstos destilaban. Embriagándose con todo su ser. En ese momento
Katrine se incorporó sobre él. Comenzó a torturarlo mientras Rod la abrazaba
como si tuviera miedo a que se esfumara en el aire. Juntos comenzaron a moverse
al ritmo de una danza frenética y sensual. Tanto tiempo, separados había
merecido la pena en esos momentos en los que ambos se estaban entregando sin
concesiones; sin reparos; sin mirar atrás. Ambos se convulsionaron cuando
sintieron llegar el final mientras sus respiraciones se volvían más intensas y
se unían en una sola.
Katrine se dejó caer sobre el pecho de Rod mientras
éste le acariciaba los cabellos. Luego lo miró fijamente al tiempo que trazaba
el contorno de su rostro.
-¿Qué le ha pasado a Stephan?
-Murió. Rod Seyton es mi nombre verdadero. El
que me pusieron de pequeño.
-No más mentiras –le dijo en un tono que se
acercó a la súplica.
-Nunca. Por cierto, necesito que te pidas
vacaciones. ¿Crees que será posible?
-¿Vacaciones? –le preguntó Katrine
incorporándose pero sin tapar su desnudez.- ¿Por qué? ¿Para qué?
-Dentro de dos días estaré en París. Y mi
musa no puede abandonarme tú lo has dicho –le respondió sonriendo
maliciosamente.
- Quieres que...
-Quiero que participes activamente de esta
aventura –le dijo mientras se inclinaba sobre ella y la rodeaba por la cintura
para atraerla hacia él.
-¿Y tu editora? ¿Lo verá bien?
-Que me importa mi editora si te tengo a ti.
-Pero... la novela... las ventas....
–balbuceó Katrine perpleja por aquella proposición.
-Voy a escribir la mejor novela de mi vida
–le dijo mirándola seriamente.
-¿Y de qué irá esta vez? –le preguntó con un
toque lleno de sensualidad.
-¿Aún no lo has adivinado? –le preguntó
enarcando una ceja al tiempo que Katrine parecía confundida.- ¿Qué te parece si
empezamos el primer capítulo en la ciudad de luz –le sugirió mientras se
inclinaba para devorar sus labios una vez más, y Katrine se dejaba caer de
espaldas en la cama loca de felicidad.
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