Hola a tod@s os dejo el comienzo de mi última novela, Dulce persecución, y primera que publico en Amazon. Espero que os guste. Un beso a tod@s las que me seguís.
Prólogo
Isla Beata, 1670
Isla Beata es el
punto más meridional de Santo Domingo, y cuya única finalidad es sin duda el
mejor enclave estratégico para los navíos piratas y corsarios. Aquella noche las
olas rompían con excesiva virulencia sobre los acantilados, como si quisieran
derribarlos y dejando una capa de espuma a su paso. Retrocedía y volvía a
cargar como si de un ariete se tratase intentando penetrar en las entrañas de
la roca. Y allá en lo alto, uno podía divisar un grupo de cinco casas, una
pequeña ermita, y una taberna. Era en ésta donde se concentraba prácticamente
toda la actividad de sus escasos habitantes. Los que bien por diversión, por
azar o por alguna obligación, como los dos hombres que en esos momentos
permanecían sentados en una mesa hablando en voz baja, quedaban impactados por
la suciedad y el deterioro del edificio. Quienes se arrastraban hasta allí lo
hacían en busca de un vaso de ron, o de una partida de naipes.
La taberna tenía
un aspecto lóbrego. La suciedad era visible en sus suelos de madera deslustrada
por el paso del tiempo; sus paredes blancas decoradas con el moho de la humedad
y el salitre del mar; la madera de mesas y sillas empezaba a descarnarse como
señal inequívoca de su putrefacción o de la dejadez por parte de su dueño. Los
cristales de las ventanas a penas si dejaban pasar la luz debido a la capa de
suciedad que tenían. Todo en aquella taberna estaba en un estado lamentable;
todo salvo la joven cantinera de cabellos rizados color azabache, y que caían
sueltos hasta la mirad de su espalda. Sus ojos verdes como esmeraldas brillaban
con intensidad pese al lugar; sus labios color del coral eran carnosos y
apetecibles cual fruta madura. Su tez había sido dorada por el sol del Caribe.
Su cuerpo esbelto se paseaba de un lado a otro con gran agilidad por entre las
mesas, a las que había varios hombres sentados. Ninguno de ellos hizo ademán de
tocarla, o si quiera rozarla. Sólo le lanzaban furtivas miradas de cuando en
cuando con las que parecían saciar sus instintos más bajos. Y los más atrevidos,
incluso le sonreían esperando con ello atraer su atención. La muchacha era
joven, esbelta, atractiva, sensual... Su camisa de hilo blanco dejaba al
descubierto sus redondos hombros sobre los que descansaban algunos mechones de
sus cabellos acariciándolos al vaivén de su caminar. La prenda se ceñía a su
cintura marcando el contorno de sus atributos femeninos, nada desdeñables. Su
vestimenta la completaba una falda larga de color rojo que le caía recta desde
sus caderas y llegaba hasta los tobillos. Con cada giro que daba, la tela de
ésta describía un arco a su alrededor que en ocasiones permitía vislumbrar
parte de sus torneadas pantorrillas. Iba descalza sobre el sucio suelo de la
taberna, lo cual no dejaba de ser llamativo. En ocasiones sonreía mirando a los
dos hombres, quienes seguían conversando en voz baja. E incluso se atrevía a guiñarle
el ojo a uno de ellos. Al de cabellos negros y ojos oscuros como la noche.
- Si sigues
mirándola de esa manera te irás a la cama en buena compañía –le susurró con un acento
extraño en sus palabras su compañero de mesa, mientras sorbía de una botella de
vino.
- Calla francés.
Tú no ves más allá de las faldas de una linda nativa –le comentó algo molesto,
algo alegre el otro.
- Dirás lo que
quieras, pero te apuesto a que antes de acabar la noche esa muchachita –comenzó
diciendo mientras la señalaba con su dedo índice- caerá rendida a tus pies por
un puñado de doblones.
- No digas
tonterías. No pienso pagar nada a nadie por una noche de juerga.
El francés lo
miró con aspavientos mientras sonreía abiertamente. La muchacha seguía
despachando a los clientes que se arracimaban en las mesas.
- ¿Qué puede
buscar una muchachita tan linda como ella en un tugurio como éste? Yo te lo
diré. A un capitán español de la
Armada de su Majestad el rey de España para que la saque de
aquí y le ofrezca un porvenir lleno de riquezas.
- Escucha
Pierre, no hemos venido aquí para nada de eso. Así que no te equivoques –le
espetó con voz seria.
- Pero en algo
tenemos que matar nuestro tiempo mientras aparece el capitán Lorraine –le
comentó encogiéndose de hombros.- Que por cierto dudo mucho que ese inglés se
presente.
- Dime, ¿tú lo
harías sabiendo que puedes caer en una trampa? ¿O yo? –le preguntó clavando su
mirada en el francés.
- Entonces si
tan seguro estás de que ese perro inglés no se presentará. Escucha Juan, ¿por
qué no regresamos con el resto de los hombres a Santo Domingo, en vez de estar
en esta pocilga? –le preguntó lanzando una mirada de desagrado a la taberna.
El capitán Juan
Herrera se quedó pensativo con la mirada fija en el vaso que aún contenía parte
del vino que le habían servido. Chasqueó la lengua y a continuación suspiró
mientras dejaba el vaso en su sitio.
-Tal vez tengas
razón –le dijo al francés levantándose de su banco. Pero en ese momento el sonido de una guitarra
rompió la quietud que había en la taberna.- Aguarda –le dijo Juan Herrera al
ver que la muchacha de la taberna comenzaba a bailar al son de la música.
Comenzó a
moverse de manera felina encandilando al capitán español, quien al momento se
sintió atrapado por la mirada de aquella exquisita mujer. Sus cabellos se
movían como las colas de los látigos, que se usaban en la marina para castigar
a los insurrectos; pero él apostaba a que éstos eran más suaves y sedosos, y
que el daño que podían provocarle sería de lo más dulce. Los ojos de la
muchacha centelleaban de emoción; brillaban como dos esmeraldas al tiempo que
mantenía los labios entreabiertos con un toque de sensualidad extrema, que al
capitán Juan Herrera le produjo una sensación ya olvidada por él. La boca se le
había secado viendo bailar aquel escultural cuerpo de piel morena por el sol de
aquellas regiones. Y cuando se alzó la falda dejando entrever parte de sus
muslos se vio obligado a echar mano de
un buen trago de vino para calmar el ardor, que la cantinera había producido en
lo más hondo de su ser, y que ahora mismo se esparcía regando todo su cuerpo.
Mientras tanto Pierre, el francés, lo contemplaba de reojo siendo testigo de
los cambios que aquella linda nativa estaba produciendo en su capitán. A decir
verdad entendía la situación por la que estaba pasando éste.
La muchacha no
era ajena a las sensaciones que despertaba en aquellos dos extranjeros. Se
acercó hasta el capitán con movimientos seductores y tras situarse detrás de él
pasó sus manos por sus hombros para después dejarlas caer sobre el chaleco de
piel y sentir su pecho fuerte. Juan Herrera sintió la calidez de los brazos de
la muchacha al rozarle la mejilla; su suavidad como el satén; el tintineo de
las pulseras y un aroma a sal y ron que lo inundó. La muchacha rozó sus pechos
contra su espalda y pronto sintió que se endurecían sus partes más sensibles.
Juan Herrera tenía la sangre caliente, mientras el deseo bullía en su interior.
Aquella linda nativa estaba jugando con fuego, y podría quemarse. Recordó las
palabras del francés acerca de que intentaría seducirlo para que se la llevara
a España. Al contemplarla fijamente, ésta levantó una pierna y la apoyó sobre
una banqueta dejando al descubierto su pantorrilla y parte de su muslo,
mientras le sonreía de manera diabólica y seductora mirándolo por encima de su
hombro desnudo. De repente la música cesó y todos los allí reunidos comenzaron
a aplaudir la actuación de la muchacha, quien ahora jadeaba por el esfuerzo.
Sonrió a todos y en especial al capitán Herrera, quien estaba como encandilado
con aquella joven. En un arrebato de excitación le hizo señas para que se
sentara junto a ellos y compartiera un trago de vino. La muchacha sonrió
complacida y se giró hacia el tabernero.
- Ron –dijo con
voz enérgica.
El hombre
asintió al momento y procedió a llevarles una botella del licor caribeño ante
la atónita mirada de Juan Herrera y el francés.
La muchacha se
sentó en frente de ellos aguardando la bebida y cuando ésta estuvo sobre la
mesa procedió a servir en los tres vasos que había para la ocasión, siempre
bajo la atenta mirada del capitán Herrera. La contemplaba fijamente como si lo
tuviera suspendido en alguna especie de embrujo. Ahora podía fijarse mejor en
ella. Su mirada enviaba destellos que lo deslumbraban. Su nariz era pequeña y
algo respingona. Sus mejillas estaban sonrosadas por el baile dándole un tono
inocente. Sus labios permanecían entreabiertos mientras con su lengua los
humedecía. Sabía perfectamente como seducirlo y sabía también que él no se
resistiría a sus encantos. Sonreía de manera pícara mientras jugueteaba con el
vaso en su mano.
- ¿Qué os ha
parecido? –le preguntó con una voz melosa, sensual, y cautivadora mientras se
inclinaba un poco sobre la mesa y se apoyaba en ésta rebelando una parte
generosa de sus pechos por su escote.
Juan Herrera no
pudo evitar bajar la mirada hacia aquella porción de piel dorada que asomaba
tentándolo a pasar un dedo e incluso porqué no, sus labios para esparcir un
reguero de cálidos y húmedos besos. Lo mismo podía decirse del francés, quien
sabía reconocer la belleza femenina y siempre sucumbía a los encantos de ésta.
La muchacha sonreía de manera seductora sabiendo que poseía las armas para
dejarlos fuera de combate.
- Ha… habéis
bailado muy bien –logró decir el capitán Herrera después de un rato. Sentía que
se le trababa la lengua y que tenía dificultades para hablar con aquella
descarada mujer delante de él mostrando sus encantos sin el menor recato.-
Decidme, ¿qué hacéis en este tugurio de mala muerte?
- Lo mismo que
vos –le respondió de manera enigmática mientras sorbía un trago de ron sin
apartar sus cautivadores ojos del rostro del capitán Herrera. Éste no
comprendía que era lo que estaba sucediendo ni porqué. ¿Qué hacía allí aquella
muchacha tan seductora? ¿A qué estaba jugando con él?
- Lo dudo
–apuntó el francés.
- ¿De verdad?
–le preguntó la muchacha con un gesto infantil e ingenuo mientras su dedo se
enroscaba en uno de sus rizos.
- No creo que
sepáis que nos ha traído aquí –apuntó Juan Herrera algo molesto por el
comportamiento de la muchacha, quien por otra parte, le estaba haciendo perder
los papeles. Si tuviera lo que había que tener la llevaría a una de las
habitaciones del piso superior y le enseñaría lo que era a jugar con él.
- ¿No estáis
esperando a alguien? –le preguntó mientras su mirada pasaba de uno al otro.
Aquella pregunta
dejó quietos a los dos hombres, quienes se miraron primero entre ellos, y
después volvieron a clavar sus respectivas miradas en aquella linda, pero
perversa muchacha. Ahora se hacía la distraída mientras vertía más ron en su
vaso. No esperaba la mano de Herrera cerrarse sobre su muñeca. Sintió el calor
de su piel traspasarle la suya y como si de un reguero de pólvora se tratase
ascender por todo su brazo. Levantó la mirada hacia él para tropezarse con sus
ojos negros, que parecían querer intimidarla. El rictus de su boca era serio y
sus mandíbulas resaltaban apretadas y perfiladas a ambos lados de su rostro. Su
mirada ya no era tan cálida como antes. Ahora era interrogadora.
- Soltadme –dijo
la muchacha mientras su mirada era fuego líquido y el gesto de su rostro se
volvía frío y duro como el mármol.
- ¿O si no? –le
preguntó el capitán Herrera retándola con la mirada. Pero para su asombro ella
se mantuvo firme en su posición. Esperaba que se rindiera y se mostrara sumisa
ante su mirada y sus palabras.
- Tendréis
problemas –le dijo mientras marcaba cada una de las palabras.
Las miradas de
ambos eran como dos aceros que se estuvieran batiendo. Incluso uno podía
percibir las chispas que saltaban. Pierre no sabía como actuar ya que no era
muy dado a intervenir en las disputas de su capitán. Por otra parte estaba
completamente fascinado por la actitud que mostraba la muchacha.
- Me gustaría
saber que clase de problemas podéis causarme vos –le comentó Juan Herrera con
cierta sonrisa irónica mientras seguía disfrutando de aquel juego. Reconocía el
valor y la determinación de la joven nativa, cuyos ojos lo mantenían suspendido
en una especie de hechizo. No es que no quisiera soltarla, es que no podía.
Sentía una necesidad imperiosa de retenerla allí, y ver en qué acababa todo
aquello. Ahora ella sonreía abiertamente como burlándose de él.- ¿Qué os hace
tanta gracia?
El capitán
Herrera sintió al momento el cañón frío de una pistola sobre su nuca, y como
pocos segundos después su dueño la amartillaba. Trató de verle el rostro a su
agresor pero a lo más que llegó fue a vislumbrar la sombra de un hombre
fornido. Pierre tampoco pudo reaccionar ya que una segunda pistola le apuntaba
directamente sobre la espalda instándolo a permanecerse quieto.
- Veo que tenéis
vuestros guardaespaldas –comenzó diciendo Juan Herrera sin apartar la vista del
rostro risueño de la muchacha, quien se incorporaba de la banqueta para apoyar
un pie sobre ésta e inclinar su cuerpo sobre su rodilla. Su mirada permanecía clavada
en Juan Herrera y una sonrisa de triunfo, llena de malicia se dibujaba en sus
seductores labios. Él la miraba como nunca antes había hecho con una mujer; ni
siquiera a su amiga Rosana. ¿Qué había percibido en aquella extraña muchacha
que no le permitía apartar sus ojos de ella?
Se inclinó un
poco hacia delante dejando entrever la curva de sus pechos. Pero Juan Herrera
no descendió hasta el escote sino que se fijó en su rostro. Ella se apartó la
melena dejando ver dos aretes de oro macizo colgando de sus pequeñas y fina
orejas.
-¿Podéis decirle
que baje el arma? No voy a haceros daño –le pidió con un deje de rabia por
sentirse desarmado de aquella manera y por una mujer.
- Os presento al
señor Hawkins –le dijo sonriendo mientras levantaba la mirada hacia el fornido
hombre que sonreía sin dejar de encañonarlos.- El señor Hawkins es el segundo
de abordo en El Lucero del alba.
Aquel comentario
alertó a Juan Herrera y a Pierre. Ese barco era precisamente el navío del
capitán Lorraine. ¿Qué relación tenía aquella muchacha con un pirata inglés? Juan
Herrera comenzó a mirarla con cierto recelo. Por un momento una idea
descabellada se le pasó por la mente, pero la desechó de inmediato. ¡Aunque
todo parecía indicar que ella podría ser su hija!
- Aquel de allí
es Robert Jefferson el contramaestre –señaló hacia un tipo fornido con un
pañuelo a la cabeza. Saludó inclinando ésta mientras se ponía en pie dejando
ver una pistola bajo el fajín y una daga en su mano.
Juan Herrera y Pierre comenzaban a
darse cuenta de lo que estaba sucediendo; demasiado tarde.
- Sean O’Grady,
artillero mayor –señaló un tipo alto de miembros nervudos con un fino bigote y
un tatuaje en el antebrazo.
- Y vos sois...
–comentó Herrera enarcando las cejas mientras resoplaba.
La muchacha
sonrió en un principio de manera tímida y burlona, pero finalmente se arrancó
en una serie de carcajadas que hicieron temblar a ambos hombres. Echó hacia
atrás la cabeza permitiendo que sus cabellos ondearan libres por su espalda, y
permitiendo que Juan Herrera deslizara su mirada por su cuello de piel suave y
bronceada. Luego posó sus manos sobre sus caderas y se irguió majestuosa.
Parecía una diosa pagana a la que cualquier mortal veneraría por su belleza.
Cualquier hombre con cabeza caería rendido a sus pies; seducido por sus
encantos. Ahora sus cabellos se arremolinaban en torno a su rostro y sus hombros
otorgándole un aspecto felino. Entrecerró sus gemas brillantes para clavarlas
en el rostro de Juan Herrera y le respondió con un deje burlón:
- El terror de
los españoles. El fiero pirata al que las madres españolas recurren para
silenciar a sus hijos –comenzó diciendo mientras observaba como el rostro de
Pierre mudaba el color y la expresión; no así el del capitán Herrera, quien
hacía unos instantes había intuido quien se ocultaba tras aquel rostro
angelical.- Aunque yo prefiero que se me llame por mi verdadero nombre.
- El capitán
Lorraine –murmuró Juan Herrera con una mezcla de sorpresa e incredulidad.
Pierre se había
quedado paralizado al escuchar a Juan Herrera pronunciar aquel fatídico nombre.
Miró a la muchacha sin comprender todavía que aquello pudiera ser cierto. ¿Cómo
demonios iba a ser aquella el fiero corsario inglés que asolaba las plazas
españolas en el Caribe, y hundía los galeones de su majestad?
- Lorraine
Beckford. ¿No os parece más apropiado? –le preguntó con un toque lleno de
sensualidad mientras se inclinaba sobre él dejando que el aroma a ron lo
envolviera por completo.
- Podéis
llamaros como prefiráis. Para mi sois un vulgar pirata que merece la horca
–masculló entre dientes el capitán Herrera poco antes de sentir la boca de la
pistola presionar más fuerte sobre su nuca.
- No os lo
discuto, pero sabed que no comparto vuestra opinión al respecto de mí.
- Entonces,
¿cómo preferís que os llame? No sois precisamente una santa.
- Ni pretendo
serlo. Pero si hay algo que debéis saber. Yo no elegí esta vida que ahora me
echáis en cara.
- No me digáis
–le comentó burlándose de ella.- ¿Y qué os empujó a ello? ¿Riquezas? ¿Diversión?
¿Acaso os aburre tomar el té con las señoras de Londres? ¿O es acaso que no
habéis encontrado un marido durante la temporada?
- Busco venganza
por lo que los españoles hicieron a mi padre –le espetó furiosa como una
galerna.
- Si era un
pirata se lo merecía –le rebatió al instante.
- No niego que
lo fuera, salvo por el hecho que cuando fue apresado nuestros dos países habían
firmado la paz –masculló Lorraine apretando los puños y golpeando con ellos la
mesa. Su mirada felina no se apartó ni un instante del rostro del capitán
Herrera, y éste percibió su respiración agitada bajo la blusa de hilo. Le
gustaría recorrer sus pechos, sus piernas, todo su cuerpo. Tumbarla de espaldas
sobre una mullida cama y amarla sin condiciones. Una extraña sensación de deseo
se apoderó de él. Era como si el hecho de verla enfurecida lo incitara aún más
a desearla.
- ¿No sería que
aún a pesar de la tregua él siguió con sus actividades?
- No. Acudió a
una reunión de paz en Panamá, y entonces...- Lorraine bajó la mirada porque
ésta se empañaba cada vez que recordaba a su padre. Era algo que no podía
evitar. Se armó de valor y mirando con desprecio a los dos hombres continuó.-
lo apresaron para ahorcarlo.
- Eso no lo
exime de sus responsabilidades como pirata. De las vidas que quitó –protestó el
capitán Herrera haciendo un ademán de abalanzarse sobre ella.
- Al menos
podrían haberlo sometido a un juicio justo, ya que aceptó la propuesta de
rendirse –le rebatió con toda la furia que acumulaba en su interior.
La tensión
aumentaba entre los dos interlocutores. Lorraine se mostraba enfurecida en esos
momentos. Se había despojado de su disfraz de seductora para convertirse en el
capitán Lorraine y miraba ahora a Juan Herrera como si tuviera su vida en sus
manos, y con una sola señal pudiera ordenar su muerte.
- Y ahora sois
vos, su hija quien en su nombre saquea las plazas españolas, y a los barcos de
su majestad por venganza –resumió Juan Herrera comprendiendo lo que sucedía.-
Está bien, y ¿qué queréis de mi?
- Creo que sois
vos quien debería decirme el motivo de reuniros conmigo –apuntó Lorraine
alzando el mentón hacia el capitán Herrera. Desafiante y poderosa en todo
momento.
- No creo que
sea una buena idea hablar cuando siento el aliento de la muerte tan cerca –le
hizo ver mientras el frío cañón de la pistola aún presionaba su nuca.
Lorraine hizo
una señal a Hawkins para que bajara su arma, y permitiera hablar al capitán
Herrera. Éste se sintió algo más cómodo una vez que se vio libre de la presión
del cañón del arma.
- Soy toda oídos
–le confesó mientras vertía un poco más de ron en un vaso y lo tendía al
capitán.- Tomad, refrescaros un poco. Apuesto a que se os secado la garganta
del susto –profirió burlona mientras se fijaba con detenimiento en el atractivo
del capitán español.
- Prefiero estar
sereno –le dijo apartando el vaso.
- Cómo vos
prefiráis –dijo Lorraine encogiéndose de hombros.- Hablad pues.
- Como bien
sabéis España e Inglaterra han firmado la paz. Eso implica el fin de los
ataques a los mercantes procedentes de las Indias Occidentales con destino a la
metrópoli. Al mismo tiempo supone el fin de los ataques a las plazas españoles
en el Caribe.
- ¿Y qué conseguirán
mis hombres con ello?
- El perdón del
rey de España.
- El perdón de
un rey que no es el mío –le espetó con una mueca de desagrado.- ¿De qué me
valdría? –le preguntó a modo de burla.
- Dejarme
deciros que si os atrevéis a seguir con vuestras correrías por el Caribe me
veré obligado a tomar represalias –le dejó claro con frunciendo el ceño.
- Y decidme,
capitán Herrera. ¿Seríais vos en persona quien viniera detrás de mí? –le
preguntó con un tono mezcla de seducción y de burla que provocó las risas de
sus hombres.
El capitán se
sintió burlado, y humillado por aquella maldita diablesa de cabellos negros
como la pólvora. Aquella maldita bruja del mar estaba jugando con él como si
fuera una marioneta. Ningún pirata o corsario inglés jamás se había atrevido a
mostrarse tan arrogante con él; pero aquella hermosa criatura...
- Sí –respondió
con firmeza.- Me vería en la obligación de daros caza.
- ¿Creéis que
podríais atraparme?
- Seguro –le
confesó retándola una vez más con la mirada.
-¿Cómo ahora?
–le preguntó sonriendo mientras pasaba su mirada por sus hombres, quienes
sonreían y se burlaban del capitán Herrera.
Éste inspiró
varias veces tratando de calmarse. No le era fácil soportar toda aquella
humillación; pero se la tenía merecida por haber subestimado al capitán
Lorraine sin conocerlo. Pierre permanecía a su lado sin atreverse a pronunciar
una sola palabra, mientras miraba a la muchacha.
- La reunión
decía que tan sólo un hombre de confianza os acompañaría -le recordó paseando
su mirada por parte de la tripulación de su navío.
- Y así ha sido.
- Pues yo veo
demasiados hombres vuestros en esta reunión –le confesó sonriendo burlonamente.
- Sólo he venido
con el señor Hawkins.
- ¿Y el resto?
- Son libres de
venir a tomar un vaso de ron –le respondió encogiéndose de hombros y esbozando
una sonrisa llena de malicia.
Un coro de risas
acompañó las palabras de Lorraine mientras se mostraba encantada con la
situación. Debía admitir que tener a un hombre tan apuesto y tan viril como el
capitán Herrera, rendido de aquella manera era un lujo al alcance de pocas
mujeres. Aunque ella hubiera hecho trampa para lograrlo. Era la primera vez que
miraba a un hombre con el interés con el que lo estaba haciendo en esos
momentos.
“Demasiado
apuesto. Seguro que tiene una vía de agua por algún lado.” pensó entrecerrando
los ojos.
- Siempre tenéis
una respuesta adecuada por lo que veo.
- En la mayoría
de las ocasiones. ¿Acaso pensasteis que el capitán Lorraine acudiría solo y
desarmado como un corderito al matadero? –le preguntó sorprendida por el simple
hecho de que él lo hubiera considerado.- Os tenía en más alta estima capitán
Herrera. Vos sois el intrépido capitán español que ha apresado y entregado a
varios de mis compañeros de correrías. El célebre cazador de piratas había
pensado que el capitán Lorraine era tan ingenuo como el resto –le dijo
burlándose de él.- Pero apuesto a que además de sentiros herido en vuestro
orgullo de capitán español burlado por un pirata inglés, os duele más que haya
sido una mujer la que os haya derrotado –le dijo mientras apoyaba las manos
sobre su mesa y acercaba su rostro a escasos centímetros del suyo.
Herrera no se lo
pensó dos veces. Quería darle una lección a aquella arrogante mujer. De manera
que cuando tuvo su rostro a escasos centímetros del suyo, y el aroma a ron lo
embriagó por completo, la agarró por el pelo atrayendo sus labios tan jugosos
hacia los suyos. El gesto cogió por sorpresa a todos los reunidos, incluida la
propia Lorraine, quien no se lo esperaba. Sintió los labios del capitán Herrera
tomando posesión de los suyos, sintiendo su lengua adentrarse en su boca y
unirse a la suya en un gesto incomprensible por parte de ella. El beso se
asemejó a una andanada de artillería que alcanzó la línea de flotación de
Lorraine haciéndola tambalearse de manera inexplicable. La sangre le hervía en
sus venas sintiendo la fuerza de aquel beso, de aquellos labios, de aquella
mano sobre sus cabellos. Un leve cosquilleó ascendió por sus piernas hasta sus
pechos mientras ahora el capitán Herrera devoraba aquellos labios con
delicadeza.
Cuando Lorraine
consiguió separarse de su captor su mano voló rauda y veloz hacia la mejilla
del capitán Herrera. El sonido se asemejó a la descarga de un látigo. La mirada
de Lorraine llameaba mientras se pasaba las manos por sus labios para limpiar
cualquier resto de aquel beso, pero, ¿por qué se pasó la lengua por éstos? De
repente, en un gesto rápido extrajo de la vaina la espada de uno de sus hombres
y colocaba la punta de ésta en el pecho del capitán Herrera. Éste bajó la
mirada hacia el sable que ahora presionaba insistente sobre su chaleco. Sintió
que la respiración se le agitaba por los nervios, y la tensión de la escena;
pero también por la sensación que los labios de ella le habían dejado. Suaves,
cálidos, y jugosos con sabor a ron. Ahora la miraba esperando su decisión.
Estaba furiosa por aquel gesto. Pero ya le había causado bastantes problemas.
Le había hecho perder sus nervios. Se había burlado de él, y tenía que
enseñarle una lección.
- Sabed que
ningún hombre ha vivido después de ponerme las manos encima, y vos ya habéis
sobrepasado el límite del tiempo con creces –le espetó mientras sus cabellos se
revolvían sobre sus hombros.
- Si pensáis que
debo morir... Adelante –le dijo levantando las manos en alto.
- ¿No vais a pedir
clemencia por vuestra vida? –le preguntó sorprendida al tiempo que entrecerraba
sus ojos.
- Un capitán español
no se rebaja ante una pirata, y más si éste es una mujer –le espetó furioso.
Lorraine movió
rápida la muñeca produciéndole un pequeño corte en la mano derecha. El capitán
apretó los dientes con furia mientras el dolor era palpable. La sangre corría por
su palma y algunas gotas empaparon el suelo de madera de la taberna. Al momento
extrajo un pañuelo con el que se vendó la mano en un intento de detener la
hemorragia. Pierre intentó acercarse a socorrerlo, pero fue la espada de
Lorraine la que lo detuvo.
- Quedaos quieto
si no queréis que me enfade con vos. Y de paso, ¿podríais decirme que hace un
francés con los españoles?
- La amistad
–respondió sonriendo mientras lanzaba una mirada a Juan Herrera.
- Algo muy
difícil de encontrar en estos tiempos –le dijo con gesto serio Lorraine
mientras su mirada se clavaba en Juan.- Os ofrezco un puesto en mi navío.
- Os lo
agradezco pero...
- Pero preferís
la compañía de los españoles. Sea pues, pero tened en cuenta que no volveré a
haceros esta oferta –le informó con la voz fría como el acero de su espada.
Juan Herrera
comenzaba a sudar y el color de su rostro había cambiado. Ahora miraba a
Lorraine con una mezcla de rabia, odio, pero también con un extraño sentimiento
de ¿admiración? No podía negar que aquella maldita mujer lo había vencido hasta
humillarlo y hacer con él lo que había querido. Había sido una marioneta en sus
manos.
- Ya que vais a
perseguirme evitaré que cuando nos volvamos a ver podáis empuñar la espada con
destreza –le señaló burlona.
- La próxima vez
que nos encontremos no os reiréis como lo estáis haciendo ahora. Os lo juro –le
prometió maldiciendo entre dientes.
- Pensaba que
erais más inteligente capitán Herrera.- Lorraine caminó hasta situarse frente a
él. De nuevo provocándole, sólo que esta vez él no intentaría nada estando
armada.- Procurad manteneros alejado de las piezas de artillería del Lucero del
alba o será lo último que veáis en vuestra corta vida –le dijo mientras su dedo
recorría el contorno de su rostro.
Lorraine apartó
de inmediato el dedo sintiendo una especie de calambre al recorrer su piel, y
al sentir su mirada profunda sobre ella. Sin saber explicar el motivo su
corazón le dio un vuelco y se apartó de inmediato de él. Pero antes de
despedirse se volvió una vez más hacia él.
- Nunca os fiéis
de un pirata capitán, y menos si es el capitán Lorraine –le dijo antes de hacer
una señal a sus hombres para marcharse.
Hawkins lo
siguió apuntando con las pistolas hasta que todos se hubieron marchado y la
puerta se hubo cerrado tras ellos. Juan Herrera se sentó mientras sentía que la
mano le dolía y la sangre no dejaba de brotar. Pierre no abrió la boca durante
unos segundos en los que se limitó a mirar a su capitán. Éste apretaba los
dientes y maldecía por lo bajo a aquella bruja de mujer.
- Juro que no
pararé hasta verla bailar del extremo de una soga.
- No creo que lo
hagas –apuntó Pierre mirando a su amigo y capitán.
- ¿Dudas de mi?
–le preguntó enfurecido mientras fruncía el ceño.
- Irás tras
ella, si. Pero no para que cuelgue de una soga precisamente, amigo.
- ¿Qué otra cosa
puedo sentir por ella sino... odio?
- Odio
precisamente no es lo que sientes por ella –le dijo palmeando el hombro de
Herrera mientras se incorporaba.- Desde que la viste bailar te encendió, y
luego… dime la verdad ¿por qué la has besado? –le preguntó antes de sorber un
trago de ron de la botella.- No se besa como tú lo has hecho a alguien que a
quien se odia.
Juan Herrera
levantó la mirada hacia el rostro del francés, quien enarcaba las cejas en
señal de sorpresa. Alzó la botella en alto para brindar y se llevó el cuello de
la misma a la boca y bebió un trago largo. Después se la tendió a su
capitán y éste siguió el mismo ejemplo
del francés. Bebió hasta que las entrañas le ardieron de una manera
insoportable. Quería olvidar lo sucedido, pero por mucho que lo intentara ella
le había dejado una marca que haría que no la olvidara; y no era precisamente
el corte en su mano.
Tiene muy buena pinta Mills, lo que he leído me ha dejado con ganas de leer más. Me fascinan las historias de época y aunque mi fascinación me remonta a épocas más cercanas en el tiempo (véase el siglo XIX) no le hago ascos a ningún periodo pasado.
ResponderEliminarTe deseo muchos éxitos.
Un saludo.
Impresionante, precioso, fantástico!!!!!!
ResponderEliminarYa la quiero leer Mills, me encanta y la trama promete mucho!!!!
Adoro la época y más a una mujer que se atreve a piratear!!
Un beso!!
Si así es el prólogo, cómo estará la novela completa, presiento que será un viaje tremendo. Me ha encantado lo que nos has mostrado, y desde ya me muero por leerlo, sé que tendrá mucho éxito en Amazon, suerte.
ResponderEliminarMil besos.
Hola Miils: Como me olvidé de comentarte el otro día cuando leí el prologo de tu nueva novela, pues lo hago ahora!
ResponderEliminarMe ha encantado...Las historias de aventura con romance en el medio me encantan y ni que hablar cuando hay piratas envueltos...Creo que tiene todos los ingredientes para ser un éxito y mi historia...
Esperaré saber más!!!
Besitos =)