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jueves, 13 de septiembre de 2012

El profesional

Os dejo un nuevo relato.

- ¿Por qué no has concluido el trabajo? –le preguntó mientras se sentaba al otro extremo de la mesa de madera color miel. Sus dos ojillos lo escrutaban desde el fondo de sus cuencas. A penas parpadeaba. El rictus de su boca mostraba el descontento que sentía porque las cosas no se hubieran hecho ya, como se había acordado en un principio. Encendió un cigarrillo y el otro hombre vio una luz naranja y las volutas de humo ascender hasta el techo. Aspiró con gran pasión y después dejó que el humo saliera por sus fosas nasales. Aguardó pacientemente su respuesta. Sentado en el otro extremo de la mesa y franqueado por dos de los sicarios de Vince Carelli.- Estoy esperando –le apremió con un tono que discurría entre la impaciencia y el desdén.

- No he tenido una buena opción. Eso es todo –respondió.

Vince Carelli lo miró a través de la cortina de humo sin poder dar crédito a aquella respuesta. E incluso esbozó una leve sonrisa socarrona.

- ¿Me tomas por estúpido? –le preguntó arqueando sus cejas en clara señal de sorpresa o de disconformidad con la respuesta obtenida, mientras el otro hombre desviaba la mirada.- Nos dijeron que eras el mejor –le recordó señalándolo con los dos dedos que sujetaban el cigarrillo.- ¿Es mentira?

El hombre inspiró hondo antes de responder.

- No lo es.

- ¿Entonces? –le preguntó Vince Carelli con las palmas de sus manos hacia arriba exigiendo una explicación.

- Ya te lo he dicho. No he encontrado el momento.

Vince sonrió divertido mientras hacia una señal a uno de los sicarios. Éste agarró las manos del hombre y las sujetó con firmeza sobre la mesa pese a los esfuerzos que éste hizo por soltarse. Cuando vio que no tenía opción se relajó pero lanzó una mirada fría a Vince mientras éste avanzaba hacia él con parsimonia y con el cigarrillo humeante en su mano.

- Stephan.- Era la primera vez que se dirigía a él por su nombre.- Aceptaste las condiciones. Te pagamos lo convenido. Y nos prometiste que el trabajo estaría hecho en una semana. Pero han pasado casi tres y seguimos en el mismo sitio. No hemos avanzado nada.

Stephan intuía lo que Vince iba a hacerle, pero no conseguiría soltarse de las manos de aquellos dos tipos. Eran como grilletes alrededor de sus muñecas. Apretó los dientes con rabia mientras sus cabellos se arremolinaban sobre su frente. Vince fue acercando lentamente el cigarrillo hacia su mano derecha. Primero dejó caer un poco de ceniza caliente sobre ésta, para comprobar la reacción de Stephan; pero éste no pareció inmutarse por este gesto.

- Te hemos pagado seis mil euros como anticipo. Y no hemos recibido nada a  cambio. Así no se hacen los negocios, Stephan –le recordó palmeándolo en la mejilla con cariño.

- Ya te he dicho...

- Sí, si –repitió Vince con gesto aburrido.- No me lo creo. Y como no me lo creo, es hora de que te refresquemos la memoria –le dijo acercando el cigarrillo a su mano.

Stephan sentía el calor sobre su piel, y como éste se hacía más intenso con el paso de los segundos. Su vista estaba concentrada en el cigarrillo que lentamente descendía sobre su mano, sin que él pudiera hacer nada por evitarlo.

- ¿Recuerdas nuestro pacto? –le preguntó mientras apagaba el cigarrillo sobre la mano de Stephan, y éste apretaba los dientes con el firme propósito de ahogar su grito, y su llanto. El sudor perlaba su frente y recorría su cuerpo debido al nerviosismo que estaba experimentando. Vince parecía disfrutar con aquella tortura. Al cabo de breves segundos apartó el cigarrillo de la piel. Ahora quedaba el rastro de color rojo y negro de la ceniza. Vince lo encendió una segunda vez mientras Stephan tragaba.- Te daré una sola oportunidad. O acabas el trabajo esta semana; o nosotros los haremos. ¿Queda claro? –le preguntó esbozando una sonrisa cínica que encendió la sangre de Stephan. Éste asintió mientras cerraba los ojos y evocaba el rostro de Katrine. Abrió la boca para tomar aire, justo en el preciso instante en el que Vince volvía a apagar el cigarrillo sobre la otra mano de Stephan.

Terminada la pequeña tortura. Dos hombres de Vince lo levantaron de la silla. Uno de ellos lanzó una mirada hacia su jefe buscando su aprobación. Al momento el puño del individuo se hundía en el estómago de Stephan. Se dobló debido al fuerte impacto, mientras el otro esbirro lo pateaba en la espalda.

- Basta. No podemos estropear nuestra herramienta de trabajo. Dejadlo ya.

Vince se inclinó sobre Stephane, quien tenía dificultades para respirar. Tenía el rostro rojo, y los ojos parecían salírsele de las cuencas.

- Y recuerda. A finales de la semana quiero el trabajo hecho. O si no te mandaré un recadito –le dijo volviendo a palmearlo en la mejilla.- Sacadlo de aquí.

Los dos hombres lo levantaron del suelo y cargaron con él hasta la puerta tras la cual desaparecieron. 

Stephan se levantó con cierta dificultad de entre los cubos de basura y cajas de cartón amontonadas sobre la pared. Los esbirros de Vince lo habían sacado a rastras por la puerta de servicio del restaurante que regentaba en Regent Street. Estaba en mitad del aturdimiento que le había provocado los golpes recibidos cuando sintió la vibración de su teléfono en el interior de su chaqueta de piel negra. Segundos después comenzó a sonar la melodía. Se apoyó contra la pared y flexionó las piernas para apoyar un brazo sobre sus rodillas. Los hombres de Vince Carelli lo señalaban con la mano desde el umbral de la puerta recordándole el trabajo que debía llevar a cado.

Stephan hurgó en el interior del bolsillo hasta dar con su teléfono. Levantó la tapa y exhaló un suspiro y una maldición al comprobar el nombre del comunicante.

- ¡Joder!

Durante unos segundos contempló el nombre que parpadeaba en la pantalla. Se aclaró la voz para que no notara que le dolían las costillas y el estómago debido a los golpes.

- ¿Sí?

- ¡Hola! Soy yo –le dijo una dulce voz de mujer que en aquel momento le acarició el oído como música celestial.

- ¿Qué tal? –preguntó Stephan tratando de parecer normal.

- Bien... bueno verás... me estaba preguntando si podríamos quedar para comer algo –le comentó mientras la voz de la mujer sonaba algo confusa.

Stephan meditó la respuesta durante unos segundos antes de decidirse. Al comprobar que tardaba, la muchacha le rogó con voz melosa.

- Oh... venga vamos. Lo prometiste.- Su tono se había vuelto más dulce y sugerente, y eso que ella no era de las que rogaban a nadie; y menos a un hombre. Pero Stephan...

- ¿Lo prometí? –le preguntó con gesto de incredulidad mientras se incorporaba y se ponía de pie.

- Sí. Prometiste que me llevarías a comer a un restaurante nuevo al final de Oxford Street.

- Eh, sí... sí es verdad. Tienes toda la razón del mundo. Oye sabes... Déjame algo de tiempo para cambiarme y arreglarme. ¿Quieres? –le comentó mientras se llevaba la mano al costado para repeler el dolor. “Seguro que tengo alguna costilla fracturada”, pensó.

- ¿Vas a arreglarte para mi? –le preguntó con una voz mezcla sensual y broma que hizo que Stephan cerrara lo ojos por unos instantes para no pensar en ella.- De acuerdo. ¿A qué hora quieres...?

- No, déjalo. Yo pasaré a recogerte –le interrumpió Stephan mientras tomaba aire y caminaba fuera del callejón.

- Estaré impaciente –le dijo en un susurro que a Stephan se le clavó en el interior de su pecho produciéndole una extraña sensación

- De acuerdo. Entonces a eso de la una... –le sugirió mientras echaba una mirada al reloj.

- Será perfecto. Nos vemos entonces. Cuídate.

- Sí...- dijo Stephane mientras pulsaba el botón de colgar y cerraba la tapa de su teléfono para volverlo a guardar.

Disponía de un par de horas para cambiar su aspecto para que ella no sospechara nada.

Cuando Stephan entró en su apartamento en Baker Street la cabeza le daba vueltas. Arrojó las llaves sobre el mueble de la entrada mientras respiraba hondo.  Se despojó de su chaqueta y acto seguido comenzó a desabotonarse la camisa mientras se dirigía a la habitación. El espejo, que contenía el armario, le ofreció un reflejo nada reconfortante. Tenía un moratón en el costado izquierdo y cuando se pasaba la mano le dolía. Se palpó con cuidado intentando averiguar si tenía alguna costilla fracturada. Tras una larga y minuciosa exploración se quedó más tranquilo. No obstante llamaría a Richard para que lo viera en un momento. Se cambió de ropa pensando sin dejar de pensar en lo sucedido. Pero en vez de calmarse, sus pensamientos lo enfurecieron aún más. ¿Cómo había permitido que pasara? Siempre había sido frío como un témpano de hielo. Calculador como ningún otro. ¿Qué había salido mal esta vez? ¿Por qué no había podido cumplir su trabajo? Eliminar a su objetivo y desaparecer sin dejar rastro. Como en Praga, Viena, Berlín, París... ¿Qué diferenciaba esta vez de las anteriores? Caminó hacia el cuarto de baño. Necesitaba asearse y ofrecer una imagen distinta antes de pasar a buscarla. Ella. Sí. Ella era la causa. Ella era el motivo por el que no podía concluir su trabajo sin más.

Le había mentido. Se había inventado un pasado y un presente para acercarse a ella. Para conocerla un poco más; pero nunca quiso que aquello fuese a más. Aquel día. En la firma de libros en Watersmith. Nunca pudo imaginar que fuera tan atractiva. Ni que ella se fijara en él. Que congeniaran de repente de aquella manera. Como si se conocieran desde hacía mucho tiempo, o toda la vida. Dos mitades que habían permanecido separadas hasta que encontraron la parte que les faltaba para ser una. Nunca se le pasó por la cabeza... pero el destino es demasiado burlón y nos reserva infinidad de sorpresas en el camino. Y ella era la suya. Se metió en la ducha y dejó que el chorro de agua caliente cayera de plano sobre su costado remitiendo en parte el dolor. Apretó los dientes con furia mientras sentía la quemazón de la temperatura del agua. Se había pasado la mitad de su vida huyendo de una ciudad a otra. Llegaba, cumplía el encargo y desaparecía. Era un fantasma. Un espíritu errante. Hasta que llegó a Londres para su nuevo trabajo. Era uno más. Se había dicho así mismo que sería el último. Después lo dejaría. No quería seguir en el juego. Uno solo. Pero este último se había convertido en el más difícil de ejecutar. Y si tenía una cosa en claro era que no iba a hacerlo.

Stephane abandonó el apartamento a toda prisa. Quería visitar a su amigo y doctor Richard Jeffries antes de recogerla a ella. Llamó con insistencia al timbre de su consulta. Sabía que aquella mañana no estaría en el hospital de manera que todo sería más fácil. El propio Jeffreis abrió la puerta ante la insistencia de las llamadas. No le sorprendió ni lo más mínimo contemplar el rostro de Stephan allí en el descansillo. Ambos intercambiaron respectivas miradas de complicidad, pero también de preocupación. Stephan no esperó a que Jeffreis le concediera permiso para entrar, sino que se adentró en la casa sin decir nada, y sólo cuando escuchó el sonido sordo de la puerta al cerrarse y el comentario irónico de su amigo, se volvió.

- Buenos días Stephan. Adelante. Puedes pasar –le dijo mientras extendía sus manos a modo de invitación.

Stephan lo contempló unos segundos mientras asimilaba las palabras y la situación de su amigo. Resopló mientras se pasaba su mano por los cabellos que ahora le caían, aún mojados, sobre su rostro.

- Perdona. Siento presentarme así pero...

- Tienes mala cara. ¿Sucede algo? –le preguntó mirando con el ceño fruncido a su amigo al tiempo que se dirigía hacia él.

- He tenido un encuentro con Carelli –le respondió irónico mientras miraba de soslayo a Jeffreis.

- ¿El tipo de encuentro que yo creo? –le preguntó enarcando sus cejas en señal de deducción.

Stephan se limitó a asentir mientras sentía las punzadas de dolor en su costado.

- ¿Puedes echarme un vistazo?

Jeffreis asintió mientras en su rostro se reflejaba la preocupación por el estado de su amigo. Le indicó que pasara a la consulta. No había nadie de manera que no habría testigos de esa visita. Stephan lo siguió sintiendo una quemazón interna que parecía perforarle el pulmón.

- Dime donde te has tropezado –le dijo mientras no ponía buena cara al ver el golpe en las costillas.- ¡Joder, Stephan! – exclamó al ver como éste estaba completamente de color carmesí. Palpó aquella zona intentando averiguar si tenía alguna costilla rota. Stephan apretó los dientes para no dejar que el dolor saliera por su boca mientras intentaba pensar en Katrine.- Has tenido suerte amigo.

- ¿No hay fractura? –le preguntó sorprendido por este hecho.

- No. Parece ser que sabían como golpearte, ya que no tienes más que una contusión. ¿Vas a contarme ahora porqué ha sido? –le preguntó mientras se sentaba detrás de la mesa sobre la que había un montón de papeles esparcidos, una taza de café, y algunas fotografías de su familia.

- Carelli quiere que concluya el trabajo cuanto antes –le dijo después de unos momentos de silencio.

- ¿Y qué vas a hacer? –le inquirió Jeffreis mientras se reclinaba sobre el respaldo de la silla y entrelazaba sus manos para situarlas al momento sobre su mentón.

- No esperarás que lo cumpla –le dijo Stephan contrariado.

- No, claro que no. Por supuesto, pero entonces dime que vas a hacer. ¿Contarle la verdad? ¿Decirle quien eres en realidad?

- No lo sé. ¿De acuerdo?  –protestó Stephan mientras golpeaba los brazos de la silla en la que estaba sentado. Su mirada se volvió hielo mientras la clavaba en su colega. Pero éste no se arredró ni lo más mínimo ya que conocía muy bien los arranques de furia de Stephan.- Lo único que debo hacer es ponerla a salvo.

- Para ello deberías contarle la verdad.

- ¿Tú lo harías?

Jeffreis sonrió maliciosamente.

- Sabes que no. Además yo me retiré a tiempo.

- Sí, lo recuerdo. Acabaste con el afamado Scorpio, y te convertiste en el doctor Jeffreis. Te casaste y formaste una familia –resumió con ironía Stephan.

- Tú podrías haberlo hecho también; pero siempre te ha cegado tu ambición y tu ego –le dijo inclinándose hacia delante mientras fijaba su mirada en su amigo, quien le devolvió la suya llena de ira.- Sí, no me mires de ese modo porque sabes que no miento. Te invité a retirarte conmigo, pero preferiste seguir y ahora te encuentras en una encrucijada de la que no sabes como salir, amigo.

- No puedo cumplir el trabajo. No puedo –se decía sacudiendo su cabeza.- No estaba en mis planes esto –le explicó señalando al vacío.

- Enamorarte de tu objetivo –susurró Jeffreis.

Al escuchar aquellas palabras Stephan levantó la mirada hacia éste buscando una solución.

- Si no acabas tú el trabajo, Carelli mandará a otro que lo haga. Sabes como se las gasta. Y si no vas a hacerlo tú, sácala a ella de todo esto.

- Si le cuento la verdad la pierdo.

- Y si no se lo dices también. Carelli no hace rehenes.

- Pero, ¿cómo puedo...? –se preguntó mientras se mesaba los cabellos y pareciera que fuera a arrancárselos.

- El destino puede ser muy cruel en ocasiones.

El tráfico se encontraba en su momento álgido cuando Katrine abandonaba su despacho en la comisaría del centro. Vestía un traje de chaqueta y pantalón en gris perla sobre el fondo blanco de su camisa. Sus cabellos castaños ondeaban libres, al viento del mediodía, cayéndole sobre sus hombros. Charlaba de manera informal con un agente cuando Stephan divisó su silueta entre la multitud. Elegante. Distinguida como ninguna. Sensual. Atractiva. Recordó el poder de sus ojos de hechicera la primera que la conoció en la firma de libros en Watersmith. Desde ese momento supo que el trabajo iba a ser muy difícil de llevar a acabo. Y más cuando comenzaron a coincidir en acontecimientos sociales. Siempre la buscaba y estaba donde ella iba. Era como si el destino le hubiera estado esperando para unirlos. Pero, ¿por qué tenía que ser ella? ¿Por qué aquella hermosa mujer que le sonreía en aquellos momentos al verlo aproximarse? Stephan no podía quitársela de la cabeza pese a que lo había intentado en numerosas ocasiones. Y cuando ella lo invitó a su apartamento aquella noche supo que desde ese momento algo iba a  cambiar.

- ¿Cómo se encuentra mi escritor favorito? –le preguntó con una sonrisa en sus labios tan seductora y tan cautivadora que Stephan tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para contenerse.

- Bien... ¿llevas mucho tiempo esperando? –le preguntó éste de manera trivial mientras la miraba fijamente a los ojos y se sumergía en la profundidad de éstos.

- Lo cierto es que he estado algo atareada hasta el último momento –le respondió mientras juntos caminaban hacia Regent Street. A ella no le gustaba mostrarse cariñosa con él en público. Debía guardar las apariencias. Sin embargo sabía muy bien como hacerle ver que la tenía en una nube. Sus ojos titilaban de emoción cada vez que lo miraba, y aprovechaba cualquier momento y disculpa para que sus manos se encontraran de manera furtiva. Que sus cuerpos se rozaran.

- ¿Sigues con el caso Carelli? –le preguntó de manera casual.

- ¿Acaso estás pensando en escribir una novela sobre el crimen organizado? –le preguntó mirándolo con sorpresa pero con gran complicidad mientras cruzaba los brazos sobre su pecho.

- ¿Quién sabe? ¿O una novela trágica?

- ¿Trágica? ¿A qué te refieres? –le preguntó Katrine sorprendida sin comprender aquella definición. Él había triunfado con una novela histórica repleta de aventuras y sentimientos. Por ese motivo había querido conocerlo. Le había encandilado con su forma de escribir, y de expresar emociones. 

- He estado dando vueltas en la cabeza a la trama de mi siguiente novela.

- Vaya, eso si que es interesante. ¿Me concederás la exclusiva? –le preguntó guiñándole un ojo al mismo tiempo que se detenía delante de la entrada del restaurante, y Stephan le abría la puerta para que entrara.

Un hombre de uniforme se les acercó para guiarlos hasta una mesa algo apartada e íntima. Stephan trataba por todos los medios que ella no se percatara de su dolor físico. Se acomodó en la silla mientras no dejaba de mirarla fijamente. ¡Dios aquella mujer que ahora se sentaba delante suyo era tan exquisita, tan femenina pese a la Glock de nueve milímetros que llevaba consigo. Pero él mejor que nadie sabía como era Katrine en la intimidad. Tan dulce. Tan provocativa. Tan sensual...

- Ibas a contarme lo de tu nueva novela –le señaló mientras lo miraba por encima de la carta del menú.

- Oh, sí claro –murmuró Stephan.- Bueno, se me ha ocurrido que mi personaje principal sea un asesino a sueldo contratado por la mafia.

- Uuuuuuh –murmuró Katrine abriendo sus ojos al máximo para que Stephan percibiera el brillo que éstos irradiaban en su compañía.- ¿Y a quién ha de eliminar? –le preguntó intrigada pero con algo de ironía en su tono que a Stephan le revolvió las entrañas.

- A la agente de policía encargada del caso -se limitó a decir de pasada escrutando en cada momento como el rostro de ella pasaba del asombro inicial a la preocupación.

- Vaya...

- Pero al final no puede hacerlo –se apresuró a decir Stephan al tiempo que el camarero vertía vino en su copa para que lo degustara. No apartó su mirada de Katrine ni un solo instante mientras saboreaba el vino.- Pruébalo.

Katrine sonrió agradecida por el detalle, aunque en su mente la idea de la trama de Stephan había calado más hondo de lo que éste se podía imaginar.  A penas se percató del sabor del vino y se limitó a asentir como un autómata.

- ¿Y qué sucede al final? –le preguntó con voz distraída.

- Le estoy dando vueltas. Él no puede acabar con ella porque se ha dado cuenta de que se ha convertido en una parte importante de su vida, sin saber como –le susurró mientras la miraba fijamente y sentía que el pulso se le aceleraba.

- ¡Qué irónico! ¿Y ella? –le preguntó en un susurro mientras un escalofrío le recorría la espalda.

Stephan sabía que aquella pregunta era inevitable. Respiró hondo e intentó que el nudo que atenazaba su garganta se deslizara hacia su estómago, mientras su mano buscaba la de ella para rozar sus dedos. Katrine los sintió y como una especie de calambre ascendía por su brazo poniéndola más nerviosa.

- También se ha enamorado perdidamente de él.

- Claro, que tonta he sido al hacerte esa pregunta. ¿Sin saber quien es en realidad? –le preguntó acto seguido frunciendo el ceño e inclinándose sobre la mesa para que Stephan se dejara envolver por el aroma de su perfume.

- Exacto –asintió Stephan antes de que pidieran sus respectivas comidas al camarero.

- ¿Por qué no se lo ha dicho en un principio? Ella podría ayudarlo a salir de esa situación –le dijo algo furiosa Katrine ya que por un momento se vio en el papel de ella.

- Porque si se lo confiesa la pierde.

- ¿Tu crees eso? –le preguntó intrigada por su reacción.

- ¿Qué otra salida tiene? La ha utilizado. Se ha acercado hasta ella para conocerla, estudiarla, saber como actúa, como piensa...

- Y cómo ama –apuntó Katrine tomando la copa de vino en sus manos para saborear el contenido de ésta.

- Sí, también –asintió Stephan algo incómodo por la conversación.

- ¿Y sino lo hace? –le preguntó con asombro.- Me refiero a no contarle la verdad.

- Seguramente también lo abandone. ¿De verdad piensas que si tú supieras que eres el objetivo de un asesino a sueldo, que además es tu... amante –dijo finalmente después de unos instantes en lo que buscó la palabra adecuada para definirse así mismo- te quedarías con él aún sabiéndolo?

Durante unos segundos ninguno de los dos dijo una palabra. Se limitaron a contemplarse mientras el camarero les servía. Katrine se sentía extrañamente agitada ante esa historia. Tras esos momentos en los que una fina cortina de tensión se había desplegado ante ellos, Stephane continuó:

- Es sólo ficción...

Katrine le lanzó una mirada extraña a Stephan. Por primera vez desde que se habían conocido un sentimiento de duda la asaltó. ¿Quién era él? Un escritor que había saltado a la fama con su primera novela. Pero, ¿por qué se había acercado tanto a ella? ¿Por qué la había perseguido por todos los acontecimientos sociales? “No, no. Alto. Estoy paranoica. Es el hombre de moda en Londres. Es lógico que lo inviten a todas partes”, se dijo en un intento por convencerse así misma. Sin embargo, lo investigaría en cuanto regresara a la oficina.

- ¿Es por eso por lo que quieres que te cuente como va el caso Carelli? –le preguntó antes de llevarse a la boca una porción de lasaña.

- Digamos que necesito documentarme. Eso es todo. Saber como funciona una familia; que pasos seguís... –le respondió sonando como algo casual e informal. 

- Un momento, un momento –le interrumpió algo irritada Katrine mientras su mirada reflejaba cierta frialdad.- Yo no puedo pasarte información –se disculpó algo molesta por la historia de su novela.

- No te estoy pidiendo que lo hagas sólo que...

- Acabas de pedirme que te cuente como funciona una de las familias más relevantes del crimen organizado en Londres, y los progresos que hacemos para detenerlos, eso, o yo he entendido mal –le espetó algo furiosa mientras lo fulminaba con su mirada entrecerrando sus ojos. Cogió la servilleta y se limpió los labios mientras seguía mirándolo fijamente sin comprender porqué demonios se había comportado con él de esa manera.

- Está bien, está bien. No he dicho nada –se disculpó Stephan levantando las manos en señal de rendición mientras trataba de suavizar la conversación. Pero Katrine no estaba dispuesta a seguir. Algo en su manera de conversar o en la forma de dirigirse a ella había hecho que saltaran todas sus alarmas.

- Tengo que regresar a la oficina –le dijo de repente mientras se levantaba de su silla y Stephan la contemplaba con la boca abierta y su rostro reflejaba la incredulidad del momento.

Katrine dejó un par de billetes sobre la mesa antes de lanzarle una última mirada.

- Yo invito.

- Pero... Katrine –la llamó mientras se levantaba de la mesa en su busca. Cuando salió a la calle ella había parado un taxi y se subía en éste ante la atónita mirada de Stephan.- ¡Maldita sea! –masculló mientras veía al taxi perderse en el flujo de la circulación.

 Cuando Katrine regresó a la comisaría lo primero que hizo fue llamar al agente Dalton Estaba furiosa con Stephan y eso quedaba claro a juzgar por la forma de recorrer su despacho, y el gesto de su rostro.

- No te lo vas a creer –exclamó el agente entrando como un huracán.

Katrine seguía cabizbaja sin hacer caso a su colega ni siquiera cuando éste siguió hablando. Estaba absorta en sus propios pensamientos. Y éstos tenían como centro Stephan.

- Adivina a quien hemos pillado –le dijo mientras se sentaba y agitaba un sobre de color claro.- Katrine, ¿me estás escuchando?

- Sí, sí claro –se disculpó ésta mientras se mesaba los cabellos y trataba de centrarse en la información que Dalton poseía.

- ¿Te encuentras bien? –le preguntó éste entrecerrando sus ojos mientras escrutaba el rostro de la inspectora jefe del departamento de lucha contra el crimen organizado.

- Sí, claro. Sólo algo cansada –se disculpó ésta tratando de centrar su atención en Dalton.- Dime, ¿qué has averiguado?

- Bien, como acordamos hemos estado siguiendo a diversos miembros de la familia Carelli, y  a sus colaboradores más directos. Pues adivina a quien hemos pillado –le explicó con una sonrisa de triunfo en su rostro mientras le tendía el sobre.

Katrine lo miró escéptica mientras tomaba éste en sus manos y procedía a ver su contenido. Se trataba de varias fotografías tomadas en plena calle y en las cuales aparecía Vito Santangelo en compañía de diversos hombres. Katrine pasó las fotografías una por una hasta que el corazón le dio un vuelco al detenerse en una en cuestión. Intentó por todos los medios que Dalton no percibiera sus nervios, y la impresión que le había causado ver a Stephan charlando amistosamente con Santangelo.

“Dios mío”, pensó mientras sentía un escalofrío recorriendo su espina dorsal, y como el estómago se le encogía por momentos.

- Veo que te has quedado de piedra –le dijo Dalton señalando la fotografía en cuestión.- Yo también me estoy haciendo la misma pregunta. ¿Qué relación hay entre el famoso escritor Stephan Deveraux y Santangelo?

Katrine intentó respirar hondo pero sintió que le faltaba el aire. Arrojó la fotografía sobre la mesa donde reposaban las demás y miró a Dalton de pasada mientras se levantaba de su sillón.

- ¿Has logrado averiguarlo? –le preguntó mientras cruzaba los brazos sobre su pecho de manera nerviosa.

- He hecho algo mejor –le respondió Dalton sonriendo de felicidad ante su superior. Katrine lo miró en silencio esperando que continuara.- Tenemos a Santangelo aquí al lado para interrogarlo.

Katrine abrió los ojos al máximo permitiendo a Dalton contemplar su luminosidad ante aquella confesión. Apretó las mandíbulas y sintió una espiral de emociones encontradas en su interior. Reunió el aplomo suficiente para enfrentarse a la situación que se le venía encima.

- Quiero interrogarlo –le informó a Dalton con voz fría y cortante.

Dalton sonrió mientras abría la puerta del despacho para que ella pasara. Luego recogió las fotografías.

- Después de ti.

El cuarto destinado a los interrogatorios era oscuro. Una simple bombilla pendía del techo arrojando su haz de luz sobre el hombre que fumaba de manera ávida. Una espesa cortina de humo flotaba alrededor de su rostro impidiendo ver sus rasgos. Katrine abrió la puerta con determinación. Estaba crispada por todo lo que sucedía a su alrededor, y más lo que concernía a Stephan. No podía creer, o mejor dicho, no quería creer que tuviera alguna conexión con el crimen organizado. No, se dijo en el interior de su cabeza, él no. Se acercó con paso firme hasta Santangelo, quien la miró durante unos segundos sin decir nada. Se limitó a seguir fumando.

- Apaga el cigarro –le ordenó Katrine con voz fría.

Santangelo se rió de esta orden, lo cual exasperó a Katrine, quien no estaba de humor en aquellos momentos.

- Si no lo apagas lo haré yo. Y no quieras saber lo que emplearé como cenicero –le dijo inclinándose sobre él con una mirada de advertencia que pareció dar resultado.

Santangelo arrojó el cigarrillo al suelo y lo pisó mientras miraba a Katrine con desprecio.

- Eso está mejor. Y ahora vamos al tema –le dijo mientras le mostraba las fotografías, que Santangelo ignoró en un principio.- Tenemos estos recuerdos tuyos. Vamos a ver si nos dices lo que queremos saber y no nos haces perder el tiempo –le comentó con ironía.- ¿Quién es éste? ¿Y qué relación tienes con él?

Santangelo lanzó una mirada de ignorancia a Katrine, pero ésta no esperó más y agarrándolo por los cabellos lo obligó a contemplar la fotografía. Dalton quiso intervenir pero la mirada de furia de su superiora lo detuvo.

- No diré nada si no está mi abogado.

- No tenemos tiempo de manera que empieza –insistió Katrine.

- Entonces no diré nada.

- Tú dinos que hay entre tú y este tío y luego llamaremos a tu abogado.

Santangelo miró a ambos agentes sin saber si debería creerlos. Cuando vio que el gesto del rostro de Katrine se suavizaba volvió la mirada a la fotografía.

- Este tío es Sebastien.

- ¿Es su verdadero nombre? Porque yo lo conozco como Stephan Deveraux, el escritor.

- Es uno de sus varios alias.

- ¿Alias? ¿Acaso tiene más? –le preguntó cada vez más sorprendida mientras sentía que el estómago se le revolvía.

- En cada trabajo emplea uno distinto.

- ¿Cuál es su trabajo?- La pregunta salió de los labios de Katrine por sí sola aunque intuía a qué se dedicaba.

- Es un profesional.

- ¿Puedes especificar algo más? –preguntó Dalton mientras Katrine cerraba los ojos y sentía que su interior se derrumbaba.

- Cobra por eliminar a quien estorba a la familia –le respondió con toda calma.

Katrine sintió náuseas al escuchar aquellas palabras, pero se mantuvo firme en su puesto. No podía permitirse ni un solo gesto de debilidad en estos momentos.

- ¿Te estás refiriendo a que es un asesino a sueldo? –le preguntó Dalton aclarando un poco más la profesión de éste.

- Sí, eso es –le respondió sin ganas Santangelo entre risas.

- ¿Qué hace aquí? –volvió a intervenir Katrine tratando de serenarse.

- Tiene un objetivo.

Katrine tenía la garganta seca y la lengua se le trabó en la siguiente pregunta.

- ¿Quién?

- No puedo decirlo –le respondió escogiéndose de hombros.

- Escúchame, sí no colaboras no hay trato –le recordó Katrine mientras sentía la sangre hervir en sus venas.

- No lo sé, coño –protestó Santangelo mirando a ambos agentes.- No tengo ni idea.

Katrine se apartó del detenido con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos de sus pantalones grises. Le daba vueltas a las respuestas de Santangelo, pero de inmediato recordó lo que había hablado durante la comida con Stephan, si podía llamarlo así. La trama de su nueva novela. Sintió un sudor frío impregnar las palmas de sus manos, así como recorrer su espalda. Hacía calor en la sala de interrogatorios, pero ella sabía perfectamente que no era precisamente el calor lo que la hacía sentir de aquella manera.   Miró a Dalton por unos instantes mientras su corazón latía desbocado y la sangre corría por sus venas como lava candente.

- Sigue tú –le dijo mientras se dirigía a la puerta de la sala de interrogatorios. La abrió y desapareció detrás de ésta.

Dalton la contempló mientras se marchaba algo aturdido por lo sucedido. Luego se volvió a Santangelo y prosiguió el interrogatorio.

Katrine abandonó el departamento sin decir nada a nadie. No tenía porqué hacerlo. Además, por otra parte, no tenía estómago para hablar con nadie después de lo visto y oído en la sala de interrogatorios. Stephan. Su Stephan era un profesional del hampa. El hombre que la había encandilado con sus palabras; con sus miradas; con sus besos; con sus caricias. El hombre a quien había abierto por fin la puerta de una relación tras los estrepitosos fracasos vividos, era un asesino a sueldo. Le había mentido. La había utilizado. Y ella como una estúpida había caído en las redes que éste le había tendido. ¡Joder!, pensaba mientras caminaba furiosa por Regent Street sin dirección fija. Se detuvo de repente. Respiró hondo mientras sus manos descansaban sobre sus caderas. Cerró los ojos en intentó imaginar algo que no tuviera que ver con él. Pero por desgracia estaba demasiado enganchada a Stephan. La piel se le erizó por un momento al recordar como sus labios la habían recorrido despertando sentimientos ya olvidados por ella; como sus manos habían trazado a la perfección el contorno de su silueta haciéndola vibrar como las cuerdas de una guitarra española. Como había conseguido arrancar profundos gemidos de placer la noche que ambos saciaron sus instintos más carnales. Sentía que él la mantenía suspendida en una nube de la que no quería bajarse. Y repente no sólo no se había bajado, sino que se había dado de bruces contra el suelo. Tras meditarlo unos segundos decidió ir en su busca y aclararlo todo. Pero, ¿qué haría? ¿Iba a detenerlo? ¡Por todos los demonios! Era él. El hombre que... cerró lo ojos pues sintió que éstos se tornaban vidriosos por un momento. Se mordió el labio inferior con tanta rabia que pronto notó el sabor de su sangre. El hombre que amaba, se dijo finalmente. Salió a la carretera y levantando el brazo consiguió parar un taxi. Iría a verlo si lo encontraba en su apartamento de Baker Street. Y luego el destino decidiría si debía detenerlo o dejarlo marchar. Aunque su obligación como agente de la Ley no le dejaba mucho margen para decidir.

Stephan estaba sentado sobre a la mesa de trabajo. Su portátil estaba encendido y él tecleaba mientras intentaba apartar de su mente a Katrine. Pero le era imposible concentrarse en algo diferente a ella. Con un gesto de rabia bajó la tapa de su ordenador con furia, mientras apretaba los dientes y cerraba los puños hasta que los nudillos palidecieron. Sabía que ella no tardaría en averiguarlo, y porqué no... vendría a detenerlo o incluso meterle un tiro y acabar con todo. Lo cierto es que en parte lo deseaba por haberla traicionado; pero por otra parte sabía que debía seguir vivo para protegerla. Carelli no se andaba por las ramas. La perseguiría hasta que su cuerpo apareciera flotando en el Támesis o en algún callejón oscuro en mitad de los contenedores de basura. ¿Por qué todo debía ser tan difícil? Por un instante se quedó absorto en sus pensamientos. Hasta que el timbre de la puerta lo devolvió a la realidad. Reaccionó de manera ágil. Se levantó de la silla y se revolvió como una fiera en busca de su arma. No se fiaba de los esbirros de Carelli. Con ella en la mano se encaminó hacia la puerta: por fortuna la moqueta amortiguaba sus pasos y la persona al otro lado de la puerta no podría saber si se encontraba en casa o no. Se acercó sigilosamente hasta ésta y tras echar un vistazo por la mirilla el pulso se le aceleró hasta límites insospechados. Él, que siempre había sido frío y calculador como ningún otro, de repente sentía que su cuerpo se convulsionaba preso de una agitación extrema. Se apoyó de espaldas contra la puerta y cerró los ojos crispado por la situación. Mientras el timbre seguía sonando. Debía actuar de manera rápida e inteligente. Se guardó el arma en la parte posterior de sus pantalones y abrió la puerta.

Al momento sintió toda la rabia y la ira de aquella persona arrojarse contra él. Una par de manos se posaron en su pecho empujándolo hacia atrás mientras él trataba de no perder el equilibrio.

- ¡Hijo de puta! –chilló Katrine cerrando la puerta de una patada y sin pensarlo dos veces esgrimió su arma ante él.

Stephan lo entendió todo al momento. Ella lo había descubierto. Ya no tendría que explicárselo. Tal vez la había subestimado al no querer confesarle toda la verdad. Pero había olvidado quien era y lo medios que tendría a su disposición para averiguarlo. El aturdimiento en el que había estado inmerso las últimas semanas por culpa de ella lo había hecho descuidar su trabajo. Stephan levantó las manos hacia arriba dándole a entender que no iba a presentar batalla. No podía. No quería. ¡Joder, delante de él se encontraba la mujer más maravillosa que había conocido en su vida! Pero lo estaba apuntando con una Glock. Sus ojos relampagueaban de furia. Sus cabellos revueltos sobre su rostro le otorgaban un aspecto fiero, pero provocador y sensual a la vez. Mantenía los labios abiertos mientras inspiraba profundamente.

- Lo sabes –murmuró Stephan con gesto abatido.

En ese momento Katrine luchaba contra sus sentimientos de mujer y su deber como agente de la ley. Sentía que las piernas le flaqueaban y que su pulso no era el adecuado para sostener un arma. La veía danzar en sus manos. Sus ojos se tornaron vidriosos mientras trataba por todos los medios de contener el llanto.

- ¿Cuándo se suponía que ibas a contármelo? –le preguntó mientras se plantaba delante de él dispuesta a golpearlo una segunda vez.- Me he enterado por casualidad. Cuando uno de mis hombres me ha enseñado unas fotografías de ti junto a Santangelo.- Stephan la miró con dolor. Sintiendo que el alma se le desgarraba por momentos. La había perdido. No había duda de ello. Vio como las lágrimas afloraban a sus ojos y ahora caían libres y raudas por sus mejillas.

Stephan hizo ademán de acercarse a ella pero Katrine lo detuvo.

- No te acerques o juro por Dios que te meto un balazo –le espetó mientras tiraba hacia atrás del percutor.

- Tal vez sea lo mejor. Adelante hazlo y me evitarás el dolor de verte sufrir. ¿A qué esperas Katrine? –le preguntó con la voz serena.- Apunta directa aquí –le indicó llevando su mano hacia el lado izquierdo de su pecho.- Al menos la última imagen que tendré de esta vida serás tú.

Katrine lo miraba entre el velo de lágrimas que ahora eran sus ojos. Los cerró por un momento deseando que aquello fuera solo un sueño. Una pesadilla. Y que al volverlos a abrir Stephan no estuviera allí de pie frente a ella. Pero nada más lejos de la realidad.

- ¿Por qué? –susurró mientras sentía que el arma le pesaba en sus manos.- ¿Por qué yo?

- Porque te has adentrado demasiado en la familia Carelli. Pero yo nunca...

- ¿Nunca qué? ¿Vas a decirme que no pensabas matarme? –le preguntó agarrándolo de la camisa mientras sus cuerpos se quedaban apretados, y Katrine sentía que seguía ejerciendo ese mágico poder de atracción sobre ella.

- Sí. No puedo...

- No vengas con argumentos de novelas. Esto no es ficción. ¡Joder! ¡Es la puta realidad! Eres un criminal. Un profesional. Un mercenario dispuesto a matarme por... ¿cuánto te han pagado? ¿Cuánto vale mi vida? –le preguntó soltándolo al tiempo que alzaba la voz en un intento de intimidarlo, o de arrojar contra él toda su furia e impotencia.

- Tu vida es demasiado valiosa para mi Katrine.

- No me vengas con palabras dulces Stephan. ¿O debería llamarte Sebastien? ¿O qué alias prefieres? Ya que no sé ni como te llamas. Santangelo ha confesado. Nos ha hablado de ti. Imagina como me he sentido cuando... ¡Dios! –Katrine apartó el arma pues el dolor que le oprimía el pecho era exagerado en esos momentos. Estaba destrozada. Devolvió el percutor a su sitio y la bajó al mismo tiempo que se derrumbaba en su interior. Había confiado en un hombre después de sus malas experiencias, y ahora volvía a repetirse la misma historia. Otra vez volvía a darse de bruces con la realidad. Otra vez la tiraban después de haberla utilizado.

Stephan consiguió acercarse hasta ella y rodearla con sus brazos. Pero Katrine se apartó revolviéndose como una pantera.

- ¡No me toques! –le chilló mientras sus ojos centelleaban de furia.

- Déjame explicarte.

- ¿Explicarme qué? ¿Qué eres mi verdugo? ¿Cuándo tenías pensado hacerlo? Dime, cabrón –le espetó en su rostro mientras se encaraba con él sintiendo que su interior estallaba en mil pedazos. Le propinó una bofetaba que Stephan encajó con normal naturalidad. Todo lo que le dijera y le hiciera se lo tenía merecido. Incluso si le pegaba un tiro.

- Nunca pensé en acabar contigo.

- ¿Eso era antes o después de que me follaras? –le preguntó agitada

Stephan cerró los ojos mientras tomaba aire antes de responderle. 

- Confundes las cosas Katrine.

- ¿No me digas? –le preguntó con ironía. Poco a poco comenzaba recuperarse y se sentía con suficientes fuerzas como para volver a atacar.- No me creo tus palabras de cariño, ni tus caricias, ni tus besos. Todo era una farsa para acercarte a mi –le dijo sintiendo nauseas y su mirada se tornaba fría con el cañón de la pistola que aún tenía en su mano.

- No es cierto y lo sabes –le espetó mientras sujetaba por los brazos. Clavó su mirada en la de ella.- Si no he podido hacerlo es porque de alguna manera te has convertido en alguien importante en mi vida.

- No te creo –le espetó soltándose de él.- Es más, ¿no irás a decirme que no me has matado porque te has “enamorado” de mi? ¿Y si no lo hubieras hecho? –le preguntó abriendo sus ojos al máximo.

- Tampoco –susurró él sin perderle la cara a Katrine, quien seguía desafiándolo con su mirada.

Durante unos segundos ninguno dijo nada. Ambos intentaban tranquilizarse. Recoger sus pedazos e intentar unirlos para seguir adelante. Pero sería difícil.

- Puedo entregarte a la familia Carelli.

- Apuesto a que sí –le dijo en un tono lleno de sorna- Dime, por eso me comentaste lo de tu novela esta mediodía. Porque era como la vida misma. Estabas contándome lo que pasaba entre nosotros dos...

Stephan asintió.

- No sabía como hacerlo de manera que...

- Que te inventaste una pantomima para ver como reaccionaba –le dijo encarándose con él.

- ¿Qué querías que hiciera?

- ¡Decirme la verdad, coño! –exclamó mientras agitaba los brazos en alto.

- ¿Habría servido de algo?

Katrine lo miró en silencio. Su corazón latía desbocado en el interior de su pecho. Le producía un dolor intenso en las costillas oprimiéndola. Sentía que le faltaba la respiración. Se pasó la mano por su rostro para borrar el trazo de las lágrimas.

- Confiaba en ti Stephan –le dijo llamándolo por su nombre sin saber si éste era el verdadero.

- Puedes seguir haciéndolo.

- Creo que no –le dijo volviéndose hasta quedar de espaldas a él. Durante unos segundos permaneció en silencio. Respirando hondo hasta que pronunció las fatídicas palabras- Quiero que salgas de mi vida. No quiero volver a verte. No voy a detenerte a condición de que nunca más vuelva a verte –le dijo reuniendo todo el valor que en esos momentos le faltaba. No quiso girarse para mirarlo pues si lo hacía sabía que no podría cumplir lo que en esos momentos se estaba prometiendo así misma. Olvidarlo.

Stephan inspiró mientras contemplaba a Katrine mirando en esos momentos por la ventana de su apartamento.

- En mi ordenador tienes toda la información sobre Carelli y sus negocios –le dijo mientras recogía lo necesario.- En cuanto sepa que no he acabado el trabajo mandará a otro detrás de ti. Pero si usas esa información conseguirás encerrar a toda la familia. Ahí tienes nombres, fechas, lugares, socios. Todo lo que necesitas. Por favor, úsalo.

Katrine lo escuchó ir de un lado para otro mientras le hablaba, pero en ningún momento se volvió para mirarlo.

Cuando Stephan recogió sus pertenencias, que no eran muchas, se acercó hasta ella. Katrine lo sintió a su espalda. Sintió su aliento en su nuca. Quiso tocarla. Estrecharla en sus brazos. Besarla y acariciarla como había hecho con ella. Hacerle ver que sentía por ella lo que le había transmitido en la intimidad.

- Perdóname –le susurró provocando que la piel de ella se le erizara de manera rebelde. Maldijo a su cuerpo por reaccionar de aquella manera. Por no saber controlar sus sentimientos. Por dejarse arrastrar por ellos. Quería volverse hacia él y abrazarlo y besarlo. Dejar que la desnudara y recorriera con sus manos y sus labios cada centímetro de su piel. Cada recoveco de su cuerpo. Que le susurrara palabras tiernas y la arrullara contra su pecho una vez más. Pero se mantuvo firme y distante hasta que escuchó que la puerta se cerraba.

Durante varios minutos Katrine no se apartó de la ventana. Con los brazos entrelazados alrededor de su estómago y las lágrimas deslizándose suavemente por sus encendidas y acaloradas mejillas, vio a Stephan cruzar la calle. Su pulso se aceleró hasta cotas insospechadas. Quiso abrir la ventana para llamarlo, pero el nudo que se había formado en su garganta la oprimía demasiado como para poder articular una sola palabra. Una mano había recorrido la distancia entre ella y el manillar de la ventana, pero al final se quedó pegada al cristal mientras, el llanto se hacía más acusado. Cerró los ojos mientras su mano parecía querer tocarlo, retenerlo allí en mitad de la calle. Katrine apoyó la frente sintiendo el frío del cristal mientras sollozaba justo en el momento en el que Stephan volvía el rostro hacia la ventana. Quería saber si ella estaría allí. Algo en su interior le decía que sí. Que se volviera para contemplarla. Y allí estaba. Con la cabeza gacha presa de una tristeza imborrable. Stephan apretó las mandíbulas en un gesto que denotaba su rabia. Inclinó la cabeza y la sacudió intentando hacerse ver que era lo mejor. Después volvió a la levantar la mirada en dirección a la ventana, pero Katrine no estaba. Había corrido la cortina. Stephan se giró y emprendió su  camino ajeno a todo aquello que no fuera ella.

En el interior del apartamento Katrine se disponía a cotejar la información que Stephan le había dejado. En un principio su orgullo de mujer dolida y herida prevaleció sobre el sentido común, o del deber como agente de la ley; pero finalmente se impuso la lógica y se sentó en la misma silla que él había ocupado momentos antes. Recorrió con sus manos la mesa, el ordenador, los objetos que aún permanecían allí y que le recordaban a Stephan. Finalmente levantó la tapa de su ordenador portátil y se dispuso a leer todo el material que él tenía grabado. El icono de una carpeta con el nombre de Carelli era el único que prevalecía sobre el escritorio del ordenador. Hizo clic con el ratón y al momento se desplegó una cantidad de documentos inimaginables por ella. Comenzó a entrar en varios de ellos al azar. Aquello era un pozo sin fondo: había fechas de operaciones llevadas a cabo por la familia; nombres, direcciones, teléfonos de contactos, peces gordos de otras familias, gente importante de la sociedad y de las finanzas. Con cada documento que abría su sorpresa era mayor. Pero, ¿cómo había recabado toda aquella información? ¿Se necesitarían años para ello? No podía haberlo hecho en un solo año... ¿Qué escondía Stephan? Con el ceño fruncido se inclinó sobre la pantalla para seguir leyendo. Si presentaba todo este material sin duda la redada sería de magnitudes inimaginables, y un buen puñado de personalidades iban a tener mucho que decir.

Katrine se despojó de la chaqueta y se puso cómoda mientras leía y leía documentos interminables. En un momento dado se preparó una taza de café para soportar horas y horas, pegada al ordenador. Después de varias decidió darse un descanso. Se dio una ducha para desentumecer sus agarrotados músculos. La tensión iba desapareciendo lentamente. Sin embargo, el dolor en el lado izquierdo era constante. Paseó su mirada por el apartamento de Stephan. Se dio cuenta que lo había echado literalmente de su propia casa, y él no había protestado. Recorrió éste fijándose en cada detalle. No hacía mucho tiempo que lo conocía pero había dejado su toque personal en algunos aspectos. Su mirada recorrió las estanterías repletas de libros. Pareció interesada en saber cuales eran sus lecturas, cuando el ejemplar de su novela Dangerous Love cayó al suelo al mismo tiempo que ella extraía el que estaba a su lado. Se agachó para recogerlo y al momento sintió una fuerte sacudida en todo su cuerpo. Lo volvió para contemplar su rostro sonriente, y Katrine tuvo que desviar la mirada de éste.

- ¿Qué haces aquí? –le preguntó Jeffreis al encontrarse con Stephan nada más abrir la puerta.

- Lo sabe –le respondió resoplando mientras contemplaba como Jeffreis ponía cara de asombro y le abría del todo la puerta para dejarlo pasar.

- No temas. He terminado la consulta por hoy. Mi enfermera acaba de irse –le informó mientras lo conducía una vez más a su despacho.

- Cogieron a Santangelo, y éste confesó todo cuando le enseñaron una fotografía mía con él.

Jeffreis emitió un silbido de sorpresa antes de sentarse.

- Lo sabía. Sabía que te acabarían pillando. ¿Cómo te has descuidado hasta el punto de dejarte fotografiar? –le preguntó sin salir de su asombro.

- No lo sé.

- Te has centrado en Katrine, pero no como un objetivo, sino como mujer –sentenció.

- Tienes razón. No voy a negarlo –comentó un abatido Stephan sin poder encontrar las palabras adecuadas.

Jeffreis sacudió la cabeza sin poder dar crédito a lo que estaba pasando.

- ¿Y ella? ¿No te ha arrestado? –le preguntó perplejo por verlo ahora allí sentado.

Stephan negó con la cabeza mientras cerraba los ojos y apoyaba su mano sobre su frente.

- ¿Qué piensas hacer?

- Acabar el trabajo –le respondió muy serio.

- ¿Cómo que...?.

- No te alteres doctor –le respondió entre risas Stephan.

- ¡¿Qué no me altere?! Pero, coño, si acabas de afirmar que piensas acabar el trabajo –le recordó señalándolo con la mano.

- Voy a terminar el trabajo. Pero el objetivo ha cambiado –le dijo con una mirada fría y cortante.

- No sé que se te ha ocurrido Stephan, pero ándate con cuidado –le advirtió mirándolo seriamente.

- No te preocupes. Pero necesito tu ayuda en un par de cosas.

- Cuenta con ella –le dijo Jeffreis con semblante serio mientras su rostro se tensaba.

Dos días después de haber echado de su vida a Stephan, Katrine tenía toda su información acerca de la familia Carelli dispuesta para emplearla. Cuando le presentó ante el fiscal, éste no pudo dar crédito a los que leía y veía. Katrine no rebeló el nombre de su fuente. Al fin y al cabo se lo debía a Stephan por ponerle en bandeja el final de una de las familias más relevantes del crimen organizado.

En los días siguientes comenzaron las detenciones de algunos implicados. Aquellas acciones impactaron de golpe en el propio Carelli, quien de inmediato quiso hablar con Stephan. Éste se mostró frío.

- Tengo pensado acabar con esa maldita mujercita hoy mismo –le informó por teléfono.

- Me complace escucharte decir eso –le respondió Carelli.- ¿Cuándo?

- Hoy mismo, al salir del Tribunal; pero...

- ¿Pero? –preguntó Carelli algo confuso.

- Necesito a tus dos hombres de confianza. He de preparar mi fuga. ¿Lo entiendes no? –le dijo con voz convincente Stephan.

- Claro. Lo que tú digas. ¿Dónde quieres encontrarte con ellos?

- En un viejo almacén abandonado que hay en Chelsea. Dentro de media hora.

- Como tú quieras. Pero no me falles esta vez. La cosa se está poniendo jodidamente peligrosa.

- Tranquilo. No fallaré –le dijo con un tono que convenció al capo.

Media hora más tarde los dos hombres de Carelli aparecieron en el viejo almacén. Un lugar apartado y sucio. Un lugar perfecto para una cita. Se adentraron en éste siempre expectantes ante cualquier contratiempo. Stephan se encontraba oculto entre varias cajas de cartón. Observando cada movimiento de ambos a través del visor de su fúsil. Su dedo acariciaba el gatillo con suavidad. Se había puesto un guante de piel en color negro para evitar el sudor en la palma de su mano. Cuando ambos objetivos estuvieron a la distancia oportuna Stephan sonrió y apretó el gatillo en dos ocasiones. Dos ruidos apenas perceptibles para el oído humano, gracias al silenciador, y dos cuerpos que caían pesadamente sobre el suelo. Stephan se incorporó. Se giró hacia un segundo hombre al que le arrojó el fusil para que lo desmontara mientras él iba a comprobar, pistola en mano, si ambos hombres de Carelli estaban muertos. Se acercó a ellos con paso firme mientras esgrimía su arma. Al meno síntoma de movimiento...

Cuando comprobó que ambos no respiraban se volvió hacia Jeffreis. Éste había desmontado el fúsil con una celeridad y una precisión increíble. Lo había guardado en una maleta y ahora caminaba con paso rápido hacia el coche aparcado justo en la puerta trasera del almacén. Cuando Stephan subió su amigo lo contempló durante unos segundos.

- ¿Cómo te sientes?

- Normal. Vamos a por el siguiente.

Carelli esperaba con impaciencia la noticia de la muerte de la inspectora Katrine. Miraba atentamente las noticias, pero ningún boletín informativo la anunció. Pensó que tal vez no quisieran dar publicidad a este hecho por lo que ello podría suponer. Horas más tarde, comenzó a preocuparse porque sus dos hombres no hubieran regresado.

Stephan se citó en un restaurante con Enrico Marino para charlar amistosamente. Cuando éste se retiró al baño, Stephan lo siguió. Enrico no regresó a la mesa a terminar su comida.

Cuando al día siguiente el agente Dalton arrojó el ejemplar de The Times sobre la mesa del despacho de Katrine, ésta no se inmutó en un primer momento; hasta que Dalton le informó.

- Al parecer alguien está limpiado la ciudad.

- ¿A qué te refieres? –le preguntó Katrine sorprendida por ese comentario.

- Hace tres días encontraron los cuerpos de dos hombres de la familia Carelli en un almacén abandonado del barrio de Chelsea, ¿recuerdas? - Katrine asintió perpleja.- Y ayer mismo al parecer, han quitado de en medio a Enrico Marino. Los diarios se hacen eco de la noticia –le dijo señalando al Times

Al escuchar el informe, Katrine cogió el periódico y pasó la vista por el titular de la noticia. De repente un sudor frío y un temblor se apoderaron de su mano. Otro crimen, pensó. Tendrá algo ver con... Desechó esta idea al comprobar que era absurda. Él se había marchado de Londres para no regresar jamás. En más de una semana no había tenido noticias suyas, ni pensaba que las fuera a tener.

- ¿Por qué no se me ha informado? –le preguntó con voz fría Katrine.

- Lo llevan en homicidios. Me ha pasado el soplo esta mañana. Por ello he acudido a comprar The Times.- Hoy es la vista contra Carelli, pero al parecer alguien está muy centrado en ir eliminando a los hombres de dicha familia. Tú no sabrás nada, ¿verdad? –le preguntó con el ceño fruncido.

 Katrine negó rotundamente mientras se reclinaba sobre el respaldo de su asiento con el periódico en las manos.

- Está bien. Te veré más tarde.

Dalton abandonó el despacho de su superiora, mientras ésta seguía sin poder creer que fuera obra de Stephan. Esa absurda idea se había filtrado repentinamente en su cabeza, y aunque en un principio le parecía algo disparatada... Decidió coger el teléfono y llamarlo. Quería asegurarse de que no tenía nada que ver. ¿O más bien deseaba volver a escuchar su voz en su oído? Con la mano temblorosa cogió su teléfono móvil y pulsó el botón de su agenda. Una vez que tuvo su número en la pantalla se quedó pensativa sobre si era una buena opción llamarlo. Estuvo en una especie de trance algunos segundos hasta que por fin el pulgar de su mano presionó la tecla de llamada. Lentamente se aproximó el teléfono a su oído, mientras el pulso se le aceleraba y sentía la sangre fluir rauda por sus venas. Para su desgracia, Stephan tenía desconectado el móvil. Sintió rabia e impotencia a partes iguales. Le hubiera gustado escuchar su voz, pese a lo que había sucedido entre ellos. Debía admitir que desde que Stephan había salido de su vida, ésta se había vuelto más aburrida e insulsa. Tenía un gran vacío que no era capaz de llenar con ninguna distracción, y mucho menos con el caso Carelli. Se pasaba horas en vela recopilando y archivando la documentación que entregaba al día siguiente al fiscal. Pero... al llegar la noche sentía la necesidad de verse arropada por los brazos de Stephan. Echaba de menos recostar su cabeza sobre el torso de él mientras éste acariciaba sus cabellos y los besaba con exquisita ternura. Contemplarlo dormido al amanecer mientras ella se vestía para regresar a la comisaría. Despertarlo con una voz suave y dulce a la vez. Sentirse la mujer más deseaba y querida por él. Saber que él no tenía ojos para otra mujer... Pero ahora eso ya no era posible. Había arrojado a Stephan fuera de su vida para siempre; luego, ¿por qué había querido llamarlo?  Después de esto se prometió intentar olvidarlo para siempre.

El verano transcurrió sin ninguna novedad acerca de Stephan, dando paso a un otoño desapacible y lluvioso. Hacía más de cinco meses que Katrine estaba algo más tranquila. El caso Carelli había concluido con la condena de los miembros de la familia. Se encontraba en su despacho echando un vistazo al periódico mientras en su mano sujetaba una taza humeante de té. Y entonces fue cuando el destino le jugó una mala pasada. El destino caprichoso que gusta de jugar con los sentimientos de los mortales. Allí. Ocupando toda una plana estaba él. Dios. Él. ¡El escritor de moda! Stephan. Sin poderlo evitar los ojos de Katrine devoraron el comentario que se hacía a pie de página.

“El escritor Rod Seyton, quien con tan sólo dos novelas ha sido encumbrado a lo más alto de las listas de ventas, presentará  Unforgetable  está tarde a las 17 h. en el salón de reuniones del Hotel Convention. Tras lo cual el autor firmara ejemplares de su novela a todos aquellos que lo soliciten, y podrán departir con él”

Katrine se vio invadida por una extraña sensación de mareo que a punto estuvo de costarle su nuevo traje. La taza de té osciló de tal forma que algunas gotas se vertieron sobre la moqueta. Luego la dejó sobre la mesa mientras intentaba recuperarse del shock. ¡Stephan! ¡Por todos los diablos! ¡Era él! Había cambiado el nombre y su aspecto. Sus cabellos eran más largos y su rostro parecía haber ganado en atractivo. La miraba desde la profundidad de sus ojos y con una sonrisa cínica que él solía regalarle cuando quería “jugar” con ella. Katrine hizo ademán de pasar la página pero eran tales los nervios que no fue capaz de hacerlo. Presa de esta agitación inusitada y espontánea se recostó sobre el respaldo de su silla mientras no podía despegar la mirada del papel.

            - Maldito seas. ¿Por qué demonios apareces después de tanto tiempo? –le preguntó a la fotografía antes de cerrar el periódico y arrojarlo a la papelera.


El salón de recepciones del Hotel Convention era un hervidero de periodistas ávidos por lograr la mejor instantánea de Rod Seyton. Él sonreía agradecido a todos aquellos que se acercaban mientras contestaba a las preguntas en relación a su novela. Por fin había conseguido desprenderse de su antigua vida y centrarse en lo que siempre había querido: ser escritor. Había borrado todo su pasado sin dejar rastro alguno, y se había creado un nuevo mundo en torno a su verdadera identidad: Rod Seyton. Stephan había muerto al desprenderse por un barranco en los Alpes suizos. No había ningún rastro de él. Ya no tenía que huir. Ni esconderse de nadie. No había ningún resquicio por el que la prensa pudiera relacionarlo con un profesional. Ahora era Rod Seyton, el escritor. 

Había decidido dejarlo cuando la conoció y respiró aliviado cuando el caso Carelli acabó. Siguió todo el proceso a través de los periódicos y sólo cuando se cercioró al ciento por ciento de que Katrine estaba a salvo decidió regresar a Londres. Su editora le había pedido consejo acerca de la ciudad que quería que fuera la anfitriona para su nueva novela; y él no se lo pensó dos veces.

En un momento en el que por fin lo dejaron a solas se centró en la presencia de su viejo amigo Jeffreis. Éste caminaba hacia él con una sonrisa de satisfacción en su rostro. Tendió la mano hacia Rod, quien la estrechó con fuerza.

- Sabía que vendrías –le dijo guiñándole un ojo.

- No me lo perdería por nada del mundo. Me he enterado por la prensa.

- Ya...

- ¿Y Stephan? –le preguntó frunciendo el ceño.

- Se arrojó por las cataratas de Reichfall.

- Muy novelesco. Las mismas por las que Conan-Doyle arrojó a Sherlock Holmes –apuntó Jeffreis entre risas.- No pensarás rescatarlo como hizo el escritor ¿verdad? –le preguntó con ironía.

- No –respondió muy seguro de lo que decía.

- ¿Estarás mucho tiempo en Londres?

- Sólo hasta que promocionemos el libro. Luego debo marchar a París.

- ¿No sabes nada de ella? –le preguntó como si fuera un tiro a bocajarro.

- Lo que sé es a través de la prensa. Seguí el caso Carelli hasta el final.

- ¿Piensas llamarla?

Esa pregunta le llevaba rondando en la cabeza desde él día en el que todo terminó. Y cuando decidió ir a Londres fue con intención de llamarla, buscarla, verla y aclararlo; pero una vez allí, el nerviosismo se había apoderado de él y se sentía como un chiquillo.

- No creo que...

- Vamos Rod, ha pasado casi medio año.

- ¿Perdonarías a alguien que te ha mentido? –le preguntó mientras su mirada reflejaba el dolor que aún atenazaba a su alma.

- Deberías...

- Rod es la hora –le informó su editora interrumpiendo la conversación.

- Voy. Te veré luego –dijo mirando a su amigo.


Katrine apareció en el salón del hotel deslizándose entre las sombras con el fin de pasar desapercibida en todo momento. No quería que él supiera que estaba allí. No había decidido acudir hasta que cinco minutos antes de que comenzara el acto de presentación ella entraba por la puerta del hotel Convention. Estaba nerviosa por volver a verlo cara a cara, pero desde la distancia. Confiaba en que ningún medio de comunicación se percatara de su presencia allí.

Entró en el salón y ocupó un asiento en las últimas filas. Tenía un imagen clara del rostro de él. Sintió un escalofrío recorriendo su espalda cuando se fijo en él detenidamente y recordó momentos imborrables en su vida. Pese a que la había engañado también la había compensando con toda la información sobre la familia Carelli. Tal vez se había mostrado demasiado dura con él en aquel momento, pero la situación le obligó a actuar como lo hizo. Quería demostrarle que no iba a permitirle que se burlara de ella. “Tal vez lo había hecho para protegerte”, le dijo una vocecita en el interior de su mente.

“¿Protegerme?”

“Vamos mujer, ¿no estarás buscando una excusa para no pensar en él? ¿No será que en verdad le tienes miedo porque te atrae demasiado? Porque no has podido olvidar sus caricias ni sus besos. Desde que lo arrojaste de tu vida hace ya medio año no has vuelto a tener una relación”

Katrine se removió en su asiento presa de un estado de nervios e intentó centrarse en la rueda de prensa en la que un periodista se dirigía a él. 

  - ¿Podría decirnos si para el personaje de Catherine se ha basado en alguna mujer de carne y hueso?

Katrine se inclinó hacia delante. No sabía por qué pero aquella pregunta había despertado su curiosidad. No se había leído el libro, ni si quiera el resumen que aparecía en la parte posterior.

- Bueno, a decir verdad es cierto que me he basado en alguien real –respondió Rod con una sonrisa amarga.

- ¿Alguien de su entorno?

- Pudiera ser.

- Señor Seyton, ¿se identifica usted con el personaje masculino? –le preguntó una joven de pelo claro.

- Pudiera ser. Sí –afirmó con rotundidad.- La verdad es que el personaje tiene parte de mi, y parte de ficción.

- Entonces, ¿podríamos afirmar que al igual que Stephan, el personaje masculino, que se enamora perdidamente de su objetivo, usted lo está de la persona que inspiró el personaje de Catherine?

Un leve murmullo se levantó en la sala. Katrine abrió los ojos como platos al escuchar aquella pregunta y al momento sintió una ola de calor ascendiendo por todo su cuerpo hasta que su rostro se encendió. Entrecerró los ojos mirando fijamente a Rod, o Stephan, nombre con el que ella lo había conocido, mientras el corazón le latía desbocado.

- Sí –afirmó rotundamente Rod con el semblante serio.

- ¿Podría decirnos quien es? –insistió otro periodista deseando publicar aquella información.

- Lamento decirle que no puedo rebelar el nombre de mi musa particular –le respondió con una sonrisa al tiempo que su editora le susurraba algo en el oído.

Katrine vio cierta complicidad entre ambos cuando él la miró y sonrió. Ella parecía deshacerse como un bloque de hielo al sol. Pero, ¿a qué venía aquella punzada de celos? ¿Acaso seguía sintiendo algo por él?

La entrevista avanzó hasta que no hubo más preguntas. Katrine no había prestado la misma atención a estas últimas. Le daba vueltas en la cabeza a las respuestas anteriores de él acerca de la mujer que amaba y que le servía de inspiración. Terminado el acto algunos pasaron a que les firmara la novela. Katrine permaneció perdida entre la multitud hasta que decidió marcharse.

- Ya te marchas –le dijo una voz a sus espaldas que la paralizó.

Katrine cerró los ojos por unos instantes mientras sentía que sus pies se habían quedado clavados al suelo impidiéndole dar un solo paso. Sintió que las palmas de sus manos se le humedecían, y que un acaloramiento insospechado se adueñaba de todo su cuerpo. Lentamente se giró para mirar cara a cara al dueño de aquella voz, y que ella tan bien conocía.

Él estaba allí. Delante suyo. Mirándola con aquellos ojos. Mirándola del mismo modo que como eran una pareja. Katrine sintió acelerársele el corazón hasta el punto de que creyó que le iba a dar un infarto allí mismo. Él le tendió un ejemplar de su novela.

- Ya que no has pasado a que te lo firme. He decidido venir yo a entregártelo.

Katrine no pudo decir nada. Se había quedado muda en ese mismo instante. Su mano, firme en otras ocasiones, ahora temblaba mientras sus dedos rozaban el libro. Juraba que él no la había reconocido. Pero siendo él quien había sido...

- Tiene una dedicatoria.

Katrine lo abrió para leerla y entonces el corazón le dio un vuelco al leer aquellas palabras. La vista se le nubló haciendo más borrosa la lectura, pero ya sabía lo que ponía.  Lo cerró al mismo tiempo que intentaba hacer pasar el nudo de su garganta y que la atrapaba sin poder decir nada.

- Pasado mañana me marcho de Londres, y me preguntaba si querrías...

Katrine entornó su mirada mientras su mano rozaba los labios de él impidiendo decir más. Luego salió de allí de manera precipitada sintiendo que si seguía con él acabaría por derrumbarse del todo. Rod la vio marchar sin poder hacer nada para retenerla. Estaba en su completo derecho. Él la había engañado con su identidad. Lo comprendía. “Bueno, ya está”, se dijo. “Quería verla y lo he hecho. Al menos sé que está bien”, pensó mientras regresaba para atender, de manera más tranquila a la prensa.


Cuando la noche caía sobre los tejados de Londres, Rod Seyton, se encontraba apoyado en la balaustrada de la terraza del Hotel Convention. Un ligero viento mecía sus cabellos alborotándolos para concederle un aspecto desaliñado. Sobre la repisa una copa de champán a medio llenar y una botella en la cubitera. Restos del fin de fiesta.  A penas si lo había tocado. Después de verla a ella no le habían quedado ganas para nada más; pero siguió ejerciendo sus dotes de anfitrión. Cuando todo hubo terminado se retiró a la terraza para despejarse y respirar el aire nocturno londinense. El cielo estaba despejado y uno podía fijarse en la cantidad de puntos luminosos que adornaba esa especie de manto azulado. Una noche perfecta para estar en compañía, pensó evocando una vez más el rostro de Katrine. Cerró los ojos y sacudió la cabeza desechando ideas absurdas. Por un momento imaginó que ella regresaba sólo para hablar con él. Para aclarar lo sucedido. Nada más. Creyó escuchar el sonido de pasos  dirigiéndose a la entrada de la terraza. E incluso se giró para comprobar si era cierto. Su mirada se quedó clavada en la silueta de mujer recortada por la luz de las lámparas. Por un momento pensó que se trataba de Samantha, su editora, quien venía a recordarle que al día siguiente tendrían que preparar algunas entrevistas con distintos medios escritos. Se volvió hacia las vistas de Londres. El Big- Ben y las Casas del Parlamento aparecían iluminadas sobre el Támesis. Ni siquiera giró el rostro cuando la mujer se situó a su lado.

- ¿Vienes a recordarme que mañana tengo entrevistas y que debo acostarme temprano? –le preguntó en un tono jocoso.

- Creo que eres ya lo suficientemente mayorcito para acostarte a la hora que desees –le respondió una voz femenina y enérgica.

Rod se sobresaltó cuando escuchó esa voz. Volvió el rostro para que su mirada se posara en aquel rostro perfectamente delineado. En aquellos ojos tan luminosos que podrían competir en brillo con las estrellas que iluminaban el cielo de Londres. Con aquellos labios tan seductores que ahora se entreabrían. Los cabellos de la mujer flotaban mecidos por el mismo viento que arremolinaba las hojas caídas en Hyde Park.

- Ka-Katrine.- Pronunció su nombre entre susurros mientras movía la cabeza intentando convencerse de que era ella en realidad.- ¿Qué haces aquí? –le preguntó sin dejar de salir de su asombro.

- Dímelo tú –le respondió con un tono dulce que erizó la piel de él.

- ¿Yo? Yo... bueno... Joder –se dijo mientras se mesaba los cabellos fruto del nerviosismo que lo atenazaba en esos momentos.

- Soy tu musa ¿no? Tu inspiración. O eso he escuchado horas antes en la rueda de prensa. Además de la dedicatoria del libro: “Para mi musa particular”. Las musas no abandonan a los escritores –le dijo acercándose más a él hasta sentir su aroma varonil. Una mezcla de champán y un perfume intenso.

- Debo pedirte perdón por todo lo que he causado.

- ¿Por qué te empeñas en hablar del pasado? –le preguntó frunciendo el ceño.

- Yo... bueno creo que tenías y tienes toda la razón en no querer verme, y...

- Tu información nos ayudó mucho. De no haber sido por ella –Katrine abrió los ojos al máximo y se encogió de hombros.- Carelli podría haberse esfumado. Gracias.

- Era lo menos que podía hacer por ti después de...

Katrine volvió a llevar su mano hacia sus labios para silenciarlo. En ese momento él depositó un beso tierno, suave, y cargado de sentimiento sobre su palma, que provocó en Katrine una especie de descarga que convulsionó todo su cuerpo.

- Nunca quise herirte –le dijo mirándola a los ojos en un intento de transmitirle lo que sentía por ella en esos momentos. Lo que no había dejado de sentir desde que se separaron.- Nunca...

- Lo sé. Pero comprende que...

- Lo comprendo. Aun así nunca te mentí al respecto de mis sentimientos hacia ti –le confesó mientras su mano ascendía hacia la mejilla de ella y lentamente la acariciaba.

- ¿Por qué no me contaste la verdad? Podría haberte ayudado.

- Quería protegerte a toda costa. Nunca pensé en hacer mi trabajo. Estaba harto de él, pero era la única salida que había tenido hasta entonces –le dijo mientras se apartaba de ella y se apoyaba en la balaustrada de la terraza. Su mirada recorrió el Londres nocturno mientras ella lo contemplaba a él.- Por ese motivo me marché.

- ¿Seguro que lo hiciste? –le preguntó entrecerrando los ojos mientras sus pupilas se volvían dos puntos luminosos. Cruzó los brazos sobre su pecho esperando su confesión.

Él la miró unos segundos y se dio cuenta que ella lo sabía, o al menos lo intuía. Por ello asintió sin decir palabra.

- Sabía que habías sido tú.

-Quería protegerte. Carelli iba a enviar a sus perros de presa detrás de ti. Pudieron acabar con tu vida en el Palacio de Justicia.

-¿Cuándo? –le preguntó alarmada Katrine.

-A la salida de éste. El día que el propio Carelli iba a testificar. Tenía a dos pistoleros apostados en sendos edificios. Tú estabas en el centro de mira de ambos.

-¡Y tú...!

Rod inspiró antes de asentir. Katrine dejó caer en un principio sus brazos sobre su costado y pocos segundos después su mano se apoyaba en la espalda de él. Se acercaron el uno al otro conscientes de que lo que habían sentido tiempo atrás seguía latiendo en el interior de ambos. Rod se incorporó de la balaustrada para acariciar la mejilla de Katrine una vez más. Ésta cerró los ojos y dejó que la mano de él permaneciera allí quieta. Había echado de menos tanto su tacto; su calor; sus caricias como la que en esos momentos le brindaba. Él se acercó lentamente hacia el rostro de ella dispuesto a todo. Era su última baza. Si lo rechazaba se iría y no volvería a entrar en su vida. Pero no quería retirarse del todo sin saber que al menos durante aquella noche tuvo una pequeña oportunidad de recomponer lo que él mismo había roto. Sus dedos juguetearon con los cabellos de ella mientras clavaba su mirada en la suya

-Katrine –susurró dejando que su aliento golpeara sobre sus labios.

Lentamente se inclinó sobre éstos y comenzó a tantearlos temiendo que ella pudiera apartarse. Pero no lo hizo. Dejó que tomara su rostro entre sus manos y que profundizara el beso. Luego ella misma lo rodeó atrayéndolo. Sintiendo la fuerza de su abrazo y el calor y la suavidad de sus labios. Su cuerpo se estremeció ante aquel contacto. Lo había anhelado tanto.

Momentos más tarde, ya en la habitación del hotel Rod la desvistió con delicadeza mientras sus labios recorrían cada porción de piel que iba despojando de ropa. Sentía como ésta respondía al fuego al que la marcaban sus besos. Recorrió su cuello en dirección a su generoso busto cuyas partes más vulnerables se habían rebelado clamando cierta atención. Trazó la curva de sus caderas y sus muslos mientras no dejada de agasajarla con sus besos, y sentía como aquel cuerpo tan sensual  se estremecía bajo sus caricias. Volvió a besarla en los labios devorándolos con pasión. Saciándose del néctar que éstos destilaban. Embriagándose con todo su ser. En ese momento Katrine se incorporó sobre él. Comenzó a torturarlo mientras Rod la abrazaba como si tuviera miedo a que se esfumara en el aire. Juntos comenzaron a moverse al ritmo de una danza frenética y sensual. Tanto tiempo, separados había merecido la pena en esos momentos en los que ambos se estaban entregando sin concesiones; sin reparos; sin mirar atrás. Ambos se convulsionaron cuando sintieron llegar el final mientras sus respiraciones se volvían más intensas y se unían en una sola. 

Katrine se dejó caer sobre el pecho de Rod mientras éste le acariciaba los cabellos. Luego lo miró fijamente al tiempo que trazaba el contorno de su rostro.

-¿Qué le ha pasado a Stephan?

-Murió. Rod Seyton es mi nombre verdadero. El que me pusieron de pequeño.

-No más mentiras –le dijo en un tono que se acercó a la súplica.

-Nunca. Por cierto, necesito que te pidas vacaciones. ¿Crees que será posible?

-¿Vacaciones? –le preguntó Katrine incorporándose pero sin tapar su desnudez.- ¿Por qué? ¿Para qué?

-Dentro de dos días estaré en París. Y mi musa no puede abandonarme tú lo has dicho –le respondió sonriendo maliciosamente.

- Quieres que...

-Quiero que participes activamente de esta aventura –le dijo mientras se inclinaba sobre ella y la rodeaba por la cintura para atraerla hacia él.

-¿Y tu editora? ¿Lo verá bien?

-Que me importa mi editora si te tengo a ti.

-Pero... la novela... las ventas.... –balbuceó Katrine perpleja por aquella proposición.

-Voy a escribir la mejor novela de mi vida –le dijo mirándola seriamente.

-¿Y de qué irá esta vez? –le preguntó con un toque lleno de sensualidad.

-¿Aún no lo has adivinado? –le preguntó enarcando una ceja al tiempo que Katrine parecía confundida.- ¿Qué te parece si empezamos el primer capítulo en la ciudad de luz –le sugirió mientras se inclinaba para devorar sus labios una vez más, y Katrine se dejaba caer de espaldas en la cama loca de felicidad. 



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